El liderazgo de Pablo Iglesias en Podemos

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JUANMA BRUN || Yo no  voté a Podemos en las últimas elecciones. Desconocía qué era ‘La Tuerka’ y tenía un recuerdo impreciso y  no particularmente entusiasta de las apariciones televisivas de Pablo Iglesias, así que cuando irrumpió este movimiento con tanta fuerza, me pilló, como a una gran mayoría de españoles, de sorpresa.

Como todos, era consciente de que existía un descontento generalizado con la situación económica y política del país. Mi sorpresa fue que alguien proveniente del extrarradio de la política, con una apariencia y discurso radicalmente distinto a lo acostumbrado, fuera capaz de canalizar toda esta  indignación y desesperanza y transformarla en un movimiento político lleno de esperanza y futuro. Estaba desconcertado ¿Qué me había perdido del personaje? No creo en los flechazos a primera vista y aún menos en los flechazos a tercera o cuarta vista – que suponen ya de principio una incongruencia en los términos-, pero como es a veces imposible librarnos de las incongruencias, ya sea en los términos o en los hechos, yo me terminé sumergiendo de lleno en una de ellas cuando al día siguiente de las elecciones escuché a Pablo Iglesias valorar el resultado electoral de Podemos. Lo normal, tras un resultado tan impresionante era sorprender en el beneficiado por el mismo un gesto de euforia, tal vez contenida, pero de euforia al fin y al cabo y escuchar a continuación una retahíla de palabras vacuas con las que esconder tan grande regocijo. Pero  no detecté nada de eso.  No recuerdo cuáles fueron sus palabras exactas, pero la idea que transmitió es que el resultado electoral era insuficiente, que el partido estaba  preparado para gobernar y que ya estaban trabajando para conquistar las mayorías necesarias para dar el vuelco que el  país necesitaba.  ¡Y eso lo decía el líder de un partido que había nacido apenas unos meses atrás y que había cosechado unos resultados que prácticamente nadie se esperaba!  Me fijé  entonces en sus gestos, por si acaso se delataba en ellos un matiz de ironía – o incluso de enajenación mental transitoria-,  pero no había allí rastros de cinismo ni de locura. En sus palabras y gestos se irradiaba fuerza y convicción, se traslucía fe en un proyecto, claridad en el camino a seguir y determinación para llegar hasta el final del camino.

Así, con cierta clarividencia tardía – de nuevo una contradicción en los términos- me di cuenta de que este era el hombre necesario para este momento.

Camiseta-Pablo-Iglesias

Identificación de la marca Podemos con su líder en la campaña de las Europeas.

Subrayo lo de en este momento. No hago esta precisión porque dude de que Pablo Iglesias pueda ser el idóneo para otros momentos que tengan que venir, sino porque en esta acotación temporal se contiene un recordatorio muy importante: que no existen cheques en blanco, que ahora mismo Pablo Iglesias es la persona que necesitamos, pero esa necesidad, como el amor, como la democracia, debe siempre comportar, al modo de Renan, “un plebiscito cotidiano” que hay que renovar cada día con hechos, palabras y actitudes.

Esta cautela terminológica o temporal es una fórmula que pretende evitar que la sensación de poder llegue a adueñarse de quienes ahora lideran este movimiento. La sensación de control, de  límite, de fiscalización, como bien saben los politólogos, es fundamental para prevenir los abusos y la malversación de la verdadera voluntad de la gente. Decía Lord Acton que el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe absolutamente. No es necesario tener capacidad de hacer cambios en el BOE para tener poder o sentir su influjo; el poder tiene muchas maneras de sentirse y de manifestarse.

Pablo Iglesias, como cualquier otra persona, debe tener conciencia de limite y de control, en cierta manera de provisionalidad, de “plebiscito diario”. Debe saber que él es ahora el primero entre todos nosotros, pero que podría ser el último y no debería pasar nada; tiene que sentir que nuestras manos están cerca de las suyas, tanto para darle fuerza y empujarle como para, llegado el caso, frenarle; debe sentir nuestro aliento detrás, dándole ánimo y vigor, pero también debe sentirlo como recordatorio de que estamos ahí, muy atentos a todo lo que hace.

Seguramente Pablo, Errejón o Monedero son los  mejores representantes de Podemos en este momento, pero son los mejores entre otros miles iguales a ellos. Se expresan con claridad y determinación, pero se expresan con las mismas herramientas que nos expresamos los demás. Han dado voz a millones de descontentos, pero esa voz sigue perteneciendo a esos millones de descontentos.

Son seguramente, en este momento, imprescindibles, pero sólo lo son si ellos no se creen que lo son, y nosotros ni lo creemos ni se lo decimos.

Para prevenir los problemas que puedan venir por este lado no se necesitan tanto de actuaciones concretas como de actitudes concretas: una actitud, por ejemplo, por nuestra parte, de agradecimiento alerta, de confianza vigilante, de esperanza velada quizá por cierta suspicacia amigable …

Tenemos que estar esperanzados y alertas. De nosotros depende que dependa de nosotros.

Todo esto no significa que yo haya detectado algo  que deba preocuparnos seriamente – salvo alguna anécdota menor que no viene al caso-.  Mis palabras tienen un mero sentido precautorio. La naturaleza humana – con su conglomerado de sentimientos y pasiones de signo tanto positivo como negativo-,  es común a todos los hombres; muchos héroes del pasado se transformaron después en villanos, y en retrospectiva se observa que en esta mutación tuvo mucho que ver precisamente esa ausencia de control a la que aludía, nacida de la confianza y la laxitud que a veces acarrea el agradecimiento. Insisto en que aún no he detectado nada realmente preocupante en este sentido dentro de Podemos, pero creo que se puede convertir en un problema solamente  si nos olvidamos de que es un problema.

Como persona inteligente que Pablo Iglesias es, y estando rodeado también de otras personas inteligentes, no dudo que tendrá esto presente, pero nosotros también tenemos que tenerlo presente, pues a veces nuestras actitudes de lógico agradecimiento y admiración, pueden confundirse con los inicios de una especie de mitomanía matizada y postmoderna – tipo fenómeno “groupie”- que puede resultar peligrosa.

Es posible que alguien pueda replicarme que con todos los problemas que tiene Podemos (los ataques implacables y mayoritariamente injustos a sus líderes e ideario, las dificultades de  operatividad del modelo asambleario, la creación de un programa valiente y honesto para las próximas elecciones…) estoy abordando el que quizá sea el menos urgente de todos; consiento en que no es el problema más urgente, pero creo que, con vistas al futuro, es quizá uno de los de mayor calado; además, casi por definición, en política todos los problemas son siempre urgentes,  por lo que si sólo atendiéramos a este género de problemas nunca resolveríamos aquellos  que son verdaderamente importantes.

Para acabar, un consejo para todos los simpatizantes de Podemos, que quieren/queremos que este movimiento fructifique y dure muchísimos años:

La próxima vez que veáis a Pablo Iglesias, acercaros a él con un rama de laurel, como se hacía en tiempos de la roma imperial, y mientras les abanicáis suavemente con ella, decirle bajito al oído: “Recuerda Pablo, eres mortal”.

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