Somos Memoria…

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Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”, nos recordaba Borges en su poema Cambridge de su libro  Elogio de la Sombra. Una memoria personal que intenta dar sentido a una vida de la que solo queda los recuerdos de lo vivido. Ese museo de formas inconstantes que parecen cambiar constantemente, intentando ajustarse al marco de la realidad, buscando encajar el rompecabezas de lo vivido para darle un sentido a nuestra existencia. Ese montón de espejos rotos en los que nos miramos para ver en ellos la parte que queda, la que guardamos, la que sobrevive, la que rescatamos, la que nos da la vida, la que nos la quita, la que no queremos o no podemos olvidar.

Quizás seamos nuestra memoria, y nuestra memoria sean todas las partes que logramos rescatar del naufragio de la vida; el camafeo que pone rostro al sentimiento, la fotografía que da vida al ser querido, los lugares que guardan la huella de quienes los transitaron, de quienes los vivieron, de quienes hicieron de ellos cartografía de sus emociones, la brújula de su existencia, el sentido o el sinsentido de su día a día. Cualquier cosa, incluso la más insignificante, puede ser el ancla que nos fije al recuerdo de esa experiencia, de ese ser querido, a lo que significó para nosotros. Puede ser la vacuna que evite el desvarío de la desmemoria, el vacío del Olvido.

Cuando la experiencia acumulada en la cotidianidad de los actos, en el significado de las acciones, en el sentido que les damos, en cómo influyen en quienes nos rodean, en cómo reaccionamos, ocupa un espacio, este espacio  ya no vuelve a ser el mismo. Se convierte en un lugar de memoria que hace de ese lugar  un lugar diferente. Adquiere un significado nuevo (resignificándose) y  un valor simbólico. Representará esa parte del espejo que, por una u otra razón, nos negamos a olvidar. De esta forma la memoria personal empieza el tránsito hacia la memoria colectiva a través de la experiencia compartida y reivindicada.

 

Los árboles plantados el sábado, en el homenaje a Amparo Pérez, han sido arrancados. "Tantas veces como sean arrancados, tantas veces serán plantados"

Los árboles plantados el sábado, en el homenaje a Amparo Pérez, han sido arrancados. «Tantas veces como se arranquen, tantas veces serán plantados»

 

El historiador francés Pierre Nora nos recuerda que los llamados lugares de la memoria son algo más que  monumentos, grandes acontecimientos o simples objetos utilizados habitualmente por los poderes públicos. Para Nora un “lugar de memoria” es una noción abstracta,  necesariamente simbólica, destinada a desentrañar la dimensión rememoradora de esos objetos, hechos y  lugares. No tienen porqué permanecer intactos al paso del tiempo, ni ser una simple referencia sin más explicación, sino que adquieren sentido y significado en la medida que guardan la memoria  y el significado de lo que allí ocurrió para quienes lo vivieron. En la medida que nos recuerdan algo o a alguien. Al valor que le damos a ese algo o a ese alguien.

Quizás, desde nuestra cotidianidad, uno de esos lugares comunes, que mejor explica el entramado de la realidad que nos toca enfrentar, sea el lugar donde estaba la casa de Amparo Pérez. Quizás ese lugar sea, para muchas personas, un lugar de memoria que representa esa parte compartida con el otro, ese lugar común por el que caminan diferentes, ese trozo del espejo donde mirarse y verse reflejado. Esa parte que decidimos salvar del naufragio del tiempo y de quienes quieren echar tierra sobre el asunto como si allí no hubiera pasado nada, como si por allí solo pasaran coches.

Como si Amparo nunca hubiera vivido allí, como si sus recuerdos hubiesen sido expropiados y enterrados bajo la piel de asfalto, como si su casa no hubiera sido arrasada por las máquinas apisonadoras que construyeron el vial de la S-20. Como si su hogar y terrenos no hubieran sido expropiados por apenas 70.000 euros de indemnización con la única opción de aceptar esa cantidad o un piso a las afueras por el que tendría que pagar la diferencia de precio. Como si no existieran las recomendaciones de su médico que advirtió que su salud se vería perjudicada por cambiarle de entorno y por el proceso de tensión que estaba viviendo. Como si Amparo no hubiera  ingresado en la UCI el mismo día que se debía realizar su desalojo y no hubiera fallecido apenas seis días después de que tiraran el que había sido su hogar. Como si en ese lugar no hubiera habido nunca nada más que tierra y asfalto.

 De ahí su importancia, de ahí su valor simbólico y emocional. De ahí la necesidad de rescatarlo del Olvido y la desmemoria. De ahí también el riesgo a su  distorsión,  instrumentalización y uso partidista. Pero de ahí, quizás  también, esa necesidad de reivindicarlo como un lugar de encuentro donde volver, como un lugar de encuentro del que partir. Un lugar de encuentro en el que compartir miradas que enfrenten la ceguera de quien solo ve allí un pedazo de tierra junto a un vial de carretera. De quien solo ve allí lo que quiere ver y no lo que Amparo veía.

Por eso arrancar los árboles que allí se han plantado es arrancar ese pedazo de espejo donde mira la memoria. Es Olvido.

Por eso: “Tantas veces como las arranquen, tantas veces serán plantadas”.

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