Arte, amor, vida

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En ocasiones, sobre el escenario de un teatro habla y se mueve un actor, que no representa a otro personaje, que no sea él mismo, trasunto de un público, al que interroga e invita a la reflexión, sobre una cuestión existenciales trascendente: la del margen entre la realidad y el deseo, por el que transita el pensar y el sentir, es decir, el vivir. Y lo hace desde su papel de representante de un arte, el escénico, que le/nos permite cuestionarse/nos el papel que le/nos ha tocado representar en ese gran escenario: el mundo, en el que le/nos ha tocado ser y estar. Ese actor es Genís Campillo, quien, bajo la dirección de Pati Domenech protagonizó la función “Theatrum Mundi. La Comedia sin título”, los días 26 y 27 de abril, programada para la V Muestra Internacional de Teatro Unipersonal SOLO TÚ, en la Teatrería de Ábrego, con el apoyo de la Consejería de Cultura.

Genís Campillo

Como quiera que la condición humana es siempre la misma, la circunstancia temporal no añade más que nuevas formas, adaptadas a cada tiempo. Así, si el título y subtítulo del espectáculo remiten directamente a Calderón de la Barca y a García Lorca, Pati Domenech ha articulado una dramaturgia con textos de otros autores, desde Epicteto hasta León Felipe, pasando por Quevedo, Shakespeare, Neruda, Gil de Biedma, Eduardo Galeano…además de con palabras propias.

La diatriba gira en torno gira a la validez del arte, en general, y del escénico, en particular, para avalar la verdad o lucirse con fantasías. Sobre la utilidad del arte, negándola, ya se pronunció Óscar Wilde en el Prefacio a El retrato de Dorian Gray. Pero no es la cuestión no es tanto la de si el arte es útil o no, como la de si encierra un valor en sí mismo, la de si es necesario, y no un mero accesorio.

Y, centrados en el oficio del intérprete teatral, ¿tiene sentido que el actor se identifique artificiosamente con los personajes, a los que representa? ¿Acaso se identifica cada ciudadano con los personajes que interpreta a lo largo de sus trabajos y sus días? ¿Tiene algún sentido decir de los actores de teatro y de la vida cotidiana que han triunfado, cuando “…morir es el único argumento de la obra”?

El arte de la escena es el ámbito de la farsa, por más solemnidad con la que se (re)presente, como lo es el mundo con sus pompas y sus miserias, por más que se sueñe que, por momentos, lo tenemos en nuestras manos, antes de darnos cuenta de la farsa que pervierte lo serio, de la fragilidad que late en lo sólido, de la falsedad que luce en lo verdadero…y en medio el existente humano, al actor, el “farsante”.

Y el amor, ¿es tabla de liberación? ¿es puente que salva el abismo entre la realidad y el deseo? ¿Traza el amor la línea imposible de la eternidad o solo entrelinea el garabato de la finitud? ¿Es también farsa el amor -como lo es el arte, como lo es la vida-, que se limita a hacer quiebros a la soledad original? El caso es que se necesitan entre sí, lo que hace improbable una respuesta, que no sea sospechosa, y es en esa deficiencia donde radica todo su valor, que no es incompatible con su inutilidad y carencia de sentido. Es en su inutilidad donde reside su valor.

La actuación de Genís Campillo es una reflexión sobre las relaciones entre estas tres realidades, con toda su carga de deseo y fantasía a cuestas. La primera la traza el actor sobre el escenario, cercando su espacio con un círculo, símbolo de la perfección, de lo que no tiene principio ni fin, por si garantizara, dada su homogeneidad, la unidad entre vida y sueño. Pero el círculo es de arena…

Es variada también la naturaleza del mundo-, que trenzan una dramaturgia, en las que las músicas, como tema central Bella Ciao, en la voz rocosa de Tom Waits, en la que rompen las olas de la belleza y la poesía textuales, con las que se subliman el arte, la vida y el amor. Recursos teatrales que arropan un trabajo actoral, por el que el intérprete derrochó energía en los movimientos, con momentos de danza circular, como midiendo las dimensiones redondas del mundo, así como desplegó una rica gestualidad, tan significativa como expresiva de las emociones encontradas en el seno de la reflexión. Todo ello no habría surtido un efecto teatral acabado, si no hubiera dicho el texto con la adecuación exigida por su variedad formal, acorde con sus tiempos.

Fue la interpretación de Genís Campillo la que acabó de ensamblar unos textos de distintas autorías y distantes procedencias temporales, tanto en verso -clásico y moderno- como en prosa, todos, todos con un acusado componente existencial(ista). El actor brindó una actuación, en la que logró diferenciar cada estilo literario, integrándolos en un texto único, a la luz de focos blancos y rojos, con su particular simbolismo.

Un texto potente, un actor excelente y un puñado de elementos simbólicos propiciaron una hora de teatro, tan intensa, como placentera, merecedora de un aplauso prolongado. Lo tuvo.

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