Calle Dignidad

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El vial ya se ha abierto al tráfico

El vial de Amparo, calle de la Dignidad

Este 15 de febrero conmemoramos dos hitos en Santander: el incendio que arrasó el centro histórico de la ciudad y aceleró la expulsión de las clases populares a la periferia, y la muerte de Amparo Pérez, la anciana que se convirtió en símbolo de la dignidad de los santanderinos ante el avance del urbanismo más despiadado, que se aceleró, sostienen los expertos, precisamente, tras la tragedia de 1941.

El incendio de Santander fue una losa que sepultó el casco histórico. La reparcelación, la reconstrucción, la nueva tipología de vivienda, la expulsión de tejido social y el cambio de usos del centro de la ciudad supusieron una  merma a la extraordinaria belleza de la ciudad, que marcó diferencias significativas con otras capitales del cantábrico.

Los intereses especulativos de las nuevas élites del régimen camparon a sus anchas sobre las ruinas todavía humeantes de Santander. La operación sólo fue posible en un contexto de represión y miedo posterior a la guerra. Hubiera sido inviable cualquier lamento en voz alta por la expulsión del santanderino de toda la vida del centro de la ciudad.

DE 15-F A 15-F

Amparo murió otro 15 de febrero, hace un año, después de un repentino empeoramiento de salud, unos pocos días antes, que los médicos relacionaron con el proceso de expropiación de su vivienda en la Vaguada de las Llamas.

La anciana y su familia se mostraron, desde un principio, en desacuerdo con el justiprecio y pidieron una alternativa al Ayuntamiento; pero el equipo de Gobierno no atendió ninguna de sus peticiones y entró en una confrontación pública con Amparo y los colectivos que la apoyaron.

El alcalde llegó a ligar el movimiento a una ‘plataformitis’, infección de plataformas sociales, que relacionó con la proximidad de las elecciones.

Amparo no estuvo sola. La inminente expulsión de la casa en la que había vivido siempre, que había levantado con su esfuerzo y el de su marido medio siglo antes, llevó a la PAH (Plataforma de Afectados por las Hipotecas) a implicarse en las protestas.

Aunque el asunto no estaba relacionado con el mundo financiero, no dejaba de ser una vecina que perdía su casa por una decisión política. Muchos ciudadanos simpatizaron con la anciana y la mayoría de la opinión pública se posicionó en contra de los planes municipales.

El Ayuntamiento no supo o no quiso escuchar. Tenía prisa por construir un vial que estaba en el Plan General de Ordenación Urbana, pero que no era urgente.

Las elecciones sí influyeron, pero no tanto por las protestas como por las urgencias políticas: las del candidato del PP por inaugurar y la del Ayuntamiento por terminar la obra en el plazo para acogerse a una subvención del Gobierno de Cantabria, también del PP, que financiaba la mayor parte de la infraestructura.

La obra la realizaba la constructora de un compañero de partido del alcalde, COPSESA. Fue adjudicada con baja temeraria y pronto tuvo sus correspondientes sobrecostes, que trascendieron.

Cuatro años antes el Tribunal de Cuentas había afeado al Ayuntamiento por sobrecostes injustificados en una construcción similar, transversal de norte a sur, en la misma vaguada, a menos de un kilómetro de distancia de la casa de Amparo.

Hubo un debate sobre el interés del vial que iba a pasar por encima de Amparo y de su casa. Pero sobre todo, salió a relucir la falta de humanidad, de alma, de la administración que debería ser la más cercana y que se enredó en una confrontación pública desigual con una vecina, con una anciana.

La imagen del alcalde quedó deteriorada. Por una vez, perdió la batalla en los medios, a pesar de las presiones, que también existieron. De nada sirvió que intentara acaparar incluso las cartas al director, el espacio reservado a la opinión de los ciudadanos.

Ni los megavatios de la megafonía pudieron sofocar los gritos de ‘Amparo no estás sola’ o ‘Amparo se queda’, que se hicieron sentir incluso durante el chupinazo de las fiestas de Santiago de 2014.

LO QUE HA CAMBIADO

Desde que tenemos memoria periodística, la actitud de las autoridades ha sido invariable, en todos los ‘incendios’ sociales generados, de una manera u otra, por las políticas de urbanismo.

No encontraron otra cosa que no fuera hostilidad, los familiares de las víctimas mortales en el Cabildo de Arriba; los afectados por el incendio de Tetuán; los de las expropiaciones de Prado San Roque; los del Pilón o los críticos con los excesos constructivos de la senda en la costa norte.

Pero la lucha de Amparo y su familia, su dignidad ante el atropello de la administración, no fue en balde, no quedó esta vez silenciada. Algo había cambiado en la ciudad y no era precisamente el urbanismo.

Amparo se convirtió en el símbolo de un cambio notable: un clamor contra la injusticia sustituyó a la resignación ante los abusos del poder establecido. 75 años después de los solares del incendio, Santander levantó su calle de la Dignidad.

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