ÚLTIMO CAPÍTULO: Un nuevo rumbo

Tiempo de lectura: 10 min

GUÍA PARA NAVEGANTES

 

PREVIOUSLY ON A TODA VELA: El Campeonato Mundial de Vela está tocando a su fin. Y lo hace con los Fernández de la Barca con todo el control. Con Jacobo como alcalde, tomando medidas para silenciar protestar y poder acallar a todos los críticos, incluidos los Montes-Valdivia, en horas bajas tras el accidente marítimo de la inauguración. Pero en la clínica en que estaba ingresada la primera mujer de Anselmo, Amelia, ha resucitado de su letargo y está dispuesta a localizar a la persona que lo sabe todo. Anselmo prepara su fuga a un paraíso fiscal aprovechando que toda la atención de la ciudad está puesta en la gala de clausura.

Marina ya sabía de sobra lo que la esperaba. Otra vez las esposas, las rejas…sólo que esta vez ya tenía asumido que sería peor. Un juicio injusto y, muy posiblemente, la cárcel. La ley estaba de parte de los Fernández de la Barca, pensaba Marina Montes-Valdivia mientras la esposaban para que no accediera a la clausura del Campeonato.

Cuando estaban a punto de llevársela, Sergio logró que cambiaran de opinión. En realidad no fue él. Los agentes se giraron al ver como uno de los medallistas cayó al suelo. Y detrás, otro. Y otro. „Es por lo que les han metido. Les han dopado desde la organización, compruébenlo. Se van a morir“, gritaba Sergio. La policía fue a por los regatistas mientras se oían las sirenas de las ambulancias. Desde el estrado, Asdrúbal miraba.
……………………….

Fue un encuentro raro en el Puerto. Los viejos amigos volvían a verse. Ahí estaban Anselmo y Amelia, su primera mujer. Fernando y Astrid, sus antiguos amigos. Y….Anselmo no podía creérselo. „Alfredo, tú… estabas muerto“. „Eso pensabas, ¿verdad? Al fin y al cabo, lo hiciste con tus propias manos…“ …. Amelia cogió la mano de Alfredo y los dos empezaron a hablar.

Por un segundo, todos volvieron a verse en la barca en la noche de los relámpagos, hace treinta años.

„Aquella noche estábamos las tres parejas. Fernando y Astrid, Alfredo y Gladys, Anselmo y Amelia. Lo teníamos todos muy claro. Estábamos condenados a heredar las empresas de nuestros padres, las personas más influyentes de la ciudad. Y no queríamos seguir jugando en su juego. Nosotros no, nosotros eramos la generación de los 60, la que iba a cambiar el mundo. Nuestro plan era otro. Íbamos a juntar nuestras tres empresas en una y ponerla al servicio de la ciudad. Íbamos a demostrar que se podían hacer las cosas de otro modo. Y ese viaje era en el que lo íbamos a planificar todo“. La voz de Alfredo no parecía la de ese loco barbudo al que todos llevaban años despreciando mientras cantaba en la plaza.

„Lo que no imaginábamos nadie es que todo fuera a cambiar tanto en una sola noche. Recuerdo que ya lo habíamos diseñado todo y nos fuimos a dormir a nuestros camarotes. Cada uno por su lado. O eso pensábamos“. La que hablaba era Amelia. „Recuerdo que me desvelé. Y Anselmo no estaba a mi lado. Fui a la cubierta. Y allí estaba Alfredo. Por aquella época hablábamos mucho. Siempre pensé que estabas loco. Y en el fondo, los dos sabíamos que le quería. Pero nunca hicimos nada. Nunca hubiera traicionado a Gladys. Por eso me sorprendió tanto lo que vi a continuación“.

„Nos viste juntos, ¿verdad?“ Anselmo continuaba ahora el relato. „Sí, Gladys y yo ya llevábamos tiempo viéndonos a escondidas. No sabría deciros cómo empezó. Primero fue un juego. Pero luego se volvió serio. No podíamos pararlo“.

„Lo sabemos. Gladys lo ha escrito todo en sus diarios“, le interrumpió Astrid. „Ha sido posiblemente su último gesto con vida. Allí cuenta  también cómo antes del viaje empezaste a cambiar de opinión respecto al plan inicial de la empresa. Cómo lo que querías era tener más dinero para vosotros dos. Y cómo pensabas que Fernando y Alfredo eran demasiado idealistas para conseguir que ese negocio saliera adelante. No les veías capacitados. No te atrevías a hacer nada, hasta que esa noche encontraste una excusa“.

Después de encontrar a Anselmo y Gladys juntos, Amelia salió corriendo y se lo contó al único al que se veía con fuerzas de contarlo. Alfredo palideció. Y la dio un abrazo buscando consuelo, sin saber que Anselmo les estaba viendo.

„Efectivamente. Igual que Amelia me encontró con Gladys, yo vi como Alfredo abrazaba a Amelia. Y bajé a por ellos“, contaba Anselmo.

Y Amelia siguió: „Empezasteis a pelear, primero a empujones y luego a puñetazos. Anselmo quedó herido en un pie y desde entonces arrastra esa cojera. No te las mereces, ni a ella ni a tu empresa, le gritaba Anselmo a Alfredo, y le estrangulaste con tus propias manos, y le tiraste al agua. Yo lo vi“.

Ahora intervenía Astrid. „Tú lo viste y Gladys también, y lo escribió en su diario. A ti te dio una crisis de ansiedad y te desmayaste. Gladys y Anselmo llevaron el cuerpo a una isla cercana, lo dejaron allí y decidieron lo que había que hacer. La propia Gladys ayudó, falsificando un testamento en el que su pareja de entonces, Alfredo, le legaba su empresa a Anselmo. Fernando y yo no nos enteramos de nada de lo que pasó aquella noche. Sólo supimos al día siguiente que Fernando no estaba, que Amelia se encontraba mal y que Anselmo y Gladys estaban más juntos de lo normal. No hicimos preguntas, y esa es nuestra principal culpa. Cuando volvimos a tierra, vimos que nos habíamos quedado fuera de la empresa, que Anselmo y Gladys se casaron, que se habían quedado con todo lo de Alfredo y Amelia, y que dejaron de cogernos el teléfono. Y Amelia acabó en el psiquiátrico“.

„Así es», prosiguió Amelia. «Estuve años drogada, sin sentido, por culpa de los tratamientos que Anselmo decía que me hacían falta. Todo para que no contara lo que vi. Incluso logró anular nuestra boda. Aunque leía la prensa a veces y sabía que estaba haciéndose, poco a poco, con el control de la ciudad. Sólo conseguí sobrevivir pensando en volver a Sergio. Y en que Alfredo, en realidad, estaba vivo“.

„Pero, ¿cómo es posible? Yo mismo le estrangulé y le tiré por la borda“, inquirió Anselmo.

„Con lo que no contabas es que con yo no estaba tan mal como pensabáis Gladys y tú. Hubo un momento de la noche en que conseguí salir del camarote en el que me habías encerrado, conseguí llegar a la isla y vi que Alfredo estaba malherido, casi sin recordar nada. Pero le facilité una de nuestras barcas para que huyera. Sabía que conseguiría llegar a la ciudad. Aunque no supiera quien era, que por lo menos sobreviviera“. Amelia miraba firmemente a Anselmo.

………………………

Jacobo estaba perdido entre la multitud en el acto de clausura, al que había conseguido acceder. Notó como un policía empezaba a seguirle. Sólo tenía que aguantar un minuto. Lo justo hasta llegar a Asdrúbal. Ahí estaba, intentando escaparse aprovechando el revuelo „Deténgale a él. Él es quien ha ordenado dopar a los deportistas. Van a morir“. La Policía le miró.

…………………..

A Anselmo se le estaba desmoronando todo. El asesinato que cometió hace años le sirvió para ser todo lo que era: un hombre rico con una esposa bella., influyentes en la ciudad. Había conseguido que aquella muerte sirviera para conseguir otra importante empresa, sobre la que edificó un imperio que ahora estaba en ruinas, y que necesitaba del Campeonato del Mundo de Vela para conseguir sus fondos.

Durante años había conseguido que los rastros de sus actos no le estorbaran. Ni sus antiguos amigos. Ni su primera mujer, a la que había recluido en un hospital tachándola de loca. Todo estaba atado. Contaba con la complicidad de su segunda esposa para que nada trascendiera.

Pero todo se venía abajo. Su primera mujer estaba libre y podía contarlo todo. El hombre al que pensó que había matado estaba vivo, dispuesto a contar aquello que tanto daño podía hacer a sus empresas y a su reputación. Y su segunda esposa había plasmado todo en un diario, que iba a difundir porque estaba a punto de morir y ya le daba igual todo.

Anselmo sabia que no podía con todos ellos juntos, organizados, y se dispuso a subir corriendo al barco. Huir era su única opción. Pero su cojera le impedía correr. Al pasar la pasarela, tropezó con uno de los cabos, y cayó al agua. Todos se asomaron al muelle. Pasaron los minutos, media hora, y Anselmo no salía. No había sobrevivido.

…………………

Amelia llevaba años esperando ese momento. Lo único que había pedido por dar este paso era que le llevaran junto a su hijo. Pasaron horas mirándose, contándoselo todo. Sergio le habló de su padre, del Campeonato. De Marina. „Hijo, estos apellidos que llevas pesan mucho. Ojalá pudieras desprenderte de ellos“. „Ojalá pudiera, pero en esta ciudad es imposible“, le respondió Sergio, pensativo…

………………………

El acto de clausura se dio por finalizado. Allí estaban todos, viendo como la Policía se llevaba a Asdrúbal, el alcalde, el hijo de Anselmo Fernández de la Barca. Asdrúbal sintió los grilletes sobre sus muñecas. „Lo sentimos señor alcalde, pero tenemos que llevárnosle. Si se confirman que las muertes han sido consecuencia de su gestión del Campeonato, estaríamos ante un grave delito“.

Fernando y Astrid se cogieron de la mano y miraron a Jacobo. „Entonces, ¿se ha acabado ya?“ „Sí. Ni Anselmo ni Asdrúbal pueden hacernos daño ya. Y la ciudad no tendrá que pagar la deuda de sus empresas“. „Que bien, esto se merece una celebración. Además, estamos todos“. „¿Todos? ¿Y Sergio y Marina?“.

Entonces oyeron el ruido de una fueraborda que se marchaba a toda velocidad con una pareja a bordo agitando las manos en señal de despedida, cruzando a toda vela el Goldo de Santander. Antes de ir, les dio tiempo a arrojar por la borda sus carnés de identidad. No sabían hasta donde les llevaría ese viaje. Pero sabían que fuera donde fuera necesitaban ir ligeros de equipaje, y que esos apellidos en realidad eran un lastre para lo que ellos querían ser. Simplemente, Sergio y Marina.

FIN

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