Letras y política. Fogonazos de lucidez

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||por FERNANDO AUSENCIA, cofundador y coeditor de ALAS EDICIONES||

Hace unos años, paseando por una alameda preciosa, escuché una conversación de dos jóvenes, igual de preciosos, sobre la camiseta de uno de ellos, el bisoño de pelo panojo y ojos veraniegos. En la camiseta en cuestión estaba impreso el rostro habitual (y comercial) del comandante Che Guevara. El amigo del chico panojo le da un golpecito en el hombro al colega y le pregunta sobre esa cara, ¿quién es este tío? El amigo le contesta con una seguridad digna de labios jóvenes, que es un cantante de los sesenta. Después les perdí la pista, ellos tomaron, creo, el camino infinito de los años jóvenes, y yo el mío que me tendría que llevar a la atalaya de la edad madura, donde ahora me encuentro.

La literatura como puerta

Arrastro conmigo esa imagen, a veces la tengo más presente y a veces menos. El Che y sus grandes éxitos, según esos jóvenes. Últimamente, sin embargo, no es que la tengo presente, es que no me la quito de la cabeza. Será por estos tiempos raros de cambio, o de no cambio, o de cambio que unos dicen que se está produciendo mientras ellos mismos cambian. No lo sé. Pero está ahí, tan fresca como en ese momento vivido, bajo la alameda preciosa, posiblemente de las afueras de alguna ciudad igualmente lindante con la nada.

Hace años, también, que me subí a los lomos de la literatura, hace demasiados diría yo. Me subí a esa bestia indomable para buscar un camino, el cambio, la sensibilidad que el mundo necesita, o, mejor dicho, las sensibilidades que el mundo necesita para dar pasitos hacia no se sabe dónde, y mi propio lugar en el mundo. Las ganas de cambiar las cosas, la búsqueda de preguntas que me permitieran inventarme las respuestas, la búsqueda de las incertidumbres y las contradicciones que me permitieran nuevos horizontes.

Porque la literatura es eso (y no el consumo literario), realmente no tiene nada que ver con que la gente lea, con esas majaderías políticamente correctas donde se afirma sin rubor alguno que una sociedad que lee es una sociedad más madura y con mayor capacidad de defensa y actitud crítica. Bobadas, y lo digo así para que todo el mundo me entienda. La clave es qué leer, no leer, a secas. Y qué leer es el camino virgen y autónomo que recorremos de cada uno de nosotros.

La literatura ofrece las herramientas para crecer y buscar la manera de hacerlo, para buscarte tus propias heridas y tus bálsamos, para comprender el mundo sin que otros te lo hagan comprender a su manera, la literatura es libertad con sufrimiento, es abrir la mente cuando otros te la quieren cerrar (a tu manera), la literatura es descubrir que la banderas nada tienen que ver con la patria, la literatura es un arma cargada de exploradores que saben que no hay más camino para transformar que el que uno mismo encuentra y recorre. Literatura es escribir, explorar, responder sin respuestas.

La literatura sin embargo se pone en peligro de extinción cuando se usa para que otros te hagan comprender el mundo a su manera, cuando otros con ella te ofrecen el sufrimiento que ellos quieren que sufras, cuando otros con ella solo te permiten abrir dos ventanas de tu mente, y siempre para ver el paisaje que no te has encontrado en tu peregrinar autónomo. Está en peligro, digo, cuando de repente otros te ofrecen banderas a partir de unos versos “politizados”, se muere la literatura cuando otros exploran por ti y tú dejas que te elijan el camino. La literatura se muere cuando empiezas a dudar si Benedetti era un escritor o un revolucionario uruguayo, si Tolstoi era un cero a la izquierda porque era conde y vivía con ciertas comodidades, si Galeano de repente pegó tiros en vez de gastar tinta, si Machado se pasó la vida en revueltas sociales o en su despacho escribiendo.

La literatura se muere igual que la vida, como cuando el Che y los jóvenes bisoños con todo por delante bajo la alameda. Porque cuando se adueñan los poderes de las sensibilidades que el mundo literario te invita a que descubras, se acaba la libertad y los principios de uno, porque los buscan y los definen otros, porque la literatura en vez de ser libertad y herramienta de cambio la convierten, a su conveniencia, en propaganda…y la propaganda, de cualquier tendencia, no debiera salir, nunca, de los buzones.

 

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