Nadar y guardar la ropa

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(…)
Mi cuerpo que se hunde
en transparentes ríos
y va soltando en ellos
su aliento, lentamente,
dándoselo a respirar a la corriente
(…)
Soy el nadador, Señor, solo el hombre que nada.
Gracias doy a tus aguas porque en ellas
mis brazos todavía
hacen ruido de alas.

Estos versos pertenecen al poema “El nadador” del poeta argentino Héctor Viel Temperley, fuente en la que bebió la actriz, también argentina, Trinidad Asensio, para escribir el texto de “Brazadas”, según propia declaración, que ella misma interpreta, y que, bajo la dirección de Gabriela Ruedas, ha sido la segunda de las funciones programadas para la III Muestra Internacional de Teatro MUJERES QUE CUENTAN, puesta en escena los días 20 y 21 de octubre, en La Teatrería de Ábrego.

Una escena de Brazadas

El mar que separa dos continentes tiene sus límites físicos en ambas orillas. Pero sus límites humanos, sociales y culturales van más allá de lo de “allá” y de lo de “acá”, a modo de metáfora de un mar, en el que sobrevivir quienes hayan “cruzado el charco”.

En este caso, el personaje que interpreta Trinidad Asensio, mujer joven, que ha de poner a prueba todos los modos de natación y buceo a su alcance, es decir, todos sus recursos intelectuales y emocionales, para no sucumbir en una vorágine, donde no faltan voraces tiburones.

En aguas así, ¿es fácil bracear sin sufrir agüillas, y seguir nadando. En cualquier caso, hay que saber nadar para no hundirse, y guardar la ropa, para no quedar a la intemperie de los peligros, que pueden acechar, si no se nada, incluso contracorriente de los propios sueños y necesidades.

Y eso es lo que hace el personaje de “Brazadas”, que la actriz interpreta con un muestrario de posturas propias de una sesión, más que de teatro, de fotografías para revistas de moda, que sin cesar Trinidad Asensio prodiga con vestido, con albornoz, con bañador, en un vestuario de piscina, que es metáfora de mar en tierra adentro, donde entrenarse para salir a ese mar, donde no braman las olas, pero sí se oyen voces hostiles, que ponen obstáculos duros como rocas.

Autora y directora han optado por la seducción como estilo natatorio, no exento de alguna frivolidad, a modo de estrategia de autodefensa, resistencia y conquista, con el riesgo de ser seducida y conquistada por amores que quieren devorarla, lo que obliga a seguir nadando, guardando, al menos en parte, la ropa.

La actriz posa variada e ininterrumpidamente, muestra a su personaje con la agilidad y la gracia de quien quiere caer bien y ser aceptada, sin sufrir más de lo que requiere una nueva vida en un mundo distinto. Esa es la parte externa del personaje. Porque su espíritu se deja ver en el texto de “Brazadas”, afectado por el tono a veces melancólico y esperanzado, que late en el poema inspirador, a lo que añade un plus de rebeldía y confianza del personaje en sí misma.

Los distintos estados de ánimo, que anidan en su espíritu, sus recelos, su inseguridad, sus anhelos, sus decepciones, sus reproches, en suma, su lucha, parecen quedar ocultos en la trama de posturas, acompañadas de risas falsamente abiertas y decididos gestos de acusación, con los que no exponerse a perder toda la ropa, y condenarse a seguir nadando en un mar de incertidumbre. Pero las luces y las músicas se encargan de que se transluzcan los momentos anímicos del personaje, a pesar de los escasos recursos técnicos de la sala.

Al fin, la actriz escuchó sus brazadas como “ruido de alas”. El de los prolongados aplausos al aire, para que llegaran a ella, de los espectadores. Seguro que con ellos voló. Por un momento, al menos.

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