Chiquilladas

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Se nos va a pasar la crisis sin cambiar nada de lo que nos metió en la crisis. No cambiamos el modelo económico: ladrillo, sol y playa. No cambiamos de modelo energético: oligopolio. No cambiamos el modelo social y, definitivamente, no cambiamos de modelo político.

Reacciones a la expulsión de Marta Tejerina de la Junta de la Facultad de Derecho. Hablamos de la secretaria de Universidad de Nuevas Generaciones, que se presentó a las elecciones de estudiantes en la Universidad de Cantabria, y fue cazada repartiendo bombones y agendas con su propia papeleta de voto, a pie de urna, en plan «ya sabes», repartiendo obsequios con dinero público.

La primera denuncia fue de un grupo de estudiantes anónimos. Ese mismo grupo ha lanzado una recogida de firmas en change.org para que el presidente del PP, Ignacio Diego, expulse a Tejerina de NNGG. Lo mismo pide Juventudes Socialistas, su dimisión o su expulsión, por fraude electoral.

En el otro lado, el diputado del PP Iñigo Fernandez lo rebaja todo a una «chiquillada». Y en redes sociales los compañeros de filas, de NN.GG. o afines, amiguetes y tal, indignados todos porque se haya contado la noticia. El problema es siempre la noticia; nunca sus actitudes – sic-.

Es lo de siempre, ninguna crítica interna, ninguna sanción, ningún propósito de enmienda en las organizaciones políticas. Si son juveniles, «chiquilladas»; y si son mayores, «y tú más».

Y también es lo mismo de siempre desde fuera del partido infractor: pedir dimisiones cuando lo hace el rival, pero callar, respaldar, solidarizarse incluso. Le persiguen los medios de los otros. Palmadita en la espalda, tierno abrazo por «lo mal que lo ha pasado la pobre» y pellizco en la mejilla en plan: «tú tranquila, eres de los nuestros».

Si alguien pensaba que ser joven era alguna garantía de regeneración, una vacuna contra la vieja política, que se vaya olvidando de Talegones y Carromeros. Es y será nuestra clase política, de pequeños y cuando sean mayores, gobernantes de nuestro país, región o pueblo.

Y es una pena, porque no aprovechamos esta crisis para cambiar lo que nos ha destrozado. Es una pena porque el mayor déficit que tenemos no es el de Montoro. En España y sobre todo en Cantabria – en Santander ni os cuento-, tenemos un grave problema de déficit democrático. Una pena.

Son tics que empiezan en las organizaciones juveniles de los partidos políticos (pura imitación de sus mayores), pero que terminan extendidos a toda la sociedad. Y donde hay algún ciudadano crítico con ganas de participar, al final termina expulsado o abandonando, harto de tanta miseria.

Recordemos algunos procesos recientes: CEOE, sindicatos, Asociación de Mujeres Empresarias. Colegios profesionales (no puede firmar esta entrada un periodista sin sonrojarse un poquito al menos), las federaciones deportivas, la propia Universidad. La Real Sociedad de Tenis, el Real Club Marítimo. En todas partes hay fiestas de la democracia.

Sólo ha ganado una opción alternativa a un régimen consolidado. José Ángel Peláez tumbó en la Federación Cántabra de Futbol a Alberto Vilar. Pero recordemos el «yo te compro como de toda la puta vida», y vendettas mayores habidas y por haber.

Falta cultura democrática. No hemos aprendido a entender lo público como una aportación temporal a la sociedad. Temporal, miremos alrededor y pensemos en alguien que lleve sólo un tiempo en el machito. No lo hay, llevan toda la vida.

Es un visión de lo público para uno mismo, sin pensar jamás en el interés público. No hay vocación pública, sólo hay vocación de permanencia.

En el fondo, como dice un muy buen amigo de Emmedios, al final… no hay tantos demócratas.

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