La democracia de papel: los ladrones estaban dentro

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Por la misma pantalla nos entra ya tanto realidad como ficción y nos cuesta situarnos, más aún en la época en que triunfa el Ministerio del Tiempo o en la que hemos perdido la fe en el Telediario a la vez que la hemos ganado en el Crematorio como mejor fórmula para acercarnos a la realidad.

Tenemos tal confusión que siempre hemos asociado la delincuencia, lo ilegal, a romper cristales, hacer butrones, a pegar palizas, a dejar moratones, y se nos ha olvidado que con guante blanco también puede haber, y hay, delincuencia.

De eso va la serie que se estrena ahora, ‘La casa de papel’, la historia de un grupo de atracadores que cuenta entre las manos que la escriben las del cántabro Javier Gómez Santander. Y claro que yes. Pero con matices: porque para cometer ese robo lo que tienen que hacer los autores (camuflados con nombres de territorios, como si fuesen Jordi Pujol) se cuelan en un edificio institucional, en este caso la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre.

Los asaltos se hacen desde dentro

La lección es clara: las personas que más nos han perjudicado estaban dentro de las instituciones. Se nos llenaron de okupas antisistema, que lo mismo te incumplen leyes que hacen cosas que cuestiona el Tribunal de Cuentas o el Interventor. Porque sí, en la semana del 2 de mayo, tenemos que recordar que las principales agresiones que hemos sufrido las hemos sufrido desde las instituciones y consentido desde los bares.

El ejemplo extremo y reciente lo tenemos en un Ignacio González abierto ahora en Canal, pero, como de costumbre, no tenemos que irnos a Madrid para citar ejemplos de comprobar como a aquellos a quienes les prestamos la llave de nuestro piso acabaron dejándonoslo sin muebles, sucio, desordenado y con un montón de estrafalarias facturas por pagar.

En la Cantabria de la Fundación ‘sin fondo’ Comillas, del Santísimo Año Adjudicador y de los que invitaron a venir al calor de las estufas de Ecomasa, tenemos mil ejemplos de cosas que nos han costado dinero y trámites, y mucha palabrería. Este mismo martes se juzgaba a uno de los asaltantes a las instituciones, confeso, de donde se llevó unos 600.000 euros que dedicó «a vivir». Ahí tenemos a Salvador Blanco perdido en las disquisiciones sobre lo ilegal y lo irregular. Y tú me lo preguntas, Sodercan eres tú.

Es más, es que en ‘La casa de papel’ no se roba estrictamente: por lo visto el plan no es tanto llevarse como fabricar más dinero.

Porque no hace falta cometer delitos para que los bolsillos de todos se resientan. Hay mil prácticas que son legales. ¿Las bajas temerarias? Legales. ¿La eterna casualidad de que esta empresa que hizo mi campaña del partido ahora reciba adjudicaciones desde el Gobierno? Legal. ¿El contrato fraccionado? ¿Las cláusulas de rescate? ¿Los proyectos faraónicos? ¿Este pliego que me lleva inevitablemente a adjudicar el contrato a esta empresa? La serie, ‘Todo legal’, nos da para dos o tres temporadas. Y el final de esta carísima superproducción, rodada en exteriores como el Puerto de Laredo o el Alto del Cuco seguirá sin ser, para nada, feliz.

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