Me había propuesto hablar de la Batalla de Flores de Laredo sin caer en adjetivos grandilocuentes ensalzando la belleza de las increíbles carrozas que desfilarán el próximo viernes. Debo reconocer que es complicado. Hay tanta ilusión puesta por los responsables de las agrupaciones que participan, tanto esfuerzo e implicación de voluntarios y patrocinadores y, tanto amor y cuidado a algo tan hermoso y delicado como es la flor… ¿lo véis? Ya empiezo a ser no apto para diabéticos.

Debo reconocer que yo le tenía mucha manía a esta fiesta cuando me instalé en Cantabria. Antes ya venía asiduamente como un veraneante más. Me alojaba en una población cercana y me recomendaban no acercarme a Laredo ese día. Que sí. Que sería muy bonita la fiesta y lo que quieras, pero cuando empiezan a decirte que no vas a poder aparcar, o que estará a reventar de gente y no podrás ver nada… pues hombre. A uno se le quitan las ganas. Además, al día siguiente la gente hablaba más de lo mucho que merecía haber ganado la carroza de X en lugar de la de Y (y póngase en la X cualquier agrupación participante), así que pensaba que tampoco iba a ser para tanto por muy bonitas que fueran las fotos de los periódicos. Pero todo cambió en 2012, cuando tuve el privilegio de conseguir una acreditación para estar en la pista y fotografiarlas.

Huelen. Huelen a flor y pierden pétalos. Cuando te dicen que las carrozas de categoría A (8,50m de largo X 6,00m de ancho X 7,00m de alto) pueden tener entre 100.000 y 120.000 flores cada una, no te lo crees. Y no das crédito hasta que no oyes el cling! que hace una dalia del ojo de un pájaro al caer al suelo junto con su clavo. Luego miras arriba y te sorprendes de lo bonitos que quedan esos papelitos en el cuello ondeando al viento cual plumaje. “No son papeles. Son pétalos de dalia”, me dicen desde atrás. Y claro… uno alucina bastante cuando se le empiezan a ocurrir preguntas como: Si son flores naturales, ¿con cuanto tiempo de antelación las ponen en la carroza? ¿Cómo pegan los pétalos? ¿Cuanto dinero se gastan en comprar toda esa flor?

Colocación de los pétalos en una de las carrozas

Al año siguiente, 2013, tuve la oportunidad de vivir en primera persona cómo trabaja una agrupación durante la última semana de la Batalla de Flores. Ese lunes por la tarde ya se empezaron a despejar algunas dudas. Al llegar vi unas cuantas cajas de clavelón y gente poniendo puntas en ellos. “El resto están en la huerta, cogiendo más flor”, me dicen. Al poco, cajas y cajas de flor naranja y húmeda entraba por la puerta. En las mesas, se les quitaba el excedente de tallo, se las atravesaba con una punta y se dejaban en otra caja forrada con papel de periódico (bendita prensa escrita) para secar el excedente de agua. La dalia iban a recogerla el miércoles. Y, con ella, la selección del pétalo que después servirá para dar esa sensación de movimiento. Un pétalo que se suele empezar a poner, con engrudo, el jueves y de una manera muy delicada. Y no solo de dalia. También la margarita hace acto de presencia en esta fiesta. Una flor pequeña que, cuando se utiliza completa, se fija a la carroza con alfileres o palillos.

Esta experiencia, además de resolverme dudas, me despertaba más preguntas: ¿cuando comienzan a construir todo esto? ¿Dónde? ¿Cuánto tiempo le dedican a la carroza? ¿Y a las huertas? ¿De quién son los terrenos donde se planta la flor?

Este año sigo despejando incógnitas y generando más preguntas. Sé que, cuando comencé a hacer el seguimiento de unas de las carrozas a finales de marzo, ya tenían algunas figuras construidas. Que algunos de los locales donde se realizan los trabajos son cedidos por instituciones, pero en otros se puede trabajar gracias a particulares. Que para mucha gente la construcción de una carroza es una vida paralela. Sé que el tiempo que se le dedica no se puede medir, que los terrenos donde se cultiva la flor también son cesiones de particulares, y que no solo ellos son los que aportan su grano de arena para que esta fiesta continúe. Negocios locales que actúan como patrocinadores, proveedores que no exigen los pagos completos de manera inmediata porque saben que el corcho, el hierro o la madera son para las carrozas… Y gente. Mucha gente de Laredo y poblaciones cercanas (y no tan cercanas) que se trasladan hasta aquí para colaborar y mantener con vida la más que centenaria Batalla de Flores.

Pero también me he dado cuenta de la fragilidad de la fiesta. De que algunos dicen el mismo viernes por la tarde que al año siguiente no van a participar, pero que en octubre ya están desterrando los bulbos de las dalias para guardarlos y replantarlos en mayo. Que estas carrozas cuestan mucho dinero, que el formato de la fiesta necesita aire fresco y que los carrocistas demandan más apoyo institucional para que la Batalla no desaparezca.

Y me quedaría hablar de la noche mágica del jueves, en la que las lonas que cubren las carrozas se levantan para que los visitantes y curiosos puedan recorrer todos los “cuarteles generales” de las agrupaciones y admirarlas, aunque sea todavía encorsetadas en sus andamios. Y no dije nada de las caras de felicidad de los niños en el desfile cuando saludan desde sus carrozas, o de las ojeras de los voluntarios que han pasado la noche anterior poniendo flor y pétalo, o de la emoción que se siente cuando una carroza sale de los andamios se pone en movimiento de camino a la pista…

Pero me voy. Que llega flor esta tarde y ya me he vuelto a poner empalagoso.

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