La flor de Argumosa

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Y de repente unas cuantas personas anónimas, sin intermediar nadie más que su propia voluntad transformadora, deciden “liberar un espacio”: recuperarlo para dignificarlo. Llegar donde las instituciones y administraciones no llegan. Intentar dar respuestas a tantos silencios impuestos. Proponer una forma diferente de entender el espacio público.

Es la revolución de un sentido común que ha decidido combatir el consumismo de los sentidos, la mercantilización de la vida cotidiana.

Una flor que se abre camino entre los escombros

Una flor que se abre camino entre los escombros

Porque cuando a todo se le pone un precio corremos el riesgo de mirarnos la piel para comprobar la etiqueta: “últimas oportunidades” en el bazar de los extrarradios, de los polígonos abandonados y degradados por una especulación a la espera de ser recalificados.

“Últimas oportunidades” para los pequeños comercios del barrio que sobreviven a duras penas en la jungla de los grandes centros comerciales.

Últimas oportunidades para las asociaciones de vecinos en su lucha por hacer de sus comunidades algo más que pequeñas cubículos aislados de ciudades dormitorio donde hasta los sueños salen caros. Para llevar la democracia a pie de calle.

Última oportunidad para “La revolución de la vida cotidiana” que cree un tejido social sin “etiquetas”.

Porque quizás no queden muchas más oportunidades para reivindicar la necesidad de repensar aquellos espacios donde nos relacionamos, donde construimos los valores de la sociedad en la que queremos vivir..

Porque criados en la cárcel corremos el riesgo de no darnos cuenta de los barrotes. Porque criados en la cárcel podemos acabar siendo carceleros con pijama de `preso. Y las llaves están puestas en la puerta.

Aldous Huxley en su Brave New World  nos anticipa un escenario acerca de cómo se construyen las relaciones entre el individuo y la sociedad. De como tendemos a lo que él llama totalitarismo, en una búsqueda de la “felicidad de consumo”. Una felicidad por la que tendremos que pagar un alto precio: pagaremos con los bonos de la familia, de la diversidad cultural, del arte, del pensamiento crítico y emancipador, de la literatura, la filosofía, convirtiéndolos todos en comida basura.

En busca de esa ciudad ideal, esa ciudad-madre, históricamente imaginada como espacio  protección y desarrollo, con educación y sustento, aparece ahora como un gulag de asfalto en el que nos pisamos unos a otros, sin dejar de correr de un lado a otro, en busca de una felicidad  que nos conduce a un callejón sin salida. Y las llaves siguen puestas.

EN LA CALLE DEL TEATRO

Como si la naturaleza se rebelara, a modo de espiga sobre alquitrán, en ese callejón de Torrelavega surge “Espacio Argumosa”. Un callejón al que la imaginación colectiva de un grupo de vecin@s le ha encontrado múltiples salidas; tantas como la voluntad de quien las proponga.  Un espacio ubicado  en la que, curiosamente, se conocía como La Calle del Teatro.

Y es que quizás haya lugares que aún guarden la memoria  de quienes creyeron que existen formas diferentes de hacer, de vivir, de ser, de pensar, de soñar. Y solo haya que fijarse un poco. Ell@s han visto las llaves, quizás un poco enroñecidas por el paso del tiempo y el olvido, decididos a darle una vuelta

Conscientes o no, eso es quizás lo de menos, iniciativas como la del espacio Argumosa buscan ofrecer algo más, girar la llave para salir de ese callejón sin salida. Abrir la puerta para respirar Libertad.

Proyectos así, además, de convierten en ejemplo palpable de recuperación de un espacio olvidado y degradado, demostrando que aún sobre el escombro puede crecer una flor, que la basura no es impedimento ante la imaginación, el arte y el trabajo  de la gente común.

Un arte, que se convierta en parte de ese tejido social, como herramienta transformadora al servicio de la gente. Un arte que se puede encontrar en una poesía, en una escoba barriendo mientras el aire levanta una bolsa de plástico del Lupa más cercano. Un arte lleno de colores y miradas, de esfuerzo y compromiso. De solidaridad sin recibo. Un arte al servicio de la utopía con minúsculas, la verdadera Utopía.

Sin embargo, la forma de entender los espacios, de planificarlos, queda reducida a su mínima expresión,  a su mera funcionalidad dentro de esa lógica de supermercado en la que vivimos etiquetados. La “liberación”, o recuperación de un espacio, se convierte en motivo de conflicto entre quienes son los propietarios legales y quienes han recuperado y dignificado el espacio para que sea de tod@s.

Y la vida cotidiana antepone sus recursos de alzada a la imaginación.  Quienes buscan y ofrecen soluciones parecen ser penalizados y, de nuevo, Galeano se arrepiente de ser tantas veces nombrado en este “Mundo del Revés” cada vez más difícil de dar la vuelta.

Porque el espacio es vital, y la forma de entenderlo también. El espacio no solo es el marco neutro  de la acción, sino la expresión materializada de la sociedad que queremos construir, de sus valores, de sus principios. El espacio es una herramienta de transformación social. Y por eso quizás en este, como en tantos casos, Goliat teme que David crezca, e intenta cortar de raíz esa flor que crecía  sobre tanta mierda.

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