Acogida Sí, Guerra No

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En este momento dramático del mundo, el artista debe llorar y reír con su pueblo. Hay que dejar el ramo de azucenas y meterse en el fango hasta la cintura para ayudar a los que buscan las azucenas» respondía Federico García Lorca al periodista Luis Bargaria, en una entrevista publicada en el diario “El Sol”, y recogida en el libro Caricaturas republicanas,  pocos meses antes estallar la guerra civil y de que el poeta granadino fuera asesinado: y el pelotón de verdugos no osó mirarle la cara nos recuerda Antonio Machado en El crimen de Granada.

Es la culpabilización de la víctima como nos recuerda Yolanda Guío Cerezo en su ensayo Ideologías Excluyentes: “Una de las primeras cosas que hacen los perpetradores de la exclusión o marginación es destacar los aspectos negativos que puede tener la víctima”. De esta forma cada velo se convierte en la representación simbólica del terror y el falso choque de civilizaciones preconizado por Huntington pasa de teórico a real, porque  fabrica monstruos a la medida del miedo y la sinrazón.

Así,  ese interregno del que nos habla el filósofo italiano Antonio Gramsci en sus Cuadernos de la Cárcel: «El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos» dura demasiado dependiendo de las coordenadas que fijemos en la brújula del mundo feliz al que toda sociedad aspira. Y que, por la misma razón, no está circunscrito a ninguna época,  tal vez, porque forma parte de todas. Y cuyos monstruos se alimentan de los nuestros, y cuyos claroscuros son las sombras de nuestras contradicciones. Porque, quizás, siempre todo está por acabar, mientras nada acaba de empezar de una vez. Y por el  camino los cadáveres de quienes huían de un lugar para intentar volver a nacer en otro. De quienes  no acaban de morir, ni de nacer, de quienes solo quieren sobrevivir.

 

«Porque todos somos refugiados por no saber vivir » de Juan Díaz Ales

 

Un interregno por el que deambulan inmigrantes, refugiados, excluidos de todo tipo y condición; quienes no tienen visado, ni papeles, ni derecho a ser-humano.  Quienes huyen de guerras, de  muerte, de la sinrazón. De unos monstruos construido a la medida de ese “mundo feliz” en el que cada vez caben menos. Unos monstruos que están bajo la cama o en el armario donde no nos atrevemos, o no queremos, mirar.

Y, en ese momento, que no se sabe cuánto dura, donde lo viejo no acabe de morir y lo nuevo de llegar, sus monstruos acabamos siendo nosotros. Y en ese lugar, donde lo nuevo nunca llega, donde lo viejo nunca desaparece, mueren ahogados, asesinados, violados, torturados. Desnudos frente al espejo de una Historia llena de historias que se nos amontonan a la puerta, en espacios arrebatados a la nada, creados para ser reducidos a la nada. Donde esperan, donde mueren por nada, donde son menos que nada. Donde desterramos a nuestros monstruos para convertirlos en los guardianes del muro, en los vigilantes de la frontera. Monstruos que levanten vallas tan altas que no veamos que sucede al otro lado, que no oigamos sus gritos, que no oigamos los disparos. Y construimos  tierras de nadie donde desterrar a quienes nunca dejamos entrar. Donde enterrar cadáveres sin identificar, porque ya ni siquiera preguntamos su nombre: Y el pelotón de verdugos no osó mirarle a la cara.

Y en la playa donde tomar el sol, otro cadáver. Y en el mar donde ir de crucero, miles de ahogados. Y mientras lo viejo no acaba de morir, mientras lo nuevo nunca acaba de llegar, se pierde  y se olvida el ahora. Y en este ahora es cuando se combaten los monstruos.

Lorca y Gramsci quizás coinciden en “este momento dramático del mundo” del que nos habla el poeta en Nueva en Nueva York en su entrevista. Un momento que, quizás, dura siempre y solo cambia quien lo sufre. Y haya incluso quienes lo sufran siempre. Por eso, como nos recuerda Lorca: “Execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista sólo porque ama a su patria con una venda en los ojos”.  Porque frente a ese nosotros de frontera y miedo, de diferencia convertida en rechazo, existe otro diferente. Uno que quiere romper las barreras del miedo, del prejuicio, de la intolerancia. Uno que quiere mirar a los ojos para evitar el disparo. Y dejar el ramo de azucenas para meterse en el fango hasta la cintura. Y utilizar la palabra para nombrar a los monstruos. Y no dejar que el silencio lo invada todo o, aún peor, la palabra que habla pero no dice nada; ese interregno entre el silencio y el grito donde la mentira impone su ley. Y llenarlo de ese “algo más” que necesitamos para no sentirnos tan vacíos como una mirada de indolencia y un cambia ya de canal.

Este viernes 30 de junio, en la plaza Cañadío de Santander, a partir de las 20 hrs, ciudadanos, poetas y artistas cántabros se sumarán a diferentes ciudades españolas  para llenar ese hueco de poesía, como gesto insumiso frente a los monstruos que habitan y nos habitan. Y así juntos decir: Acogida Sí, Guerra No.

 

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