¿A qué juegan los niños?

Tiempo de lectura: 7 min

Por Raúl Liaño Garallar, miembro de IU Torrelavega

Las vacaciones te dejan mucho tiempo para reflexionar, para pensar. Es curioso, porque al menos yo, siempre comienzo mis períodos de descanso con el firme propósito de desconectar, de no pensar en nada que no sea disfrutar.

Pero por desgracia no lo suelo lograr, y este año me está resultando aun más difícil porque no puedo abstraerme de las informaciones que me llegan del genocidio que está sufriendo Gaza, y sobre todo de las brutales imágenes que entran por mis retinas y se me quedan clavadas en el cerebro, persiguiéndome durante todo el día y la noche, y cualquier situación cotidiana del día a día sólo sirve para recordarme el drama que allí se está sufriendo.

Así, por ejemplo, me encontraba hace unos días leyendo tranquilamente sentado en un banco de la plaza del pueblo mientras mi hija y sus amigos jugaban, cuando apareció un avión volando bastante bajo, lo que llamó nuestra atención y curiosidad haciendo que los niños centraran su atención en el cielo.

Se trataba de un avión que portaba un contenedor para recoger agua y utilizarlo en la extinción de algún incendio. Esto me hizo pensar el tremendo contraste entre nuestros niños y los niños que viven en el infierno de Gaza, que sólo son “culpables” de tener la mala suerte de haber nacido allí.

Mientras nuestros hijos ven con alegría y saludan la aparición de un avión que lanza agua para apagar fuegos, los de aquella parte del mundo se echan a temblar y corren a intentar ponerse a salvo cuando empiezan a escuchar los cazas que sobrevuelan el cielo sembrando muerte y destrucción a su paso.

De la misma manera, hace algunos días me despertó por la noche el llanto de mi hijo ante los fuertes truenos de una tormenta de verano, y ello me hizo pensar que seguro que los niños de Palestina también se despiertan llorando, asustados por el ruido de las bombas que van sembrando los asesinos a su paso, y me puse en el pellejo de aquellos padres que intentarán calmar y tranquilizar a sus hijos asustados igual que hice yo, pero seguramente con mucha menos convicción, conscientes de que cualquiera de esos “truenos” que oían sobre sus cabezas, podría acabar con la vida de todos ellos.

Todas las mañanas me siento una hora para hacer los deberes con mi hija y no puedo evitar que se reproduzca en mi cabeza la imagen de una niña de su edad que está rebuscando sus libros entre los escombros que han dejado los asesinos.

Cuando mi hijo pequeño llora por hambre me taladra el corazón la imagen de un niño de unos dos años que corre y llora entre la destrucción provocada por los asesinos, sin saber donde va, gritando el nombre de Kalima, que probablemente sea su hermana o cuidadora, y a la que no sabemos si volverá a ver y que será de él si no la encuentra.

También me encanta observar como juegan nuestros pequeños con sus juguetes y ello me hace recordar la impactante imagen, que tengo grabada a fuego en mi cerebro, de una niña con mirada horrorizada que tapa los ojos de su muñeca para que no vea el infierno que provocan los asesinos y que tampoco ella debió ver nunca.

Tengo otras muchas imágenes de fotos escalofriantes que no me dejan dormir con sosiego, como las de niños desmembrados, y también los relatos de lo que ve y siente en el infierno nuestro compañero Manu Pineda, que está poniendo en riesgo su propia vida, como tantos otros compañeros y periodistas que desempeñan esa labor tan encomiable e impagable, para contar y concienciar al mundo lo que muchos medios “oficiales”, colaboradores de los asesinos, no quieren contarnos.

Pero, por encima de estas imágenes y testimonios que acabo de describir, hay todavía otras que me producen aun, si cabe, más escalofríos. Son las de los asesinos y los que les apoyan.

Así, me produce pavor la imagen festiva y alegre de los asesinos poniendo mensajes en las bombas que van a sembrar la muerte y destrucción en el país vecino, o la imagen de los malnacidos que se sientan en lo alto de las terrazas, con sus hijos en brazos (me pregunto que les contarán), a contemplar el “espectáculo luminoso” nocturno de los bombardeos de los asesinos a los que apoyan y jalean.

Soy consciente de que las generalizaciones siempre son injustas, por eso quiero destacar que estoy seguro que hay muchos israelíes que no están de acuerdo con el genocidio que está perpetrando su país (no se puede hablar de guerra cuando sólo hay un ejército), incluso se sentirán avergonzados de ello, pero lo que está demostrado es que son una minoría que no se atreve a manifestarlo porque les puede traer serios problemas con sus compatriotas que sólo quieren el exterminio de Palestina.

Y hago esta afirmación porque sólo así se puede explicar que cuando Israel inicia una de estas campañas de exterminio sube de manera impresionante la popularidad del presidente asesino de turno, y es un hecho más que probable que en ocasiones incluso se haya usado la sangre de inocentes con fines electorales.

Y afirmo que estas imágenes de los asesinos y los que les apoyan me producen más escalofríos que las de la muerte de inocentes, porque es la constatación de que los Demonios están entre nosotros, a pesar de que se da la enorme contradicción de reconocerse seguidores de un Dios todo bondad, cuyas palabras y hechos son su modelo a seguir para ganarse el paraíso.

¡Malditos quienes matan por su religión o en nombre de su Dios!

¡Cuánta sangre y sufrimiento han provocado en toda la Historia de la Humanidad!

Esos Demonios son el resultado de un odio que deshumaniza, que nos hace peores que las bestias más salvajes. Y se da también la paradoja que los verdugos son los descendientes de los que sufrieron la mayor masacre padecida por un pueblo en todo el siglo XX, que parecen llevar en sus interior el fruto del odio, cuya semilla están a su vez sembrando y extendiendo en esos niños que nunca debieron ver y sufrir lo que están padeciendo, lo que en un futuro traerá más sin razón en forma de 11-S, 11-M, kamikazes, etc. cuyos autores, a parte del odio germinado en su interior y no tener nada que perder porque lo han perdido todo, nos querrán decir que nunca entendieron ni entenderán; ni la colaboración vendiendo las armas que mataron a los suyos en unos casos, ni la pasividad y el silencio en otros, o ambas cosas a la vez; de toda la comunidad internacional que nosotros llamamos primer mundo, encabezada por un canalla y sinvergüenza sin escrúpulos al que otorgaron el premio Nobel de la Paz.

Lo que de verdad yo nunca podré entender, como padre que soy, es como esa misma persona y los que lanzan las bombas o les jalean, pueden dormir con la conciencia tranquila y despertarse por la noche con el llanto de sus hijos por el ruido de una tormenta y no piensen en los padres palestinos que intentan calmar a sus hijos con el ruido que provocan sus bombas.

¡No pueden ser humanos! ¡Me niego a compartir su raza!

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