Cuidado con los países pequeños

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||De la serie CONFLICTOS OLVIDADOS: LOS OTROS REFUGIADOS||

Ese era el título de la obra de David Hirst, publicada en 2010. Se refería al denominado país los cedros, el Líbano, otrora la “Suiza de Oriente Medio”. Hasta que una terrible e infame guerra civil de tres lustros de duración (uno de los conflictos contemporáneos más largos y duros, como indicó el historiador británico Eric Hobsbawm), destrozó el estado por completo y polarizó el enfrentamiento confesional, en el cual el jefe de estado ha de ser cristiano maronita, el jefe del ejecutivo, musulmán sunita y por último el portavoz del parlamento nacional, adherente del islam chií. Eso sin contar las no menos de 20 etnias presentes en dicho territorio, poco mas grande en superficie, que la Comunidad de Madrid.

Combatientes en la frontera

Los acuerdos de Taif para cerrar la dolorosa deflagración fraticida, no significó el fin de los problemas en el país. Siria, bajo una negociación envenenada llevada a cabo por Hafez Al Assad frente a las ordenanzas de la ONU, logró establecer un protectorado de facto en territorio libanés. Su hombre fuerte, el ex jefe de inteligencia Ghazi Kanaan, dirigiría los destinos de la población, usando a su gusto a un títere como era el presidente del país en la más inmediata postguerra, Emile Lahoud. Todo cambiaría el 14 de Febrero de 2005. El conocido “Día de los Enamorados”, se tiñó de sangre y ceniza en el centro de Beirut.

El ex primer ministro de país, Rafik Hariri, era brutalmente asesinado con un explosivo a control remoto, cuando su automóvil atravesaba la ciudad en dirección al parlamento. La respuesta -ejemplar- de la sociedad libanesa, agrupada en torno a la alianza “Movimiento del Futuro”, dio pie a la llamada Revolución de los Cedros. Atrás quedaban casi tes décadas de inferencia siria en el Líbano. Algo que no gustó al principal aliado de Damasco: El grupo militante Hezbollah, el cual pasó de ser un movimiento de resistencia -para algunos- o grupo terrorista -para otros muchos-, a integrarse en el organigrama político estatal.

Su secretario general, el jeque Hassan Nasrallah, saboteó todos los intentos de creación de un tribunal especial de la ONU para el Líbano. Del mismo modo, el antiguo virrey, G. Kanaan, se suicidó en su despacho de Damasco en Octubre de ese año. Por desgracia, la tempestad no cesó, si no que continuó. Entre 2006 y 2016 el Líbano sufrió una “guerra de baja intensidad” con Israel, con unos 3.000 muertos civiles, un conflicto sectario ente milicias islamistas en el campo de Nahd El Bared en mayo-junio de 2007, el llamamiento a las armas por parte de Hezbollah para derrocar al gobierno electo, tras ser cercenada su red de comunicaciones ilegal y por último el interregno de casi 3 años sin un jefe de estado.

Sólo en Octubre pasado, siendo apoyado por Hezbollah, el antiguo comandante de las Fuerzas Armadas Libanesas -amén de señor de la guerra-, Michel Aoun, accedió al más alto cargo político del país. Intentando conciliar facciones, designó como jefe de gobierno al joven Saad Hariri, hijo del ex premier asesinado en 2005. Poco ha durado la calma. Hace escasos días, Hariri, desde Riyadh -quien de hecho nació en la capital saudí-, dimitía aduciendo su temor a ser “asesinado por agentes de Hezbollah, brazo ejecutor de las políticas de la República Islámica de Irán; en el Líbano”. Por desgracia, este es un suceso harto conocido y repetido. Líbano, lleva desde la revolución islámica del ayatolá Jomeini, como tablero de ajedrez entre los dos enemigos acérrimos del mundo islámico: Arabia Saudí e Irán.

A todo ello hay que unir el suceso de un misil lanzado desde Yemen -otro país cuyo conflicto ha sido silenciado, hoy considerado “el Vietnam árabe”, e interceptado por las fuerzas especiales saudíes, ha hecho que la teocracia dirigida en las sombras por el joven Mohamed bin Salman; acuse a Líbano de dar amparo a Hezbollah. Supuestamente fueron los que usaron dicho artefacto bélico, cediéndolo a la dirección de los rebeldes houthies de Yemen. En tono amenazador, el príncipe heredero, a la par que ministro de defensa saudí, hizo unas declaraciones belicosas contra Beirut.

Nadie sabe como se desarrollará todo lo ligado a una nueva crisis en Oriente Medio. Ni la visita del presidente francés, Emmanuel Macron para discernir si Saad Hariri es de facto retenido por la casa de Saud, han calmado los ánimos. EEUU a través de su secretario de Estado, Rex Tillerson sólo se ha pronunciado someramente y pasando la patata caliente al Consejo de Seguridad y Cooperación del Golfo. Una vez más se cumple el dicho de Kahlil Gibran: “Triste es la nación que aclama al matón como héroe, y que considera que todo conquistador; es generoso”.

 

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