Ensancha el alma

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En ocasiones le escribimos a personas que no conocemos pero con quienes encontramos un punto de encuentro por sus circunstancias, por lo que viven, por lo que son, por lo que sienten, por millones de cosas, o por una sola. El caso es que empatizamos, de una u otra manera, con ellos y tenemos la necesidad de lanzarles un cabo para que no se ahoguen en el lodazal de nuestras conciencias o, yo que sé, para ahogarnos juntos con la esperanza de salvar algo.

De alguna manera vivimos en comunidades imaginadas en las que consideramos vecinos a quienes sentimos dentro de nuestra forma de ver el mundo. Lejos o cerca, qué más da, queremos, necesitamos sentirles de los nuestros para no cortar ese hilo rojo que a todos nos une.

Pero, ¿qué sucede cuando quien muere está tan cerca, a un amigo de distancia? y le sientes a través de quienes le conocieron en vida, de quienes le quisieron y compartieron, de quienes fueron parte de él para que él sea siempre parte de ellos.

Cuando esto sucede sentimos cierto pudor de escribir o de hablar, yo lo siento. Los dedos se repliegan en el puño de la mala ostia al tiempo que ves como tus amigos se desahogan de una u otra manera para sobrellevar el dolor de una pérdida demasiado temprana, demasiado incomprensible. Demasiado dolorosa…

Cuando les ves sufrir el puño se aprieta indignado y solo se te escapa “que vida de mierda, joder” y casi instintivamente, como reflejo, recuerdas a esa persona, a esas personas que tú has perdido. Y comprendes su dolor y lo haces un poco tuyo también.

Y es que las ausencias de los demás te enfrentan a las tuyas; el día a día se detiene para decirte que a ver si de una puta vez eres capaz de darle importancia a lo que verdaderamente la tiene, que la vida son cuatro días y que no puedes permitirte el lujo de malgastarla en tonterías, egos, envidias o cicatrices mal cerradas.

Y ese dolor compartido, el de tus amigos, ese dolor que te araña y que te duele porque les quieres, hace que como decía Robe de Extremo Duro “ensanches el alma” para colocar en su sitio las miserias de la vida, para darle importancia a lo que realmente lo tiene, para abrir los ojos y ver como el renacido, que es bebé por enésima vez y siente la oportunidad regalada, llora de nuevo para vivir.

Y joder, te enfadas un poco contigo mismo por haber perdido el tiempo en tantas cosas tan insignificantes. Te imaginas como lo tiene que estar pasando su familia y seres queridos, compruebas de primera piel la tristeza de las personas a quienes conoces, incluso llegas a conocerle un poco a través de sus anécdotas envueltas en lágrimas de recuerdos recorridos en versos o de simplemente de su frustración y angustia compartida. Y ensanchas el alma. Sientes que del dolor puede surgir algo bello, que necesitamos arrancarle al horror alguno de sus dedos y hacer con ellos una púa, la cuerda de una guitarra, el acorde de una canción. Y ensanchas el alma

No tengo ni idea de lo que es la poesía, cada vez que alguien intenta explicarla siento que la matan un poco. Sin embargo, siento como se explica, como toma sentido, cuando alguien le escribe al amigo que se ha ido, cuando se convierte en la pared donde estrellamos nuestro enfado con una vida que por más que nos empeñamos en vivirla somos incapaces de comprender.

No sé si el dolor desaparece por escribir, o por llorar, o por darte de cabezadas contra la pared, tampoco desaparece por esconderlo o por taparlo con capas de “ya pasará”. Pero si creo que podemos hacer algo con él, con ese dolor, y lo que hacemos nos da la medida de lo que esa persona significaba para nosotros. Y pasa a formar parte de esa comunidad imaginada tan real como las personas que lo recuerdan, que lo sienten al recordarlo.

Y así el dolor se mezcla con cierta sonrisa, con cierta nostalgia, con cierta desazón, con cierta esperanza de ser algo más que Nada. Quizás eso es lo que les debemos a quienes se han ido, a quienes nos han dejado. Les debemos saber recordarles, saber cogerle la medida a ese maldito dolor y sacarle la sonrisa de esa persona, su mirada, sus momentos, su vida. Y ensanchar el alma

Quizás por eso escribir a alguien a quien no conoces, pero con quien has coincidido, a quien has escuchado, con quien has intercambiado unas palabras, es una distancia difícil de medir, sobre todo cuando su recuerdo se viste de tantas palabras de cariño de quienes le conocían y a quienes quieres. Y te duele su dolor y lo haces un poco tuyo. Y con esa distancia eres capaz de ver también la belleza que nace tras la muerte, en la ausencia, en la tristeza, en ese te echo de menos, porque de alguien que hizo sentir tanto y tanto bueno no puede quedar nada feo. Aunque el dolor siga siendo el mismo, ya no es lo mismo. Y ensanchas el alma, joder, que falta hace.

Nota: Este artículo surge tras el conocimiento de la muerte de Juan M. Sánchez «Hubber» y la repercusión que tan triste noticia ha tenido entre sus amigos y seres queridos. 
Sus compañeros y amigos de «El diván del poeta» están organizando un homenaje que se celebrará en el Rvbicón el 23 de abril a partir de las 21 hrs» 

«El amor ni se crea ni se destruye, solo se transforma» Juan M. Sánchez «Hubber» (sic)

 

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