Los dirigibles de Torres Quevedo visitan el Dique de Gamazo

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La Caseta de Bombas acoge desde este viernes una exposición en torno al ingeniero cántabro Leonardo Torres Quevedo, creador del primer teleférico de transporte de viajeros en América, en las cataratas del Niágara, entre otros inventos como el telequino que emitía órdenes de radio a distancia o un autómata capaz de ‘pensar’ y ejecutar movimientos de ajedrez.

Cuadro con uno de los dirigibles de Torres Quevedo protegiendo barcos durante la I Guerra Mundial

En su legado constan patentes de todo tipo (máquinas de escribir, punteros para ayudar a profesores en las explicaciones en clase, una nave con casco metálico o sistemas precursores de las futuras computadores.

Pero si por algo es conocido este cántabro es por los dirigibles aéreos, que protagonizarán la exposición que puede visitarse desde este viernes en La Caseta de Bombas, restaurante del grupo Deluz instalado en la antigua caseta de bombas del Dique de Gamazo que acoge programación cultural complementaria a su actividad hostelera orientada a la didáctica sobre la mar o sobre el mundo industrial.

La exposición ‘Leonardo Torres Quevedo y los dirigibles’ podrá visitarse hasta el 3 de marzo, con entrada libre, y se organiza en colaboración con la asociación ‘Amigos de la cultura científica’.

La cita se inaugura este viernes por la tarde, con una conferencia a las 18.00 horas de Francisco González Redondo, profesor de la Universidad Complutense de Madrid, que hablará sobre ‘Vigilantes de los mares. Los dirigibles de Torres Quevedo en la I Guerra Mundial. 1918-2018’

EL INGENIERO DE MOLLEDO QUE GANÓ LA GUERRA

Torres Quevedo, ingeniero de Caminos de formación a quien Maurice d’Ocagne caracterizó en 1930 como “el más prodigioso inventor de su tiempo”, puede ser considerado como el “ingeniero total”,

Retrato de Leonardo Torres Quevedo por Sorolla.

Retrato de Leonardo Torres Quevedo por Sorolla.

Nacido en 1852 en Santa Cruz de Iguña (Molledo), –donde hizo los primeros ensayos y patentó el primer transbordador– y fallecido en Madrid en 1936, sus dirigibles sirvieron para proteger desde el aire a los barcos, de modo que permitió que los británicos ganasen la Primera Guerra Mundial, levantando el bloqueo de los submarinos alemanes.

Diseñados por él, se construyeron más de 60 en Reino Unido y ni un solo barco de aprovisionamiento de las Islas Británicas fue hundido por un submarino alemán mientras estuvieron protegidos por los dirigibles diseñados por Torres Quevedo.

De ascendencia bilbaína por parte de padre y cántabra por su madre, vivió y estudió en la capital vizcaína los primeros años de su vida y, más tarde, marchó a París y Madrid para completar sus estudios como ingeniero de Caminos.

Un largo viaje por Europa que pudo realizar gracias a una herencia le sirvió para conocer los últimos avances científicos y técnicos de un mundo que estaba en plena transformación y que cada día se despertaba con una nueva invención.

A su regreso a España se instaló en su localidad natal, donde, llevado por la curiosidad y espoleado por todos los prodigios que había visto, empezó a centrar su trabajo en la investigación, algo que ya nunca abandonaría.

Allí, en Molledo, inventó y patentó su sistema de transbordador en 1887, en principio destinado al transporte de cargas. Ya en el nuevo siglo, en 1907, cuando Torres Quevedo era un ingeniero e inventor de reconocido prestigio, instaló en el monte Ulía de San Sebastián el primer teleférico abierto en el mundo capaz de transportar personas.

De hecho, el famoso Transbordador del Niágara, abierto nueve años después, es una evolución de este primer ingenio de Torres Quevedo, basado en un sistema de cables soporte y tractores que se auto equilibra, trabajando a tensión constante soportada por los contrapesos situados en uno de sus extremos. Esto es, su patente de 1887, que fue la base, y aún sigue siéndolo, para todos los teleféricos construidos desde entonces a lo largo y ancho del mundo.

 

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El Transbordador del Niágara, conocido como Niagara Spanish Aerocar, que ha cumplido 100 años de funcionamiento con pequeñas modificaciones y sin haber sufrido accidentes dignos de mención, es una de las atracciones turísticas imprescindibles del lugar, junto a las famosas cataratas.

Hablamos de un teleférico, de 580 metros de longitud, que comunica dos puntos en la orilla canadiense (allí donde se produce el famoso remolino, whirlpool) y que posee otra particularidad: no sólo es el primer teleférico para pasajeros de toda Norteamérica, sino que se trata de un proyecto español de principio a final.

OTROS INVENTOS

Su interés por resolver problemas le llevó a construir unas máquinas que él llamó aritmómetros, que resolvían operaciones muy complicadas, en raíces reales y complejas, y que podía hallar las raíces de polinomios de grado 8, algo inaudito para hace 100 años.

El teleférico de las cataratas del Niágara, de Torres Quevedo

En 1902 creó el Telekino, un invento considerado desde hace diez años por el IEEE (Instituto de Ingenieros Eléctricos y Electrónicos, por sus siglas en inglés) un hito para la ingeniería mundial.

Se trataba de un autómata que ejecutaba órdenes transmitidas por ondas hertzianas, lo que de facto era el primer aparato de radiodirección del mundo, pionero en el campo del mando a distancia. Torres Quevedo lo concibió tanto para gobernar los torpedos submarinos de la Armada española como para maniobrar dirigibles, sin necesidad de arriesgar vidas humanas.

Infatigable creador, en 1914 presentó en España y Francia la considerada primera manifestación de inteligencia artificial de la historia: el “Ajedrecista”. Se trataba de un autómata con el que se podía jugar un final de partida de ajedrez: torre y rey contra rey.

La máquina analizaba en cada movimiento la posición del rey que manejaba el humano, pensaba e iba moviendo inteligentemente su torre o su rey, dentro de las reglas del ajedrez y de acuerdo con el programa introducido en la máquina por su constructor hasta, indefectiblemente, dar el jaque mate.

Y hay más, mucho más. Patentes sobre máquinas de escribir, un puntero proyectable para ayudar a los profesores en sus explicaciones, la llamada binave -el primer bimarán de casco metálico de la historia, cuyo uso no se haría común hasta finales del siglo XX- o las denominadas máquinas algébricas, artefactos de cálculo analógico en los que una determinada ecuación algébrica se resolvía mediante un modelo físico. Más tarde presentaría en Argentina su concepción teórica de nuevas máquinas de calcular digitales de tecnología electromecánica, adelantándose nuevamente a su época.

Con todo, el año verdaderamente crucial para la figura de Torres Quevedo fue 1920, cuando presentó en París su aritmómetro electromecánico, materialización de las ideas teóricas sobre las máquinas analíticas avanzadas ya años antes. Esta nueva creación contenía las diferentes unidades que constituyen hoy una computadora (unidad aritmética, unidad de control, pequeña memoria y una máquina de escribir como órgano de salida y para imprimir el resultado final), convirtiéndole en el inventor del primer ordenador de la historia.

En torno a su figura, que despertó admiración a uno y otro lado del Atlántico, se sitúa asimismo un hecho tan destacado como los orígenes de la I+D+i. En 1906, un grupo de empresarios vascos creó la Sociedad de Estudios y Obras de Ingeniería, cuyo objeto, fijado en su primera base, era esclarecedor: “Estudiar experimentalmente los proyectos o inventos que le sean presentados por don Leonardo Torres Quevedo y llevarlos a la práctica”.

Torres Quevedo murió en Madrid en 1936, habiendo dedicado los últimos años de su vida a recoger por todo el mundo reconocimientos a su creatividad, labor investigadora e ingenio.

LA CASETA DE BOMBAS

El edificio, construido en 1888, pertenece al Dique de Gamazo, declarado Bien de Interés Cultural en 2001.

La Caseta de Bombas

El Dique de Gamazo fue en su momento una de las construcciones navales más importantes de la época, su historia se recupera en una exposición fotográfica con imágenes de la época que atesoran el Archivo General del Puerto y el Centro de Documentación de la Imagen de Santander (CDIS), con la ayuda de la agente cultural Marta Mantecón.

Allí se organizan charlas, mesas redondas y coloquios con el mar de fondo, además de talleres para niños en torno a la mar y otros temas, con parte de las plazas para niños becados a través de organizaciones sociales cántabras. También se están desarrollando actividades en torno a los usos culturales de antiguos edificios de origen industrial.

La Caseta de Bombas es una de las apuestas del grupo Deluz, de los hermanos hosteleros Lucía y Carlos Zamora, que tienen otros establecimientos como Días de Sur, Deluz o El Italiano en Santander, además de La Carmencita o La Vaquería Montañesa en Madrid, entre otros.

Y que suman a iniciativas más sociales como el catering De personas cocinando con sentido, en colaboración con AMPROS, o el apoyo a la cooperativa ganadera ecológica ‘Siete valles de Cantabria’, dentro de un modelo que mira a la alimentación de proximidad, con productores locales, o a tendencias como el ‘slow food’.

 

 

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