El Pesquero se moviliza por su guardería en Domingo de Ramos

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Unas madres se acercan a recoger a sus hijos a la guardería del Barrio Pesquero y, de paso, aprovechan para pegar unos carteles en la pared de la iglesia. Carteles que se pueden leer por las farolas y por los muros de la zona, que convocan a los vecinos a una concentración a las once de la mañana, a la hora de la misa del domingo.

María acude junto a una amiga a por su niña, también María, a la misma guardería en la que creció y se educó cuando era pequeña. Igual que ella, muchos miembros de su familia. Su tío, por ejemplo, que formó parte de la primera generación de alumnos en un centro que lleva más de 50 años ejerciendo una labor social y educativa en el Barrio Pesquero.

Los nombres de Don Alberto, Don Julián, Sor Juana María y Sor Águeda se repiten constantemente estos días. Ellos sostuvieron durante décadas con su esfuerzo, dedicación y trabajo un lugar que va más allá del espacio físico. El mejor homenaje, dicen, es mantener en pie algo por lo que tanto lucharon.

También repiten el nombre de Ignacio Ortega, Nacho, el nuevo párroco del Barrio Pesquero, que apuesta por un cambio de gestión en la guardería porque no la considera rentable.

Lo que está claro es que no ha entrado con buen pie en una parroquia muy singular, con gran arraigo, en un barrio que siempre ha remado en la misma dirección para solucionar los problemas que han ido surgiendo, para hacer frente a las dificultades que no son novedad en un barrio humilde y trabajador.

Es difícil charlar con un vecino y que éste no haya pasado por la guardería, tenga familiares que lo hayan hecho, o reconozca de manera inmediata el mérito de lo conseguido durante tantos años y con circunstancias muy adversas. Pocos entienden unos cambios que solo pueden deparar riesgos para lo que denominan como ‘obra social’ de esta instalación dependiente hasta ahora de la iglesia.

Los planes hablan de recortar gastos -el primer despido y las reducciones de jornada a las trabajadoras ya se han producido- y de traspasar la responsabilidad de la guardería al colegio concertado ‘Miguel Bravo’ que se encuentra enfrente de la propia parroquia del Pesquero.

El gestor actual, el cura, dice que la guardería no es viable y quiere reconsiderar el proyecto educativo que se ha fraguado durante años. «Nunca en 50 años ha dado beneficios. Es una obra social y no tiene por qué darlos. Lo que pretende es quitar parte de la deuda y pasarla al colegio», denuncia María.

Sus dudas, sus miedos, son los mismos que los del grupo que se ha organizado para intentar detener esta idea. La movilización ha sido casi inmediata y están ejerciendo una tarea de información al resto de vecinos, tras no conseguir llegar a un acuerdo con el párroco.

No quieren hablar más con Nacho. Han roto las relaciones con él y apuntan a instancias superiores: al Ayuntamiento de Santander, que contribuye económicamente con la guardería; al Obispado, de quien depende finalmente la parroquia; a la Fundación Marcelino Botín, mecenas de este parvulario tan importante para el Barrio Pesquero.

«Los que somos del Barrio Pesquero, somos del Barrio Pesquero y orgullosos», recuerda María. A ese componente emocional apelan, a ese sentimiento de pertenencia. «No nos olvidemos de que Alberto, Julián y las monjas son partícipes cien por cien de todo. Ellos tienen la culpa de muchas cosas buenas que han pasado aquí. Han ayudado mucho, se han movilizado», insiste.

Luchan por ellos. Defienden el legado de unas personas a las que señalan como los responsables de que a nadie le faltara nada, de que los niños tuvieran siempre la mejor educación, el mejor campamento. «Eso no lo debemos de olvidar. Ellos querían que esto siguiera siendo una obra social».

Estos argumentos los sostiene también Lucía, otra vecina, madre y antigua alumna de la guardería. «Esto es por el bien de todos», asegura. Mientras, se va sumando más gente a la protesta. Otros padres o antiguos alumnos, que ya no están escolarizados en el centro, pero que escuchan preocupados la nueva dinámica y se ofrecen para colaborar en lo que sea necesario. La inquietud y el nerviosismo es la tónica general.

«La guardería para nosotros no es un espacio físico, sino que son las personas que trabajan en ella. En este caso, una que está despedida y el resto que está sufriendo los recortes», precisa Lucía. Se han prestado a colaborar y a apoyar al párroco en la gestión, para que no se pierda la esencia que han mantenido siempre.

Se están produciendo situaciones muy complicadas, personas sin recursos que llevan a sus hijos a estas aulas y que ven peligrar un servicio tan necesario. Cortes de luz, comidas que no llegan. La cara más dura de la crisis de un barrio que no nada en la abundancia.

«Los padres y madres no tienen ninguna información. No son coches los que se dejan en un garaje, son niños y bebés desde los cinco meses». El futuro pasa por no perder de vista el pasado.

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