Yo también (como casi todo el mundo) quiero sexo

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El hombre que escribe en tercera persona del singular piensa que llega otro 3 de diciembre en el que las reivindicaciones de los colectivos de discapacitados ocuparán los medios de comunicación.

Gente en silla de ruedas en los controles de alcoholemia para conciencia de que no se debe beber cuando vas a conducir, demandas de construcción de ascensores y rampas para facilitar la accesibilidad a lugares públicos, denuncias por la falta de implantación de la Ley de Dependencia… todo noticias previsibles en el Día Internacional de las Personas con Discapacidad. Él, sin embargo, cambiaría tres rebajes en pasos de peatones por un orgasmo «de los de antes».

Y es que el hombre que escribe en tercera persona del singular, y que lleva más de media vida en silla de ruedas, vio el martes el documental “Jo també vull sexe!” (¡Yo también quiero sexo!) que emitió la televisión pública catalana.

Le dejó un regusto agridulce. Por un lado se sintió muy orgulloso de toda la gente que dio la cara para explicar cómo se viven las relaciones sexuales (y la ausencia de las mismas) tanto desde el punto de vista del discapacitado como del de las personas que ofrecen servicios de asistencia sexual.

Pero por un instante también le invadieron las ganas desbordantes de volver a sentir el calor de un cuerpo desnudo de mujer por toda su piel, o la humedad de su interior al penetrarla. La frustración fue doble al no poder cerrar el puño para dar un golpe sordo en el colchón, ni tampoco para masturbarse.

Tras esa rabia inicial comenzó a sentirse culpable. “¿De qué te quejas?”, pensaba. Y es que, aunque él nunca lo reconocerá, el hombre que escribe en tercera persona del singular es un tío guapete, sociable y con varias relaciones sentimentales a sus espaldas (tanto en modo “de pie” como sentado) tras casi 42 años de vida.

Otras personas no han podido abrazar jamás un cuerpo desnudo, o ni siquiera han podido darse placer a ellas mismas porque no pueden ni tan siquiera acariciarse. Entonces recuerda a Xavi. Y a su madre. Esa mujer que contactó con una persona que ha podido asistir sexualmente a su hijo para que pueda satisfacer sus necesidades. Una madre que confiesa que otras madres han decidido masturbar ellas a sus propios hijos porque no han encontrado a quien pueda hacerlo, o no han sabido dónde buscar. O quizá no podían costearla. «¿Cómo podemos permitir que esto ocurra?«, piensa.

A continuación le viene a la mente el comentario que una persona ponía en Facebook bajo un artículo que anunciaba el documental: “¿Una asistente sexual no es una puta?”. El hombre que habla en tercera persona del singular, y que en más de una ocasión se había hecho esa pregunta, ha podido aclarar sus dudas. Porque un asistente sexual facilita que el discapacitado obtenga placer. A veces con su cuerpo, a veces ayudando al discapacitado a usar el suyo propio… Que haya una contraprestación económica, y que la profesión incluya la palabra “sexo”, ayuda a que se asocie a la prostitución. Y no es así.

Así que el hombre que habla en tercera persona del singular, y que cree que la ignorancia es la madre de la discriminación, decide que igual es momento de explicar públicamente muchas cosas que pasan desapercibidas para la gente “normal”. Pero debe pensar muy bien cómo hacerlo porque escribir según qué cosas en primera persona se hace complicado.

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