Es muy raro todo esto

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A Pablo Martínez Zarracina le debo, entre otras cosas, la primera matrícula de honor que merecí durante la carrera. He escrito ‘merecí’, aunque en el reparto de méritos de aquel hito solo puedo atribuirme la astucia de encabezar un examen con uno de sus poemas. Mi deuda, como ven, es impagable, y es que los malos estudiantes siempre recordamos estos ‘lunares’ en el expediente académico con una pícara sonrisa. Gracias Pablo, te debo una.

Sin embargo esa deuda pronto sería superada: Zarracina ha escrito los artículos más divertidos que he leído nunca, un verdadero atajo al gozo más descarnado. Le debo horas de placer, de risas desenfrenadas, de conversaciones inagotables y ritos iniciáticos. Si habláramos en términos  crediticios calibren los intereses de mi deuda: quince años son muchos años.

Portada del libro

Portada del libro

Porque descubrí su obra en 2000 gracias a ese inagotable filón de talento que es el premio Café Bretón, del que resultó ganador con el dietario “La fascinación de los extremos” -primorosamente editado por AMG Editor-. Quince años después releo el libro y su estilo asoma en cada entrada, aunque el tono resignado del conjunto, esa rebeldía juvenil, no permitía sospechar lo que vendría después: el mejor cronista de lo cotidiano del panorama periodístico español.

A “La fascinación de los extremos” siguieron dos poemarios: “Señales de vida” en 2002, en el que destaca el poema ‘Apocalipsis’, y “Los invitados”, de 2005. Tres años más tarde la editorial Pepitas de Calabaza, la misma que rescató del olvido a Julio Camba y ha publicado a prosistas de caligrafía tan exquisita como Jose Ignacio Foronda, Iñaki Uriarte o Manuel Jabois, editó su primera colección de artículos periodísticos: “Resaca crónica”, un sortilegio etílico que leí en el camping del Imaginafunk con un resacote imponente, como debe ser.

Pepitas de Calabaza publica ahora “Es muy raro todo esto”, recopilación de alguno de los mejores artículos que han aparecido durante los últimos años en la sección digital ‘Bilbao al fondo’ de El Correo.  Clemente, Lorca, Yoko Ono o Bob Dylan conviven con naturalidad con restaurantes chinos, el Vietcong o fascinantes regresiones a la infancia –el artículo dedicado a la biblioteca de Bidebarrieta es el alegato más emocionante sobre la pasión adolescente por la literatura desde la recreación juvenil que Stefan Sweig nos regaló en “El mundo de ayer”- y todo tamizado por una mirada irónica única en la prensa diaria.

Esa mirada irónica resulta un raro espejismo porque la ironía ha desaparecido de los periódicos. Y lo ha hecho sencillamente porque la ironía ha desaparecido de la vida.

La ironía de Zarracina escarba en la cotidianidad invisible de los titulares y los tuits para encontrar su noticia, que es un anverso de la vida, convencido como está de que los periódicos sobrevivirán mientras se ocupen de la vida, la vida verdadera y callejera.

Con buen criterio El Correo cambió la fecha de publicación de sus artículos: del viernes pasaron al lunes, porque no hay nada más irónico que empezar la semana descojonándose. Madrugar los lunes en mi caso se ha convertido en una gozosa rutina; desperezarse, leer a Zarracina y compartir el artículo de turno antes de iniciar la jornada. Y que siga así por muchos años.

A diario la realidad y las portadas exigen del articulista Zarracina una compostura ajena a su verdadera condición: cáustico y tierno, afable y gruñón, indulgente, contradictorio y consciente de que la realidad no tiene mucho fundamento.

Como explica el propio Zarracina la sección ‘Bilbao al fondo’ le permite dar rienda suelta a los asuntos que con mayor intensidad mueven su espíritu. Bilbao aparece en los textos como un microcosmos al que Zarracina resta importancia, y es que como bien expresó Juan de Mairena “no hay cosa más rara que estar orgulloso de lo que menos se elige en esta vida, el lugar donde se nace”. Por eso los artículos no están fechados: no solo son atemporales sino que son universales.

En el prólogo confiesa su ‘modus operandi’: escribe sus artículos tumbado. Como si del modélico Nikon Ustínovich en su lucha contra el ímpetu de los Zúrov se tratase recomiendo leer “Es muy raro todo esto” del mismo modo que fue escrito: tumbados, paladeando cada palabra a sorbos y abandonados al placer. El placer de la risa, de la carcajada feroz. El placer del mayor acto de rebeldía: la lectura que no busca más beneficio que causar placer.

Compren “Es muy raro todo esto” y ábranlo por cualquier página. Y después gocen, gocen de un modo desenfrenado. Y si cuando hayan acabado el libro quieren seguir gozando lean cada lunes a Zarracina. Se endeudarán, no lo duden, pero merecerá la pena. Es una deuda asumible: una deuda gozosa.

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