El poder de la educación

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El equipo de Gobierno en el Ayuntamiento de Piélagos ha iniciado los trámites para cerrar las Escuelas Infantiles ubicadas en Boo y Renedo y reemplazarlas por guarderías. Metáfora quizás de esta sociedad, de su infantilización, de la importancia de la educación, del riesgo de valorarlo todo a golpe de talonario y cuenta de gastos.

Antes de dar comienzo  a su obra “La desheredada” Galdós dedicaba unas palabras  a quienes, para él, debían ser los verdaderos médicos de toda sociedad enferma; Los maestros:

“Saliendo a relucir aquí, sin saber cómo ni por qué, algunas dolencias sociales, nacidas de la falta de nutrición y del poco uso que se viene haciendo de los benéficos reconstituyentes llamados Aritmética, Lógica, Moral y Sentido Común, convendrían dedicar estas páginas… ¿a quién? ¿al infeliz paciente, a los curanderos y droguistas que, llamándose filósofos y políticos, le recetan uno y otro día?… No; las dedico a los que son o deben ser verdaderos médicos: a los maestros de escuela.”

En la figura de los maestros se nos muestra la importancia de la educación para intentar curar esas “dolencias sociales” de las que nos habla Galdós. Era el Madrid, después llamado Galdosiano, un collage de personajes, situaciones, lugares y realidades que, al igual que hiciera su homólogo francés Balzac con París o Dickens con Londres lograrán, a través de sus obras, mostrarnos la realidad de la sociedad de su época. Una realidad atrapada en la narrativa de quien se convierte, aún sin ser, tal vez, consciente de ello, en cronista de su época. Capaz de diagnosticar los achaques  de la sociedad en la que viven. En el caso de Galdós la cita es reveladoramente atemporal: El “maestro”, en última instancia la educación como fórmula  donde encontrar  “la cura”. Como herramienta de cambio.

Pero educar ¿Cómo? ¿para qué? Y ese para qué nos taladra el cerebro, hasta destruirlo, mientras  se escucha “cerebros destruidos” de Eskorbuto  como hilo musical del centro comercial de turno:

(…) “El pasado ha pasado / Y por él nada hay que hacer / El presente es un fracaso / Y el futuro no se ve / La mentira es la que manda / La que causa sensación / La verdad es aburrida / P*** frustración” (En la parte de los asteriscos la palabra omitida es “puta”, decide tú, quien lee estas líneas, si es de buena o mala educación ponerla).

El «poder» de la educación

Una educación en la que “la libertad estimule el espíritu” como nos recordaba Don Gregorio, el viejo maestro de la “La lengua de las mariposas” . O, por el contrario, esa educación de la señora Obaya de “Diario de una maestra”, donde «la letra con sangre entra». La escritora Dolores Medio nos recuerda el lema de esa vieja maestra que la precedió en su puesto:

La vieja y buena señora Obaya se ha jubilado después de cincuenta años de servicios prestados a la patria. Para la vieja y buena señora Obaya, no existía otro método de enseñanza que «el método Machaca». Y un lema en su profesión: «La letra con sangre entra». Sospecha Irene Gal que alguna sangre debió correr por la escuela, puesto que tres generaciones de habitantes de La Estrada aprendieron, bien que mal, a leer, a escribir y a contar, bajo la férula de la buena y vieja señora Obaya.”

Una novela que se convierte en la crónica de los cambios de la sociedad española, a través de la mirada  de una maestra rural y su experiencia a finales de la II República, durante la Guerra Civil y los años de la dictadura franquista. De cómo la educación se convertirá en reflejo del modelo de sociedad al que se aspiraba, marcando las coordenadas de cuál debía de ser su objetivo. De esta forma, a través de Diario de una maestra podemos encontrar algunos de los elementos que explican los cambios acontecidos en la sociedad española desde la república al Franquismo. Ver como se pasaba de los principios modernizadores, de inspiración krausista de Giner de los Ríos y su Institución Libre de Enseñanza, a otro modelo educativo donde esa máxima de la vieja señora Obaya se retomaba como epitafio de una sociedad a la que ni siquiera se le permitió «hacerse mayor».

Y así, la letra del fascismo, del dogmatismo, de la intolerancia,  del alzacuello convertido en soga y cilicio, de la sotana transformada en prisión y coraza,  de las cunetas convertidas en tumbas al olvido, entró con la naturalidad del credo aprehendido. Con esa familiaridad que hace que normalicemos el dolor, que lo entendamos como inevitable, como necesario, como inherente a la moral. Y con el dolor, la violencia que lo acompaña. Esa violencia cotidiana que dejamos de percibir precisamente porque se convirtió en demasiado cotidiana. En las aulas, en las familias, en las relaciones. En ese “un bofetón a tiempo…” en el que cabe todo.

Y  de esa “letra con sangre entra” pasamos a hacer de las palabras  inversiones a interés variable. A convertirlas en Neolenguas para justificar lo injustificable, en destructoras de cerebros donde sigo sin saber si decir, o no, la palabra “puta” es de buena o mala educación. Pero convencido de la necesidad de cada maestra y cada maestro. Para ellas este artículo.

 

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