Cambios de hora

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Hay cárceles invisibles, de esas donde los barrotes tienen forma de corbata con el nudo corredizo por las prisas del día a día. Y te ahogas entre tantas agendas y actividades programadas, entre tantos compromisos a los que no puedes dar la espalda. De tantos “ponte en mi lugar” que no te dejan averiguar dónde estás tú. Y así acabas habitando tierras de nadie con la mirada perdida en cualquier escaparate donde cuelgan etiquetas de pieles de plástico. Donde todo está a la venta y Nada es demasiado.

Son cárceles heredadas, nacemos en ellas. Crecemos en ellas, nos relacionamos, sentimos, pensamos  en ellas. Y así la libertad se convierte en una frontera imaginaria que nunca cruzamos porque está a solo tres pasos y nosotros solo hemos aprendido a dar dos. Y así, pedimos libertad, creemos vivir en libertad al mismo tiempo que nos sentimos encerrados. Y aumentan las ventas de prozac, de barbitúricos, de Botox para labios que no saben besar, porque solo quieren ser besados a cualquier precio. Y aumentan las ventas de espejos deformados para que solo veas un esperpento en lugar de un ser humano. Y los rompes en pedazos y protestas. Y pides una hoja de reclamaciones para protestar porque esa imagen no es perfecta. Y vuelve Platón a revolverse en su caverna. En su zulo de una ilusión a la que el Hombre nunca llega y paga su frustración con más artículos a la venta, con más cheques al portador con más anuncios en vena. Con más “a gusto del consumidor” cuando todo parece una mierda.

Y, sin embargo, frente a la Muerte el Amor grita la última anti poeta, con un ataque al corazón escribe su penúltimo poema. Mientras otro mantero yace muerto en la hora que no existe, porque le adelantaron la hora, porque su hora llegó y no se la cambia nadie. Porque hay cambios de hora que esconden desahucios, pateras hundidas, noches sin luz. Madrugadas de vidas que pierden el tiempo en un ataúd. Hay cambios de hora que aprovecha el verdugo para clavarte en la cruz, boca bajo, con una mordaza para que no digas nada -ni “mu”- : Asesinos de cadáveres caminan por la calle del Sol en un solsticio de primavera. Y la primavera nunca llega si amanece con eclipse. A veces una rosa negra es la única que nace libre, porque nace muerta, en la hora que no llega, en la hora que no se cambia por nadie.

 

En la hora arrebatada construimos nuestro tiempo (Colectivo F.A.L.M.E.A)

 

Dice una poeta que no sabe que es poeta (y qué, precisamente, por eso, lo es): “La poesía es el intento de decir con palabras aquello que no se puede explicar con palabras”. Quizás sea una forma de rebelarte contra tanta normalidad asfixiante, una forma de respirar una atmósfera irrespirable, tal vez sea una alegato contra todas esas cárceles invisibles cada vez más y más reales. Y es que puede pasar toda una vida sin que seas, sin que seamos,  conscientes de que ese maldito encierro. Algunas son tan cómodas y confortables, tan aparentemente impecables, que todo parece perfecto, que nada falta ni sobra. Aunque a veces la libertad te golpee y se amotine en forma de ataque de ansiedad, de “hay algo aquí que va mal” como decían los “Kortatu”. Y  ni si siquiera sabemos si nos da igual o no, porque no nos da el tiempo para parar a preguntárnoslo. “Pero hay algo aquí que no va, no va, no va, no va….” Se convierte en el hilo musical de tus silencios, de nuestro silencio. Quizás por eso busquemos tanto el ruido, busquemos los atascos en horas punta, las discusiones sacándole punta a cualquier tontería, los “y tú más” envueltos en “hacernos de menos”, los “no puedo parar hasta llegar tarde a mi entierro” dice un migrante, un  (in) refugiado tras recorrer medio mundo y morir a las puertas del cielo que le vendieron, que le vendimos. Y el pagó el precio, a muy alto precio.

Quizás por eso le tengamos tanto miedo al silencio que nos refugiamos en cárceles de barrotes virtuales construidas a la medida del preso. Quizás por eso busquemos salidas que nos llevan directos al matadero. Pero quizás por eso también, esos cambios de hora aparecen como espacio de “no puedo más”, con forma de salgo a la calle para gritar. Encontramos la oportunidad de cambiar el orden de las cosas, de lo que somos, de lo que hacemos, de lo que queremos ser, de lo que queremos hacer, de ser  lo que sentimos. Y en ese cambio de hora, en esa hora “robada” al tiempo, encontremos al mantero muerto que no tuvo que escapar corriendo, a la familia desahuciada que no tuvo que abandonar su casa, a las trabajadoras de sierra Llana que no vieron peligrar sus puestos de trabajo, al jubilado que  le alcanza para sacar adelante a sus hijos en paro, a sus nietos, a un futuro hipotecado. Tal vez en este cambio de hora podamos lograrlo, recuperar la memoria de todos los fusilados, los perseguidos, los torturados, de todas las sin sombrero. De todas las víctimas de “lo cotidiano” que te pasa por encima como el asfalto a una flor marchita. Quizás este cambio de hora nos de la Vida que otros nos quitan.

 

 

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