Ramiro Pinilla: «se ha perdido la dignidad por el miedo a perder»

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En el escritorio hay una cuartilla con tinta fresca sobre la que acaban de empezar a escribirse las primeras líneas. El sol entra por la ventana e ilumina las fichas en las que empieza a definirse cada personaje y sus características. Uno de ellos tiene un hablar “confuso”, según leemos al descuido.

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Ramiro Pinilla, 91 años, en el escritorio de su casa de Getxo.

Ramiro Pinilla nos recibe en su casa en Getxo, en un salón rodeado de libros y de fotos de cine en blanco y negro. En el propio salón, en lugar de en un despacho aislado, está su escritorio. A Ramiro Pinilla le gusta salirse del guión. Tal vez por eso, también piensa diferente sobre la agitación de la calle, sobre el período de protestas de todo tipo que vivimos desde que empezara la crisis.

El tono de su voz se eleva al advertir de que “las protestas son mínimas. Las que hay son mínimas. Todo el mundo tenía que salir a la calle con pancartas, pitos y flautas para meter ruido porque lo que está ocurriendo es un desmantelamiento paulatino de todo lo que el obrero había ganado en siglos, lo están desmantelando todo”. Y sigue: “no hemos acabado y están anunciando nuevas reformas de las pensiones y los sueldos, y sin embargo, los grandes capitales están intactos y a los bancos se les ha inyectado mucho dinero que ha hecho que se hayan vuelto a poner en marcha”.

“La sociedad está muy paralizada, muy asustada, temerosa de perder el sueldo. Creo que se ha perdido la dignidad por el miedo a perder lo poco que se tenía”, explica. Pinilla responsabiliza de toda esta deriva al Partido Popular, que “no pone el más mínimo remedio”, junto a una Iglesia adoctrinadora (“todo esto lo vas a poner, ¿verdad?”, me dice en este punto de la entrevista, que ha tenido momentos en los que él ha sido quien hacía las preguntas).

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Pinilla con Oscar Allende, durante la entrevista concedida a El Faradio.

“Vivimos en una democracia falsa” asevera, tras señalar, como hizo el pasado verano cuando visitó la santanderina Librería Gil, a enemigos más difíciles de identificar y combatir que en la época en la que este militante del Partido Comunista luchó contra el régimen franquista.

Y cita a Lehman Brothers, el gigante que con su caída desató la tormenta financiera, en lo que ha sido “el primer gesto del capitalismo para arrastrar a todo lo demás y convertir América y Europa en páramo”, dentro de una “estrategia premeditada” para “deshacer todo lo que el obrero había ganado”. “Les ha salido muy bien”, lamenta.

NUEVO LIBRO

Con el método de siempre, a mano y sin ordenadores (esta entrevista se la haremos llegar por correo “postal”), Ramiro Pinilla acaba de empezar a escribir un nuevo libro que espera tener terminado en dos años. Con ella vuelve, nuevamente, a descuadrar, a apostar por personajes que no se resignan a lo que les ha tocado vivir, tal y como ha avanzado en una entrevista con El Faradio.

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Sobre la mesa del escritorio, empiezan a coger personalidad sus próximos personajes.

A sus 91 años y tras escribir ‘Verdes valles, colinas rojas’, una novela que para muchos escritores sería considerada como el texto definitivo (una extensa crónica de la historia reciente del País Vasco y de la dicotomía entre el mundo rural y el industrial), Ramiro Pinilla insiste en que le siguen quedando historias por contar. Desde las “cuentas pendientes” que está saldando ahora con las novelas policíacas que dejó de escribir a los 18 años hasta los flecos sueltos que le han quedado de personajes de esa gran saga, que quiere recuperar  en sus próximos trabajos (porque sigue pensando en nuevas historias que contar durante los últimos años).

De momento, en el escritorio de su salón se está empezando a  dibujar la historia de un grupo de hombres que deciden “desvincularse” de sus familias “porque quieren llevar una vida distinta a la que el destino les ha preparado”.

La novela, aún sin título, habla de un regreso a la naturaleza, que les lleva a vivir en un caserío tratando de demostrar que se puede vivir “con menos esfuerzo” sin que “pase nada malo”.

“El espíritu de la novela es que hay gente que ha deseado vivir de otra forma y lo lleva a cabo. Todo el mundo quiere eso y no lo hace. Hace falta ser muy valiente”, nos explica.

Porque  a Ramiro Pinilla le gusta todo aquel que se descuadra, que se escapa de lo previsto. Es un “espíritu” que ya ha recreado en ‘Verdes valles, colinas rojas’, donde una de sus múltiples historias es la de un aldeano que decide retirarse de su valle a vivir otra vida, aunque al final “fracasa”. Pero “lo ha intentado”, le defiende su creador.

“EL GUGGENHEIM ME PARECE UN EXCESO”

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Ramiro Pinilla, en otro momento de la entrevista.

Esas contradicciones, esas salidas por la escuadra, le gustan mucho a Ramiro Pinilla. Él mismo las practica, cuando, por ejemplo, se desmarca de la visión idílica de la industria que le rodeó cuando nació y de la que él se considera “víctima”. “Siempre lo odié”.

“Yo odiaba toda esa imagen de las fábricas, las chimeneas, los humos… Portugalete, Sestao, todo negro. Yo decía, los pulmones de la gente cómo estarán…”, evoca. O cuando salta con una visión totalmente distinta del ‘efecto Gugghenheim’.  Lo relaciona con el Centro Botín de Santander, del que asume que es algo de lo que los santanderinos estarán “orgullosos” igual que los bilbaínos lo están del museo que le cambió la cara a la ciudad.

“Aquí todo el mundo está orgulloso del Guggenheim, todos excepto yo. Me parece un exceso, porque para exhibir arte no hace falta eso”, confiesa, añadiendo que ese “marco ostentoso” sí sirve para “atraer más gente”, es decir, para un fin turístico que se impone al cultural, un contenido que ha acabado ganando al continente.

Matiz sobre matiz, Pinilla admite y explica su “contradicción” (de la que no se quiere “desprender”) sobre este tema: “yo elegiría al Guggenheim frente a los Altos Hornos”, ya que el edificio de Frank Gehry ha logrado la “desaparición” de una contaminación que “ensuciaba todo: la ría, la fachada, los pulmones…”

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