David contra Goliat

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“¿Emociones? ¡Sea! ¿Dónde está escrito que la Ilustración deba ser desapasionada? En verdad, es todo lo contrario. La Ilustración sólo podrá cumplir su tarea si obra con pasión.” En su libro La Democracia Sentimental Manuel Arias Maldonado incorpora esta cita de la obra de Jean Améry Más allá de la culpa y la expiación. Y es que  la frialdad Auswitch se hundía quizás en una de las más profundas emociones: El odio. Que no hubiera sido posible sin otras más superficiales hechas de una cotidianidad capaz de normalizar la Barbarie. Y sin embargo, en esa cotidianidad encontramos también el espacio donde enfrentarla.

Porque cada día David vence a Goliat, pero sus victorias, demasiadas veces, pasan desapercibidas. Se pierden entre los canales de pago y las aplicaciones para móvil. Entre los share de audiencia y el precio de la noticia. Entre los “bastante tengo yo con lo mío” y “solo se vive una vez”. Entre las luces y sombras de tantos lunes al Sol, de tantas jornadas interminables, de tantos buenos y malos momentos. De tantas prisas para no llegar a ningún lado. De tanta vida  convertida en pantalla de videojuegos  donde la muerte llega en forma de Call of Duty, el amor y el sexo en forma de hipoteca y porno en internet  y la felicidad depende de cuánto saldo acumula la tarjeta de crédito. Y así, ver a David es cada vez más difícil. Quizás no lo vemos porque nos han rasgado el iris con el sesgo de los grandes titulares, de Lunas hechas solo de dedos que las señalan.

Dice el escritor Juan José Millás que no hay nada más peligroso para el sistema que la gente piense. Esta reivindicación del saber cómo herramienta de emancipación queda lejos  de la batalla de egos reactivos en la que siempre gana el ego y siempre pierde la razón. Queda lejos del comentario ofensivo, del juicio rápido del prejuicio. De la respuesta visceral que ya viene preparada con el argumentario de turno, o con el panfleto apretado entre los dientes en la guerra de los “me gusta(s)”.

 

El valor de cada gesto. La necesidad de visibilizarlo. La urgencia de verlo. (Imagen: Banksy)

El valor de cada gesto. La necesidad de visibilizarlo. La urgencia de verlo. (Imagen: Banksy)

 

O, cómo continúa Millás,  de la acción del joven que sale, se emborracha y rompe una cabina o una marquesina de autobús pensando que así contribuye a destruir el odiado sistema, porque  lo que hace es fortalecerlo. Porque entre tantas ceremonias de la confusión quizás perdemos de vista esas victorias hechas a base de ilusión y trabajo, de valentía y honestidad, de constancia y humildad. De revolución cotidiana hecha de personas que se niegan a ser etiquetados en los grandes almacenes del conmigo o contra mí, del fascista a todo aquel que piense diferente a como pienso Yo, y punto.

Quizás no veamos a David porque la brújula de nuestra mirada ha sido orientada para perder el norte y acabar en páramos de frustración, desidia o conformismo. En gritos sordos. En pataletas a golpe de quien hace el tuit, o el comentario, más “radikal” y quedarse  tranquilo en un oasis virtual a medida de utopías que nunca llegan, porque quizás tenga miedo a mancharse de realidad.

Mientras, David sigue a lo suyo en su batalla del día a día. Con la mirada puesta en arañar cada centímetro, cada palmo de realidad. Con un radicalismo que va a la raíz de los problemas y no se conforma con la sentencia categórica del blanco y negro, que salpica intolerancia y sectarismo. Y lo hace envolviendo en su honda una piedra con forma de abogado santanderino consiguiendo que la justicia dictamine contra la aplicación de la plusvalía en el Ayuntamiento de su ciudad. En forma de asociación ecologista (ARCA), paralizando, tras sentencia del Tribunal Supremo, el Plan General de Ordenación Urbana de Santander. Con forma de Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) logrando, tras años de negativas, acciones y quejas, que Liberbank se siente a hablar de desahucios. O con forma de periodismo que (lo) cuentaPorque son victorias de una razón que emociona. ( Y hay muchas más…)

Y  la honda gira y gira  sobre la cabeza de David, apuntando a la frente de un gigantesco Goliat. Un Goliat cuyo tamaño, forma y rostro no siempre es fácil de identificar. Un Goliat que solo es  gigante si tiene a su alrededor personas más pequeñas. Por eso es tan importante visibilizar a cada David. Al David anónimo con rostro de mujer que saca a su familia adelante, con rostro de refugiada que rompe fronteras reales e imaginadas, con rostro de vecino que mira más allá de los golpes y la violencia que esconde la puerta de al lado. Con tu rostro al verse en ellos. Con el mío al verse en ti.

Porque cuanto más visible sea, cuanto más lo veamos, el espejismo de un Goliat invencible se irá disipando. Porque incluso cuando se pierde se abre camino para otra victoria. Porque quizás así nos rebelemos contra esa condición sobrevenida de víctimas del sistema. Porque hay lazos que no se desatan con la derrota, sino que se hacen más fuertes cada vez que vemos cómo David se enfrenta a Goliat.

 

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