Las batallas que perdimos

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En realidad toda la historia del periodismo es una historia de guerras, de conflictos. De vencedores y vencidos. El mero hecho de que no cuenten tu historia ya es perder. Han perdido los ciudadanos de Sierra Leona, porque su país sólo es noticia cuando una de sus enfermedades nos afecta a nosotros. Y porque ya nadie habla de unos diamantes que se siguen vendiendo a precio carísimo, vidas incluidas.

Gervasio Sánchez

Gervasio Sánchez, motivos para sonreír en el periodismo

Cuenta Gervasio Sánchez, Premio Nacional de Fotografía y Ortega y Gasset de Periodismo, que si fuera periodista local ya le habrían cortado la cabeza. Que puede decir que hay dirigentes corruptos en Siria, pero no en Soria. La diferencia no es por una letra, pero sí por una serie de hipotecas.

Cuenta este reportero que hace corresponsalía de guerra desde lo local que poca gente se atreve a cuestionar a Emilio Botín y a su banco, más aún en Cantabria, y asientes. Y a la vez te vienen a la mente ejemplos de gente que sí se ha atrevido.

Es cuestión de valores.

Pero eso es lo de menos. Gervasio Sánchez siempre cuenta los riesgos del periodismo local. También lo cuenta Ramón Lobo. Los dos han viajado al infierno. Y Paco Gómez Nadal, periodista y activista, que sabe lo que son las represalías allá y acá, ha elaborado una guía sobre periodismo y conflictos. En general.

Cuando empezó la crisis, la cobertura informativa se convirtió en una sucesión de conflictos. La primera oleada fueron los EREs en las grandes empresas, y luego vinieron los EREs en las empresas públicas.

Los periodistas cambiamos el post it pegado a nuestra pantalla del ordenador: ya no teníamos la lista de los gabinetes de prensa recurrentes, sino los de cada comité de empresa. Con ronda diaria de llamada. Y aprendimos conceptos como negociación, expediente, etc. Creamos rutinas de trabajo, seguimiento, lectura de documentos. Nadie convocaba. Hicimos una mezcla de despacho y de calle. Y llegaron las manifestaciones. Empezamos a cambiar la agenda.

La otra oleada llegó directamente a la calle: protestas por los recortes en educación y sanidad, por los desahucios. Por los recortes de cooperación, hay que decirlo, no protestó mucha gente.

Y luego se mezcló todo: la lucha de las víctimas del sector financiero con la lucha de las víctimas de los excesos contra el patrimonio, con la de las víctimas del cambio de modelo de la industria que nunca se consolidó hacia la precariedad que parece que siempre tendremos, con la lucha de los expatriados que dejaron de luchar porque tenían, como tantos, que vivir, y que, sí, también son víctimas.

Las peores guerras son cuando el enemigo es invisible. Lo saben bien los que luchan contra el fracking. ¿Qué es el fracking? ¿Cómo se lucha contra una palabra que se infiltra en la administración, en las empresas, que compra catedráticos, que seduce a alcaldes y que ocupa palacios para congresos? ¿Quién de todos es el malo?

Algunas de las nuevas batallas son por la crisis. Otras ya estaban ahí y nunca las vimos. Y hay otras batallas que vuelven con la seguridad del triunfador. No las luchamos y las perdimos.

Aniversario Cabildo

Pintada de homenaje a las víctimas mortales del derrumbe del Cabildo de Arriba

Tengo en mi balance de ‘debes’ profesionales –el mío, el de todos, pero sobre todo el mío–, el no haber contado bien “lo del Cabildo”. Ni “lo de Tetuán”. El Nuevo Cabildo, el Nuevo Tetuán están bien, con sus aceras, sus baldosas, sus edificios nuevos. Pero se han hecho a costa de sus vecinos. Ha habido víctimas. En el viejo Cabildo, cogedlo por lo literal.

Y está el Nuevo Santander. Allí se vuelven a avivar las cenizas del incendio, los rescoldos del Machichaco. La ciudad que avanza a golpe de shocks. En algo hemos avanzado: ahora los shocks son en positivo. No hace falta un incendio o una explosión para justificar los nuevos proyectos. Ahora basta una dotación cultural o una cita deportiva para levantar el sueño de un banquero o del constructor de cabecera.

Siempre hay un motivo, siempre hay un puente, siempre hay un parque, siempre hay un vial, siempre sobra alguien.

Cuando se extinguieron las llamas del incendio, los constructores de ese también Nuevo Santander descubrieron, molestos, que en sus planes les estorbaban los viejos vecinos. Se mandó todo a los extremos. Incluyendo la tradición marinera. ¿Por qué no? La fórmula ya había funcionado con el Machichaco. Y funcionó décadas después en el Cabildo, en Tetuán. Siempre hay un paco, una julia, un tendero, un joven cojo, una amparo que molesta al otro lado de un puente que en realidad sirve para enviar lejos en lugar de para acercar.

Esas son las batallas que queremos contar, coming soon en sus pantallas. Sus protagonistas se sienten solos, y sus narradores, sus cronistas, incluso sus lectores, a veces también. Y eso no es cierto. Si hay historias, si hay audiencia, y si hay cronistas, entonces hay partida, hay batalla. Ya sabemos que casi siempre se pierden. Casi siempre. Pero a lo mejor esta vez no. A lo mejor. Porque donde hay víctimas, también aquí cerca, tiene que haber periodismo. Porque esta vez hay una posibilidad de no perder. Y eso es lo que cuenta.

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