EXPULSADOS: La Grieta y el aire

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Se derrumbó el edificio donde vivía mi familia y fallecieron mi hermano y mi  madre. Creo que esto ha sido mucho por una dejadez de funciones, porque ha habido un abandono en el barrio. Me tuve que marchar porque me quedé sin casa, aparte de sin familia y sin nada”

Tras el silencio, escondido al otro lado de una puerta cerrada con cerrojo electoral, está la voz de Lucía Colmenero. Una voz rota por la grieta del olvido. En una noche perdió a su hermano y a su madre. En una noche perdió su hogar. En una noche perdió parte de su vida, de sus recuerdos. De una cotidianidad que no se piensa, porque se vive, porque se lucha. Porque forma parte de esas arquitecturas invisibles en las que pasamos la mayor parte del tiempo. Construidas, dentro de la geografía de las emociones,  como fondo de un mural inacabado. Un mural hecho de retales de nuestra vida cosidos a un álbum de fotos, a un juguete de la infancia, a una conversación a medias, a un saber que estás ahí. A esas cosas y momentos que volvemos a buscar cuando creemos que ya no volveremos más. A ese algo, o a ese alguien, que nos recuerde quienes fuimos, que quisimos ser. Con quien compartimos esos momentos tan repetidos que casi olvidamos que existieron. O simplemente ese algo o alguien al que recurrimos cuando nos falta el aire. Para ir tirando un día más, porque tenemos la esperanza de volver.

De tanto hacerlo sin pensar me acostumbré a respirar, dice en una de sus canciones Fito Cabrales. Y es verdad, nuestro día a día es muchas veces así. Rutinas, cosas y personas que dan sentido a nuestra existencia. Así imagino que, quizás, sería para Lucía y su familia, y para muchos de los afectados del Cabildo. Y, sin embargo, a veces cuesta demasiado respirar, tanto, que hay quien lo paga con su vida. Y, sin embargo, no todos respiramos lo mismo, ni de igual manera. No a todos les dan las mismas facilidades para algo tan básico como buscar aliento en la siguiente bocanada de aire. Y es que hay para quienes el aire pesa más, porque está cargado del mal aliento de una mala respuesta, porque está cargado del silencio cómplice, de la mirada de reproche, de la media voz escondida en el prejuicio, en el juicio rápido del clasismo, de la moralina de alzacuello invisible. En el chismorreo apresurado y encogido sobre hombros cargados de indiferencia. Hay incluso un aire cargado de insultos, de violencia, de bofetada, de explotación sexual, de «algo habrá hecho». De especulación con la vida de unas personas reducidas a números y cálculos electorales. De echar tierra sobre el asunto para que nadie vuelva a hablar de ello. Y sobre la tierra el cemento, y sobre el cemento los pasos de quienes son incapaces de pararse a ver lo que ha pasado, porque el cemento no deja huellas.

 

Visita al Cabildo de Marco nieto de Amparo con familiares de las víctimas del derrumbe del número 14

Visita al Cabildo de Marco nieto de Amparo con familiares de las víctimas del derrumbe del número 14. Mural pintado en memoria de los fallecidos.

 

Una brecha que parecen no querer ver incluso después de derrumbarse el edificio. Una brecha que aún sigue abierta. Una brecha que los vecinos habían advertido hasta el último día. Provocada por las obras del número 12  y que estaban dañando la estructura del número 14. Una grieta por la que intentó salir el grito de auxilio de unas personas reducidas a escombros.

Un grieta en una pared que empezó a resquebrajarse mucho antes. Una grieta al principio invisible para muchos. Una grieta en forma especulación urbanística, de barrio olvidado, de jeringuilla en los portales, de labios partidos cubiertos de carmín. De exclusión y olvido. De Expulsados. Mientras, a unos cien metros de distancia se planificaba una ciudad en la que no caben todos. Una ciudad de expulsados. Una ciudad en la que, rodeada de gente, te puedes encontrar sola, sin respuestas, sin hogar, sin familia, sin aire.

Una brecha cada vez más grande entre la ciudadanía y quienes deberían representarla. Porque hay un aire que se compra y se vende. Un aire que se disfraza de aliento en la nunca antes de estrangularte con un corte de luz, con una factura devuelta, con una denuncia sin atender, con otra grieta en la fachada (institucional).

Y nadie escuchó sus gritos. Y nadie resucitó al tercer día. Y nadie respondió al otro lado de la puerta. Solo silencio y un que corra el aire hacia el lado del olvido. Y las luces de navidad se encendieron como si nada. Y las bolsas de regalos, comprados con la felicidad contra reembolso,  se llenaron de nuevo. Y los pasos sobre el cemento continúan pasándonos por encima, sin dejar huella. Y, al otro lado de la puerta, espera Lucía para que los nombres de Gumersinda Colmenero, de 73 años, de Jesús Manuel Gómez Colmenero, de 52, y Teodoro Monzón Flórez, de 76, no se conviertan en un número más. Para que la brecha deje crecer y las heridas no cicatricen en falso. Para que cuando alguien se pare ante el mural, pintado en su memoria, sepa lo que ocurrió. Para que no vuelva a ocurrir. Para poder tomar aliento y, por fin, respirar.

(Puedes apoyar Expulsados, donde se cuenta la historia de las víctimas del urbanismo, desde este enlace. Sólo queda un día)

 

 

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