Alrededor de una mesa

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Recuerdo las horas recogiendo las vainas en la huerta. A mi abuela, y luego a mi tía, decirme que no las arrancara de cuajo, que las cogiera por el extremo. No tener prisa, no hacerlo bruscamente, templar la mano antes de ofrecerla. Recuerdo las horas en la cocina picando los kilos de vainas que habíamos cogido. Sentados, alrededor de los sábanos tirados en el suelo, hablar de todo, ocupar el tiempo en escuchar, en curiosear lo que escondía cada mano. En aprender a hablar con los silencios. Con la mirada puesta en “estate a lo que estás, que te despistas con las moscas” y sonreír, porque era cierto.

Eran actos cotidianos que aprendías desde pequeño, que formaban parte de la forma de relacionarte con los demás, de la forma de conocerlos. Alguna vez esos momentos eran compartidos con algún otro vecino del pueblo. De esta forma, se creaban espacios en los que diferentes generaciones encontraban un lugar común en el que compartir, en el que (re)conocerse. No era necesario hablar demasiado, aunque siempre hay a quien le gusta más “darle a la piqueta” hablando de esto o de lo otro, o de este o aquella. Imagino que es algo difícil de evitar.

También recuerdo a mi abuelo decir «y tú que sabes lo que se cuece en otras cocinas” una forma, o así lo entendía yo, de no meterse en juzgar la vida de los demás, de no hablar de lo que uno no sabe, de “deja de fijarte tanto en lo que hacen o dejan de hacer o decir los demás y fíjate un poco más en lo que haces y dices tú”. O, como decía mi abuela, “habla siempre que quieras y de lo que quieras hijo, pero si no tienes nada bueno que decir de alguien mejor estar callado. Así, por lo menos, si te equivocas, no le habrás hecho mal a nadie. Porque, no lo olvides, más allá de las palabras,  somos lo que hacemos, cómo nos comportamos con los demás”. En definitiva, en una cocina, en torno a un puchero o preparando unas alubias, ocupabas el tiempo en convivir, centrado en aprender lo que otros antes que tú habían aprendido, en “hacer las labores”.  Y, sin darte cuenta, compartiendo momentos, silencios, conversaciones con personas muy diferentes a lo que hoy eres y quizás a quién eras en ese momento.

Cuadro de la pintora damasquina Ola al-Ayoubi. Fuente: Syria Untold

Escuchabas las historias de la familia, de quienes  se fueron a “hacer las américas”  con una “mano adelante y la otra atrás”. De los que también se fueron, pero más cerca, a la ciudad, a Madrid, Barcelona o Bilbao, a trabajar en las fábricas y mandar algo de dinero para casa. Aunque, cuando aquello, la distancia parecía mayor y todo era muy diferente.

De quienes les fue bien, de quienes no les fue tan bien, de quienes les fue tan bien que olvidaron de dónde venían, y que un día no tuvieron nada.

En fin, aprendías un poco de la vida, a través de las historias de otros. También de la guerra civil, bueno, no tanto de la guerra civil y la dictadura como de lo que para ellos fue una época de su vida que, por una u otra razón,-ninguna buena- les dejó una huella imposible de borrar. Y es que “cada uno cuenta la película desde donde le ha tocado vivirla decía mi abuelo, pero el saludo no se le niega a nadie y  un plato en la mesa tampoco”.

Al recordarlo no veo en aquellos momentos una intención concreta, sino a personas que contaban, que compartían momentos de  sus vidas, de cómo entendían las suyas,  mientras  compartían un momento de la tuya. Una forma de echar el rato que dirían algunos, o de  matar el tiempo -sin darnos cuenta de que es el tiempo quien nos mata-. Y es que, quizás la mejor manera de conocer a alguien es compartir un momento, ver cómo hace las cosas. No se trata tanto de ver las cosas de la misma manera, sino de aprender que el mundo es mucho más que tu mirada. Y todo eso “picando” unas vainas.

Este sábado la asociación Comunidad Solidaria Cantabria Actúa ha organizado el Primer ShowCooking y Degustación de comida siria y libanesa. De la mano de personas refugiadas, residentes ahora en Cantabria,  quienes han acudido han podido aprender un poco más de esas personas, de su vida, de la “mochila” que llevan a la espalda.

No era una charla, ni una conferencia, no sé si han hablado de Isis, de la “Raqqa” en ruinas, de las cometas Afganas agujereadas por las balas, de los talibanes, de los campos de refugiados en Líbano, de las fábricas de armas la Europa “civilizada”. De todo lo que han perdido hasta llegar aquí, del olvido al que poco a poco se les está postergando, otra vez, como ha pasado antes, como pasa demasiadas veces.

Alrededor de una mesa,  de sus hojas de Parra y Bulgur, de sus Aguas de Azahar y Rosas, de su Cordero con  Almendras, de sus Dátiles y Cardamomo, quizás  haya sido algo más. Quizás ha sido una forma de conocer(les), de convivir.  Algo tan fácil, sencillo y revolucionario como eso.

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