A la identidad por el arte

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“El arte da sentido a la vida”, declaró en una entrevista el pintor y escultor Antonio López. Antes vino a decir lo mismo el filósofo existencialista J.P. Sartre, cuando identificó el arte con una existencia, la humana, que no tiene otro sentido que el que se va dando, a medida de que se va haciendo, a fuerza de decisiones traducidas en actos, como la obra de arte, un cuadro, por ejemplo, se va haciendo a fuerza de pinceladas, pensadas o no, Así, una y otra siempre están por ser hechas, por más que se den por acabadas. Siempre serán objeto de nuevas consideraciones.

El hombre y el lienzo

Pero siempre es posible dar una vuelta de tuerca más en esa relación íntima entre vida y arte. Y la da el dramaturgo, director de escena y actor cántabro, Alberto Iglesias, en su obra “El hombre y el lienzo”, con la que la Muestra Internacional de Teatro Unipersonal SOLO TÚ clausuró la V Edición, los días 2 y 3 de mayo, en La Teatrería de Ábrego. Una clausura brillante, culminación de la puesta en escena de nueve representaciones que mantuvieron una excelente calidad teatral.

En “El hombre y el lienzo”, Alberto Iglesias, dando por supuesto el sentido del que el arte dota a la vida, fija la atención, y ahonda, en las posibilidades del arte, en este caso la pintura, para facilitar el autorreconocimiento del artista. Dicho de otro modo, si el artista puede llegar a tomar conciencia de su identidad personal, poniendo en práctica su sensibilidad artística.

El personaje de la obra es un pintor, que desde hace mucho tiempo viene pintando su autorretrato, sin que importe el pretexto o el motivo para pintar, con el declarado objetivo de llegar a ver en él, si es que con él da, no tanto su rostro con absoluta fidelidad, como su espíritu, como si hubiera oído a Antonio López que el arte es un hecho espiritual. Por lo que pinta el artista es por si, en algún momento, llegara a ser el que es, como aconsejaba Píndaro. No como quiere ser ni como los demás ven que es, sino el que es.

En ese proceso creativo, mejor autocreativo, el artista echa mano, además de a los pinceles y pinturas, de recuerdos vitales, en los que los padres, es decir, la educación, son elementos, si no determinantes, si fuertemente condicionantes, que de forma, más o menos consciente y voluntaria, incorpora a sus autorretratos, en busca de su identidad.

Por otro lado, el autor le auxilia en su búsqueda, ofreciéndole argumentos teóricos-prácticos, sin argumentación, provenientes de distintas voces autorizadas -Ortega y Gasset, Theodor W. Adorno, Platón, entre otros-, que le hablan de cómo ensamblar un modo de ser de con una ética, que aúnen la identidad de la persona y la del artista.

El texto de Alberto Iglesias, autor tan prolífico como premiado, está cargado de una épica de la vida cotidiana, que tiene como sujeto a un artista, que trata de exorcizar todos sus demonios existenciales con el conjuro de la obra de arte.

A este artista le da vida en escena Javier Ruiz de Alegría, actor que ha trabajo bajo la dirección de reputados directores, no solo españoles, y en esta función dirigido por el autor, Alberto Iglesias. En su estudio de pintura, acompañado de cuadros, bocetos, tubos de pintura, paletas…libros. En un escenario cumplidamente ambientado, más que decorado, el actor habla mientras pinta, o pinta mientras habla, con breves recesos en la pintura, para tomar perspectiva; en la palabra, ninguno. Su trabajo en el escenario es el de un artista que actúa, el de un actor que pinta, y su mayor virtud consiste en trenzar ambos cometidos en uno solo.

Y con una tercera condición, que en orden de importancia existencial es la primera: el título de la obra de Alberto Iglesias es “El hombre y el lienzo”, no “El artista y el lienzo” o “el pintor y el lienzo”. Que el personaje, que interpreta Javier Ruiz sea artista le permite hablar sobre y dudar del arte, algo que no se puede definir, como no son fáciles de definir otros actos del espíritu que se realizan con cosas en las manos. Pero el actor que es pintor, es también “el hombre”, que pinta, que se pinta, pues es en su condición de hombre, de existente humano (Sartre), como quiere que su arte le muestre. Es decir, arte y vida confluyen en el personaje, que el actor encarna, de forma tan convincente que el espectador -este espectador- no le resulta fácil distinguir al hombre del artista, y a ambos, del actor Hombre, actor, artista, tres condiciones distintas y un solo ser verdadero: Javier Ruiz de Alegría.

El final de la obra nos remite al principio de este comentario. No voy a describir la escena, fugaz, antes del oscuro. Solo recordaré que la obra de arte, como la vida, son tan acabadas como incompletas; tan frágiles como sólidas; tan cerradas como abiertas…Empresa difícil la de encontrar la identidad en el arte. La vida no lo pone fácil.

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