Necesidades silenciadas

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Hoy es el último día de Pedro en el hospital. Volverá a casa ocho meses y doce días después de que un camión se saltara un “stop”. Bueno… a su casa, no. A la de sus padres. Él vivía en un tercero sin ascensor en el centro de Santander. Sus padres un chalet en Carasa donde han decidido que estarán más cómodos. Allí ya han ensanchado las puertas y han hecho una rampa para que Pedro pueda acceder sin problema con su silla de ruedas de propulsión eléctrica.

Hoy es martes. Y como todos los martes, jueves y sábados Pedro está nervioso porque en el turno de enfermería está Laura. Ella es auxiliar de enfermería, y una de sus tareas es hacer la higiene de los pacientes que están encamados. Pedro está en su lista de hoy. Y a Pedro le gustaría no estar. O sí… pero no. Porque a Pedro le atrae Laura.

Pedro dibuja una sonrisa forzada cuando la ve aparecer acompañada de un celador y una enfermera portando una pequeña palangana en sus manos. Mientras Laura la llena de agua tibia el resto del equipo va destapando el cuerpo de Pedro hasta dejarlo desnudo completamente. Laura le acerca una esponja empapada al cuello, uno de los pocos lugares en los que conserva sensibilidad, para que compruebe la temperatura del agua. Está perfecta, como siempre, así que Laura comienza a frotar la esponja con suavidad por el cuerpo de Pedro. Primero el cuello, después el pecho, el abdomen…

Aunque intenta mantener la calma, Pedro no puede evitar sentirse violento cuando la esponja llega a sus genitales. El roce siempre provoca que tenga erecciones y que, además, sufra algunos latigazos de placer cuando le secan. No importa quien lo haga. Es una reacción física totalmente inevitable, pero cuando la provoca Laura, Pedro se siente superado por una culpabilidad tremenda de querer disfrutar de algo que no debería.

Laura y sus acompañantes se marchan una vez finalizada la higiene y cambiada la ropa de cama. Ojalá Pedro pudiera echar mano a su miembro ahora que se ha quedado solo un rato, pero ni siquiera los brazos responden. Su lesión cervical es tan alta que únicamente es capaz de mover los hombros, el cuello y todos los músculos de la cara. Ninguno más. Y así será hasta el fin de sus días a no ser que se encuentre la manera de hacer reversible una lesión medular.

Hace unos días hablaba con sus padres sobre cómo se las arreglarán en Carasa. “Ya está todo solucionado”, le dijeron. Algunas necesidades básicas como la higiene las cubrirá su familia y otras específicas, como las movilizaciones de fisioterapia y las curas propias de enfermería, las solventarán contratando a alguien. “Todo solucionado…”, pensó Pedro.

Pero no es así. Hay una necesidad que no estará cubierta. O que probablemente podrá cubrir de manera clandestina, o ilegal… O quizá no la cubra por miedo a que le llamen “putero”. De todas maneras, no es eso lo que busca. Pedro no quiere contratar a nadie para que simule disfrutar teniendo sexo con él. Ni siquiera busca follar con nadie.

Imagen de Las Sesiones (2012), una película en la que se trata el tema de la asistencia sexual.

 

Lo que Pedro quiere, necesita, es que alguien le guíe para poder disfrutar de su nueva condición sexual. Alguien que le ayude a acariciarse, a conocerse de nuevo, a experimentar lo que va ser el sexo a partir de ahora. Sabe que comienza a hablarse de acompañantes o asistentes sexuales en el entorno de las personas con diversidad funcional y que en Cataluña ya trabajan en ello desde el año 2014, aunque Pedro preferiría que hubiera ya una legislación que contemple este tipo de acompañamiento como ocurre en Suiza. Porque él, como casi todo el mundo, también quiere sexo aunque sea con él mismo.

El caso de Pedro es un cuento ficticio relatado a partir de experiencias propias y de terceros. Si quieres leer una vivencia en primera persona te recomiendo echarle un vistazo a este artículo sobre Sole Arnau, quien lleva desde 2005 luchando para obtener ayudas y así facilitar que los grandes dependientes podamos tener asistentes personales que nos lleven a tener un mayor grado de independencia.

Supongo que a ti, que lees esto, te sea complicado imaginar cómo debe ser no poder sentir tu propio cuerpo. Así que te invito a imagines y que reflexiones sobre cómo sería tu vida si no pudieras masturbarte.

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1 Comentario

  • Jose Elizondo
    Jose Elizondo
    26 de diciembre de 2017

    Muchas gracias por este artículo Marc. Un cordial saludo

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