¿Revolución o regresión?

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Al cumplirse el pasado día 11 de febrero casi 4 décadas del triunfo de la Revolución Islámica Iraní, llevada a cabo por el ya conocido ayatolá Khomeini, los viejos tambores de guerra, por desgracia, han vuelto al espacio geopolítico global.

Celebraciones del aniversario

No es ningún secreto que Occidente (y más aún las sucesivas administraciones estadounidenses e israelíes, aliadas con las monarquías conservadoras -amén de productoras de crudo-), ha intentado desde el día siguiente del retorno del “Imam Salvador” descabezar dicho régimen islámico y suplantarlo, por otro más acorde a sus objetivos regionales.

La caída del Sha Mohamed Reza Pahlevi, el aliado principal de Occidente en la región fue tomado como una debacle de proporciones insospechadas.

El gabinete del por entonces presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, delegó en su Asesor de Seguridad Nacional, el polaco Zbigniew Brzezinski, la responsabilidad de alternativas al Gobierno de los Juristas Islámicos (Velayat-e-Faqih). Máxime, tras la toma de rehenes estadounidenses, por parte de estudiantes radicales, en la embajada del país en Teherán. 444 días después, tras asimismo, una operación de rescate fallida (“Garra de Águila”), los rehenes eran liberados en el aeropuerto de Argel.

La fecha era el 20 de enero de 1981. El mismo día de la toma de posesión de Ronald Reagan, como nuevo presidente norteamericano. Fue la venganza de Khomeini hacia la administración saliente, a la cual consideraba benefactora del depuesto Sha. El giro neoconservador de Reagan no ayudó a calmar la situación. Dado que si bien el nuevo inquilino de la Casa Blanca era un destacado anticomunista, tampoco tenía aprecio por el establishment islámico iraní.

Menos aún, por su fervor antioccidental y sus soflamas contra el Estado de Israel (la embajada de dicho país en Teherán, fue cerrada y ocupada por la sede de la Organización de Liberación de Palestina – OLP, junto a la ruptura de relaciones diplomáticas con Tel Aviv). Junto a todo ello, Irán sufrió una guerra de 8 largos años y casi 1.1 millones de víctimas, tras ser invadido por el Irak de Saddam Hussein -por aquel entonces, aliado de los gobiernos occidentales y de los estados árabes sunitas, que temían la expansión de la revolución islámica chií, unido a la posibilidad de un descenso brusco del flujo de petróleo-.

Fue en esos años (de los cuales no se habla), cuando también acaecieron dos de las oleadas de refugiados de guerra más brutales, de la última fase de la Guerra Fría y por consiguiente, en las postrimerías del siglo XX. A Irán, llegaron masivamente refugiados de Afganistán, tras la invasión soviética de Diciembre de 1979: Tajiks de lengua persa, emparentados étnicamente con los iraníes, pero de filiación sunita, e iraquíes de credo chiíta, principalmente huyendo de Najaf, Basora y Karbala -feudos de la resistencia política, contra el régimen secular del Baaz-.

A estos últimos, el Consejo de Mando de la Revolución en Irak, temiendo hallarse ante una posible quinta columna, les despojó de su nacionalidad, convirtiéndoles de facto, en apátridas. Junto a todos ellos, también llegarían a partir de Marzo de 1988, tras el terrible ataque con armas químicas de la aldea de Halabja; refugiados kurdos. Víctimas por la campaña de arabización / Al Anfal, de Saddam Hussein, pero también perseguidos en la vecina Turquía y el propio Irán. Es decir, entre 1979-1989, Irán absorbió un flujo global de no menos de 12.5 millones de almas.

Con los consiguientes problemas asimismo, para un país en guerra y bajo el embargo internacional, junto a sufrir numerosas sanciones internacionales. Por el contrario, el otro contendiente, la República de Irak, obtuvo ingresos bélicos por parte de EEUU y los Estados del Golfo Pérsico, de no menos de 2 billones de dólares. En sus últimos días, Khomeini, “bebió el veneno de la derrota” al firmar bajo auspicios de la ONU, el fin de la guerra contra Irak. Su desaparición no significó el fin de su metodología gubernamental. Pero sus sucesores, salvo el nuevo Líder Supremo (Alí Khamenei), optaron por un pragmatismo genérico, en busca de inversiones y la apertura a Occidente.

Todo ello, eso sí, sin renunciar a los estatutos religiosos de la República (prueba de ello, fueron las cadenas de asesinatos contra opositores en 1993 y 1999, así como la represión del “Movimiento Verde” (reformistas), que defendían la victoria del opositor Mir Hussein Mousavi, frente al pucherazo de Mahmoud Ahmadinejad, en las elecciones presidenciales de 2009, junto a las últimas protestas contra el sistema, ocurridas no hace menos de un mes). Junto a ello, Irán ha logrado ser el ganador en cierta medida, del descenso al caos ocurrido en los meses inmediatos a la “Primavera Árabe”.

La imposibilidad de intentar implantarse el modelo turco del AKP, de Tayyip Erdogan, supuso la llegada del apoyo iraní a regímenes tan oscuros como el de Bashar Al Assad en Siria (aunque desde 1980, Damasco y Teherán, mantienen una sintonía diplomática total, en aras de unidad frente a enemigos comunes: Israel, EEUU y Arabia Saudí-), o la ayuda al gobierno títere de Haydar Al Abadi, que actualmente se encuentra en Bagdad -y que fue incapaz de vencer al mal llamado “Estado Islámico”, hasta la llegada de la Fuerza Quds Iraní-.

Añadiéndose, las acusaciones de apoya subrepticiamente a la milicia houthi (de credo chiíta) en Yemen, o ayuda a otro actor no estatal, como es el «Partido de De Dios”, en Líbano (Hezbollah). Mientras, el régimen no se fractura, pero si es cierto que otro grupo dentro del estado, comienza a cobrar una fuerza preocupante: El Ejército o Guardia Revolucionaria Iraní, a través de su director, el General Qassem Soleimani, ya ha dado más de una advertencia tanto a activistas seculares, como a clérigos reformistas. En cuanto a los refugiados presentes en Irán, se debe destacar por último y no por ello, menos importante, un suceso trágico.

Al ser carentes de nacionalidad y suponer una lacra, para las arcas del estado, no pocos de ellos (hazaras afganos, tajiks ismaelíes, etc.), son contratados como fuerzas mercenarias por unos ridículos 150$, para luchar en los campos de batalla sirios, yemenitas, e iraquíes. Nada se dice de ellos. O de los 245 muerto, de estos grupos, desde Sana’a a Tikrit, pasando por Deir Al Zor.

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