La revolución de las señoras

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Sé que un día iré al médico y tendrá un diagnóstico claro: señor Allende, sufre usted un síndrome de fascinación por las señoras de Santander. Lo noto porque cada vez me fijo más en lo que hacen las señoras, en cómo reaccionan las señoras, en de dónde sacan los pañuelos y en cuántos cafés toman por hora.

Por alguna razón el escudo de Santander lleva dos caras de dos mártires en lugar de los rostros de dos señoras de Santander: nada más santanderino que una señora de Santander, con su pelo azul y sus joyas a destiempo, siempre en la calle. Y que ahí, si todo va bien, ojalá, vamos a acabar todos. De eso se trata.

Ahí tenéis a Luli y Marta Peredo

Santander está cambiando. Cada vez es más evidente. De las escolleras al Metrotus, pasando por el feminismo o la diversidad sexual y sin olvidar la cultura que sale a la calle cada vez en más sitios, de la calle del Sol al Pasaje Zorrilla. En todos esos sitios nos encontramos. Era lo que necesitábamos.

Y aunque tiene mucho de fenómeno generacional, los cambios cuando pasan son como el Sur, que sopla para todo el mundo y nos altera sin distinguir. Por eso no hay que perder nunca de vista a las señoras de Santander.

Porque resulta que las señoras de Santander son plurales, diversas. No debería sorprendernos: saben más de todo porque llevan más tiempo conviviendo. Para ellas lo diferente es lo normal. Para ellas, lo raro es odiar.

Las tenemos, las más clásicas, en su Suizo, patrimonio simbólico ya de nuestro Santander. No renegaremos de ellas. Pero las tenemos también protestando contra las armas en el Puerto, apoyando a las personas migrantes, parando desahucios en Dávila Park.

¿O es que le vamos a negar la condición de señora de Santander a Marta Peredo, sin la cual no nos imaginamos la calle del Sol o cualquier reivindicación? ¿Acaso no fue una señora de Santander, Amparo Pérez, la que nos levantó? ¿No lo es ya, patrimonio también de todos, Isabel Tejerina? ¿O la señora del pelo ya no azul, sino morado, que se plantó frente a las máquinas que hacían la obra de la senda costera? Señoras del MetroTus, señoras de La Vorágine, señoras feministas, señoras de las preferentes, señoras de Tetuán y señoras de la finca de Altamira.

María José, señora de Santander que fue a parar el desahucio de Dávila Park

Señora es Loli la del bar del Río de la Pila, señora es Gloria Torner que nos hace ver la Bahía con su mirada, señora es Juli, que se arregla para bajar al Fuente Dé, señora es Maribel la de Isabel II, señora es Chusca, señoras eran las pescateras, señora fue La Fenómeno que da nombre a una playa y que bien podemos ver como un signo de diversidad, y señoras son las drags que conocen mejor que nadie el Santander que se quiere, el Santander que se puede, el Santander que quiere y que puede, y el Santander que quiere y no puede.

Las señoras de Santander han vivido este fin de semana las celebraciones y reivindicaciones del Orgullo organizado por ALEGA en pleno centro de la ciudad. Cogidas del brazo, apoyadas en el bastón, y, entre comentarios sobre «la última» del vecino,  han visto pasar la bandera más plural frente a Zara, frente a Purificación García, frente a las franquicias, frente a la Catedral, con esa mezcla de sorpresa, curiosidad y pasividad que tan bien saben conjugar los santanderinos.

Pero no sólo han mirado: las señoras de Santander han bailado el ‘A quien le importa’, han llevado un paraguas con la bandera LGTBI y han gritado, también ellas, por el respeto y la diversidad.

Porque podemos verlo como queramos, pero las señoras de Santander, las que fueron, las que serán y las que (suspiro) no podrán ser porque no llegaron, tienen hijas, nietos, amigas y vecinos que viven en este pliegue del siglo XXI que discurre ante nuestros ojos casi sin notarlo, como esa parte de la Bahía que tenemos bajo el asfalto, que se nos olvida que está ahí pero que fluye, como una parte soterrada de nuestra identidad.

Las señoras de Santander esquivan las cuestas, toman medianos y dicen «nosabes», todo seguido, y tienen hijas precarias, vecinos desahuciados, mujeres acosadas y nietas trans, a las que defienden con uñas y dientes. Por eso son de las que más gritan en las manifestaciones. Llevan toda la vida aprendiendo, tienen el tono cantarín ensayado y, al fin y al cabo, no les importa retrasar un poco más, porque saben lo que es importante, el poder decir ese «Primer momento del día en que me siento».

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