Navidades ‘viejunas’

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||por QUIQUE GORDALIZA||

Este año os quiero trasladar a las navidades de los 70, cuando yo era un rapaz, que diría mi padre. Eran unos tiempos extraños, con ciertas costumbre y peculiaridades hoy inconcebibles. En los días previos a las fiestas, la cena llegaba viva a casa y una tía o primo, que bajaba del pueblo, se encargaba cuchillo en mano de convertir en manjar aquel pollo o conejo con el que habías estado jugando el día anterior. Para mí nunca empezaban bien.

A media tarde de la Nochebuena o Nochevieja aparecía la abuela, pelo blanco recogido en un moño y atuendo negro. Yo creo que no tenía ropa de otro color. Siempre pendiente del menú. Aquí tengo que decir que durante toda mi infancia y algunos años más fue un menú muy sencillo. Nunca vi langostas ni centollos, ni cochinillos ni caracoles, esos me hubieran dado menos pena, tampoco había grandes vinos ni productos gourmet sobre la mesa y el turrón, por ejemplo, lo comprábamos en la tienda de Rufino, el clásico “ultramarinos” de barrio. Así que el verdadero interés de aquellas navidades residía en la reunión familiar y por eso me han marcado tanto.

Poco a poco se iba juntando la familia en un salón presidido por una televisión en blanco y negro. En mi descargo diré que nunca hubo una sevillana ni un toro sobre ella. ¿Es posible que hubiera algún tapete de ganchillo? No lo sé, tengo memoria selectiva. Mis primos mayores iban llegando con una carga considerable de alcohol en el cuerpo. En mi caso, tener un primo andaluz, hijo de una brava jándala y un gaditano, daba un plus a aquellos momentos en los que se contaban chistes que hoy nos harían sonrojar por sus contenidos. Es más que posible que mi primo Pepe, hoy, fuera linchado permanentemente en Twitter.

Bajaban los vecinos de la buhardilla, subían los niños del tercero, tirábamos serpentinas por el hueco de la escalera y cohetes que habíamos hecho con el papel de plata de alguna chocolatina y tres cerillas. Aunque fueran las fiestas navideñas, esto enfadaba a los mayores. Con el paso del tiempo lo comprendí: el edificio era de madera.

Para mí lo mejor de aquellas cenas era el final. Cuando la abuela encendía un cigarro y tosía, cuando no entendías ni una palabra a tu tío Regino, cuando tu tía Aurora rompía media docena de platos, cuando tu madre te miraba con condescendencia porque tú también tenías un cigarro en la boca y acababas de dar un lingotazo a una copa de anís. Si es verdad que en Navidad se producen milagros, en esos momentos llegaba el mío.

Disfrutad de estos días porque no volverán. Que esto no os produzca tristeza, vendrán otros que os traerán otra gente y otras alegrías. Hacedme caso, lo sé por viejo.

Feliz Navidad para todos y que en 2019 os suceda lo mejor. Un gran abrazo.

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