Perra tumba

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“Nos coméis la templanza, nos comemos cerdos padres de familia, los cerdos comen las orejas del más pobre y, así, hasta el infierno”[1]

Y Dante se descuelga por la lengua del diablo, una y mil veces hacia la boca del infierno. Por sus venas nace el viejo y se detiene en el círculo sin tiempo donde nadie muere, donde cada lágrima de ciego busca verse en el espejo. Al otro lado un Dorian Grey ensimismado: “Que no te engañen las piedras vegetar no es de sabios vegetar” se dice mientras recoge el hilo de sus arrugas hasta hacer de él un ovillo.

En una punta, el brazo en alto saluda al verdugo disfrazado de primero lo(s) nuestro(s), cuando los nuestros se visten con los harapos de una dentellada al vacío, cuando los nuestros se envuelven en un trozo de tela con las esquelas grabadas de quienes no pudieron elegir, de quienes no quisieron elegir ninguno de los  bandos porque la simetría era tan atroz que desollaba cualquier atisbo de humanidad.

Porque mientras agitas tu bandera para reafirmar tu ego, otra muerte más envenena la utopía. Porque “Hay demasiado dinero demasiadas pieles sin su esqueleto demasiadas águilas en jaulas demasiado bosque de cenicero demasiados besos a tumbas demasiadas universidades convertidas en circo feroz (…) hay demasiadas sumas, demasiados muertos por nada”. Hay demasiados tahúres que reparten las cartas marcadas, demasiadas miradas vacías, demasiadas voces travestidas tras el eco repetido de una sola voz.

Y mientras intentamos unir de nuevo las piezas del cadáver exquisito que nos deja el último atentado, soñamos con llegar en el instante antes de la detonación, en coger el testigo de quien alargó su mano antes que nosotros, en ser algo más que un temblor efímero en la barbilla de un dios con “cicatriz a fuego en el ombligo”. No podría sentirse más orgulloso de sí mismo. Pero llegamos demasiado tarde y nos asusta el vacío. Necesitamos aferrarnos a algo que de sentido a esa diminuta partícula de tiempo que llamamos eternidad.

Y quizás por eso nos encadenamos a pasados que nunca fueron nuestros, a presentes que se nos escapan entre los dedos, a futuros que nos sostienen sin saber si quiera si nuestros nombres eran los nuestros, hasta dejarnos caer otra vez en ese lugar habitado por nadie: “Pasé un trapo se convirtieron en el cromo de un niño sin ojos, nacieron de nuevo en otra parte. Aún más quietas”

 

«Perdonadme por todos los sueños degollados, tan solo quería acunarlos. Como un ser de garras metálicas a un polluelo» Patricia Fernández: «Perra Tumba»

Lo tengo decidido “Al salir me pondré de nuevo la máscara” caminaré por el precipicio de las aceras barnizadas de saliba sin levantar la mirada del suelo. Solo para no tropezarme contigo, solo para no devolver tu mirada, solo para no darme cuenta de que al otro lado alguien se empeña en reconocerme. Mi máscara será tan diferente que nadie se dará cuenta de que la llevo puesta.

Y saludaré en el rellano del portal a mi vecino sin nombre y reproduciré cada movimiento, con tal precisión, que nadie sabrá que estoy actuando. Nadie debe saber lo que ocurre. Si me reconocen, soy hombre muerto. Si adivinan lo que siento, soy hombre muerto, si se dan cuenta de que estoy muerto de miedo, soy hombre…muerto. Por eso lo tengo decidido; aunque no siempre puedo, y hay quien es capaz de ver las grietas. Malditos vendedores de caretas, ellos tienen la culpa de todo.

Podría ser en cualquier sitio, en cualquier lugar, pero es en Santander. La brújula sin norte de una ciudad donde el viento da de cara por si acaso una caricia. Es Santander pero “Llueve en Arkansas/abrasador sureste de África” donde las mismas moscas devoran una hamburguesa o una barriga hinchada o incluso la parte quemada de una quesada. Ocurre en Santander, “alabadas sean las palomas” se escucha desde el alféizar, “alabados todos los dinosaurios” contestan desde el paseo Pereda. “Qué vivan las zarzas que salen de las bocas desdentadas que besaron tanto” reclama la última poeta que no quiere salir en la foto, porque sabe que la realidad está desenfocada. Por eso escribe, por eso crea universos que acogen refugiados de todos los lugares, desertores de todos los bandos. Sí, está ocurriendo aquí, en Santander. Y “mientras yo explicaba a los tartamudos que tan solo corría descalzo porque volaba” me decidí a mirarte, a traspasar la concertina del miedo: “Llámame caníbal, llámame hijoputa, pero tiene dos corazones y parece de otro planeta”.

“Colguemos uniformes atestados de galones en horcas” a cualquier uniforme, los que se ven y los que no, hasta que nos explote dentro la otra persona que éramos, que soñamos con ser. Porque si “el primer hombre que hizo un huerto, esclavizó a la humanidad” quizás sea el momento de morirnos de hambre para recuperar el aliento y saber lo que se siente antes de hablar, de dictar sentencia, de señalar con el dedo. Quizás sea el momento de habitar los espacios, de reencantarlos desde dentro. Y está ocurriendo en Santander. Sí, aquí, en Santander.

Nota: Este Jueves, 14 de septiembre a las 20 hrs, en la Librería La Vorágine, la poeta Patricia Fernández presentará su nuevo poemario “Perra Tumba”.

[1] Este y cada uno de los entrecomillados son extractos de «Perra Tumba», el  nuevo poemario de la poeta Patricia Fernández. El texto nace de ellos, se reinterpreta, adquiere vida propia a través de ellos. Una de las infinitas vidas que Patricia propone. De reinventar la realidad, de pensarla, de soñarla, de sentirla. Una forma de sobremorir. Este artículo tan solo es una de ellas. Las otras son cosa tuya…

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