Siete apuntes pedantes y un secreto en torno a L’amour

Tiempo de lectura: 7 min
El amor sin amor

El amor sin amor

L’amour es un banquete infinitivo que se come de un bocado y no empacha. Pura ambrosía.

 

  1. Comenzaré revelando un secreto: Sfar, aunque reitere la influencia de Nosferatu, se inspiró en mi amigo Alberto al concebir esta obra. Quienes conocen a Alberto pueden dar fe. De hecho, yo lo haría ante notario si fuese necesario. Sin duda alguna Fernand es su alter ego.

Pero hete aquí que mi amigo Miguelito, leyendo el primer tomo de la serie –Vampir-, inmediatamente se sintió identificado con el protagonista (depresivo, gatito-dependiente, indeciso, lector de Proust a su pesar y… vampiro).

Para liar un poco más la madeja reconozco lo que imaginan, y es que yo también sentí a  Fernand como propio. Ese es el secreto de Sfar: amamos sus tebeos porque hablan de nosotros, de nuestras debilidades, de nuestros anhelos y nuestras ilusiones. Sfar recorre la senda que enlaza sueño y realidad, el sueño que encierra nuestra vida. Por eso nos vemos reflejados en Fernand y en cada uno de los personajes que pueblan sus historias, porque antes de su lectura hemos vivido cada una de sus páginas.

 

  1. L’amour (el amor sin amor) recopila tres álbumes inéditos en España (La comunidad de los magos, El pueblo es un golem y La edad en que morimos) para cerrar una serie iniciada hace exactamente un año con la publicación de Vampir, que a su vez incluía las cuatro primeras historias. No parece casual el título elegido para este volumen, y es que coincide con el de un famosísimo ensayo de Sthendal en el que habla del paroxismo amoroso: el amor como motor de acción.

En L’amour, como en Vampir, asistimos a los mismos temas: la soledad, la melancolía, el deseo, la redención por el arte, y sobre cualquier otro, la búsqueda amorosa. No en vano  las pasiones que mueven el alma humana son las mismas desde los primeros tiempos de la humanidad: esas pasiones se proyectan al lector e inevitablemente desembocan en la muerte. La relación entre vida, muerte y sexo que Sfar plantea construye un relato vitalista, conmovedor, fascinante.

 

  1. La lectura continuada de Vampir y L’amour permite apreciar la evolución del autor europeo más estimulante del momento durante buena parte de su trayectoria. Desde unas historias formalmente clásicas, de corte bucólico, a unos planteamientos intrépidos, sin red. Sfar se sirve de su enorme talento pictórico para subvertir códigos narrativos, variando viñetas y jugando con lo que queda fuera de ellas. Hasta 15 ventanas por página pueden encontrarse en L’amour, frente a los patrones rígidos de Vampir.

El trazo suelto parece coincidir con la deriva argumental del volumen, y es que Sfar, como los viajeros del siglo XVIII, viaja sin destino. La historia de cada viñeta determina el trayecto, y el viaje se convierte en fin, y no sólo en herramienta.

 

  1. En L’amour encontramos dos partes claramente diferenciadas. La primera de esas partes engloba las dos primeras historias, planeando entre el relato fantástico y el histórico. En El pueblo es un golem asistimos a un hermoso alegato contra la violencia, el racismo y la injusticia de los justos. Sfar siempre ha abordado la herencia judaica en sus obras, y en esta serie se sirve de la atracción por lo prohibido para hacerlo.

En la segunda de esas partes, coincidente con el último capítulo, se produce un cambio de narrador y protagonista tan audaz como sorprendente: de Fernand, a Aspirina, la lolita-pelirroja de estética gótica y cruces ansadas. Esta última historia, del doble de extensión que cualquiera de las precedentes, sin duda es la mejor de las siete que constituyen los dos volúmenes. Un prodigio plástico y narrativo que provoca continuas carcajadas bajo su envoltura de comedia romántica.

 

  1. Conocí a Sfar a través de Pascin y su coda, La Java Bleue. El libro relata acontecimientos ficticios de la vida del pintor búlgaro Pascin, conocido popularmente como ‘El príncipe de Montparnasse’. Si me acuerdo ahora de ese álbum es porque encuentro significativos paralelismos que lo emparentan con L’amour. No formales, desde luego (la línea bruta de Pascin poco tiene que ver con el cuidadísimo tratamiento gráfico de L’amour), pero sí ambientales. La frescura del relato es común a ambas historias, y producen el mismo efecto: dan ganas de reír, de viajar, de amar, de vivir. Pascin busca en la pintura y el sexo calmar su ansiedad, pero nunca lo consigue, como Fernand. Al final del relato todos los personajes acaban emparejados, salvo él, y es que para que todo cambie es necesario que todo siga igual.

Del mismo modo las acuarelas de La Java Bleue remiten al epílogo de L’amour (las aventuras del vampiro de La Habana).

 

  1. Los guiños pictóricos y literarios son constantes, y así los personajes homenajean a escritores o artistas fácilmente reconocibles, pero la referencia explicita que Sfar hace de ‘Las dos primas’ de Watteu al final de la primera historia llama poderosamente la atención.

Watteau refleja en sus cuadros las pasiones del amor, las rivalidades y lágrimas que provoca. En ‘Las dos primas’ sitúa de espaldas al espectador el objeto de deseo (Josamicina según el relato de Sfar), de modo que no vemos su rostro, pero imaginamos que es la más bella del conjunto. Esta pasión del ocultamiento encierra un juego del que Sfar se hace eco: la cuarta pared, el diálogo con el espectador. Watteau transgrede las convenciones pictóricas de su época, y así Sfar recoge el guante y traslada el juego a nuestro tiempo, porque antes y ahora, los amantes se esconden.

 

  1. Como somos bipolares, o guerracivilistas, o como lo queramos llamar, llega el momento de establecer comparaciones. Vampir me pareció sublime, y así lo pueden atestiguar todos aquellos a los que animé a que se lo compraran (no me fío de mis amigos), pero es que L’amour es aún mejor. El arranque, con esa fiesta a la que Fernand acude arrastrado por Nope, remite a la que ya vivimos en Vampir, y esa coincidencia puede restar interés a los lectores más escrupulosos.

Otro escollo fácilmente salvable es la letrita de las primeras páginas, pero afortunadamente se  soluciona enseguida. El origen del problema, según pude comprobar trasegando el original francés, reside en el propio Sfar, que en esas primeras páginas se volvió juguetón-minimalista.

Son dos leves pegas a una obra imprescindible, un juego llamado a proporcionar horas de placer refocilante. No lo dejen pasar: estamos ante una obra antológica.

 

  1. Mención aparte merece la cuidadosa edición que ofrece, como en ellos es habitual, Fulgencio Pimentel. La traducción de Rubén Lardín es insuperable, incorporando guiños humorísticos perfectamente integrados en el relato. Supongo que esas primeras páginas provocaran un intenso debate en el seno de la editorial, pero por fortuna para los lectores optaron por respetar el texto original. Estos tíos siempre aciertan.

Hace poco leía un twett de Santiago García agradeciendo la existencia de esa ONG llamada Fulgencio Pimentel sin fronteras. Poco más que añadir. En poco tiempo se han convertido en una editorial imprescindible. La casa que edita los libros más hermosos, los que mejor huelen, los más excitantes. Cada libro es una obra de arte.

Por si fuera poco, son coeditores, junto a Pepitas de calabaza, del libro del año, ‘Días felices en el infierno’, así que sólo puedo gritar bien alto ¡larga vida a Fulgencio Pimentel!

 

P.D: Fernand somos todos, sí, pero en realidad es Alberto. Quién quiera comprobarlo podrá hacerlo estas navidades, y es que a los vampiros como Alberto (digo…, Fernand) no les gusta prodigarse.

 

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