La poesía de Miguel Hernández, y la de algún otro poeta, han dado mucho que hablar, que cantar, que actuar, a lo largo del tiempo Con motivo del 75º aniversario de la muerte del poeta de Orihuela, la Cía. Teatro Guirigai ha recuperado “Un encuentro con Miguel Hernández”, obra que estrenó en 2010, y en la que, con el soporte de 40 poemas, articula un montaje, que, en la noche del pasado 17 de noviembre, presentó en la 28ª Muestra Internacional de Teatro Contemporáneo, en el Salón de Actos de la Facultad de Medicina UC.

Con “Un encuentro…”, dirigido por Agustín Iglesias, Teatro Girigai, que no es la primera vez que participa en la Muestra, además de rendir homenaje a Miguel Hernández, recordando su poesía en su breve recorrido existencial, ilustra sobre los momentos dramáticos en un tiempo de la historia de España, probablemente los peores para la lírica.

Teatro Guirigai

Tres intérpretes –Magda García Arenal, Raúl Rodríguez y Jesús Peñas- pasan y repasan, de uno en uno o los tres a la vez, la juventud cabrera del poeta, su estancia en Madrid, con encuentros literarios; la ilusión frustrada de la República; la tragedia cumplida de la guerra, con sus aliados; la cárcel; la enfermedad; la muerte. Y el amor por Josefina Manresa, y por su hijo. Y el dolor por la muerte de su “compañero del alma”, Ramón Sijé. Toda una vida, por más que corta, pero de biografía intensa, de tan duradera como feliz influencia. Y un tramo indeseable en el devenir de España, de tan duraderas, como fatales consecuencias. Para el poeta, la perdida de la vida, en el descuido, a los 31 años de edad.

Se debe dar por acertada la selección de poemas, por el mero hecho de ellos han sido los elegidos, por quienes, no tenemos por qué dudar, han adoptado un criterio adecuado a los fines perseguidos. Lo digo porque, para estos menesteres, cada tiene en su alma un antólogo, como tiene un seleccionador, en materia de fútbol. Lo que importa es que teatralizar poemas no es empresa sencilla, más si los poemas no han sido escritos para la escena, como sí lo fueron los de tantas obras del teatro clásico.

En cualquier caso, en España no han abundado los actores que han sabido decir los versos con los acentos, los ritmos y las musicalidades debidos. La dificultad aumenta, cuando no han de ser simplemente leídos o recitados, sino dramatizados por más de un intérprete, de modo que los versos, sin dejar de serlo, se hagan teatro, con sus réplicas.

Los de Teatro Guirigai llevaron, desde el pastoreo a la muerte, a buen puerto escénico los versos elegidos de Miguel Hernández. Que en la travesía algunos finales de poema parecieran hundirse en la voz, o que en la elegía a Ramón Sijé no se trasluciera el hondo dolor de lo escrito (por otro lado, no todas las funciones son iguales), no empañan la transparencia de un trabajo actoral, dinámico y apasionado, que hizo presente a Miguel Hernández, con toda su carga de vida y muerte a cuestas.

En un espacio escénico con tres puertas abiertas, portadoras de sencillos simbolismos del espíritu del poeta, abierto y sencillo, los intérpretes salen y entran, se acercan y se separan, se emocionan, se hacen piña, se ríen, se duelen, se exaltan, se desasosiegan, se asustan, todo con la palabra de Miguel Hernández, pero con movimientos y gestualidad, acoplados a aquellas, de sus propios cuerpos. Contribuyeron al mejor ensamblaje de palabra, voz y acción los juegos de luces -quietas y nerviosas, sombrías y luminosas-, así como las músicas –variadas y selectas. Una de esas veces, en las que la iluminación y las músicas no son elementos simplemente adjetivos, sino sustantivos. Protagonistas, también.