¿Cuál es El precio justo de los grandes eventos deportivos?

Tiempo de lectura: 7 min
Juan Manuel Murua, economista, autor de 'Economía en chándal'

Juanma Murua, en La Vorágine

Un gran evento deportivo que servirá para promocionar la ciudad, que la situará en algún mapa internacional y que conseguirá que los vecinos salgan a las calles, además de atraer a turistas y reportar ingresos al sector hostelero. Y, por supuesto, el mejor evento de la historia de su rango.

Más de uno pensaréis que estamos hablando del Mundial de Vela de Santander que finaliza este domingo, pero es que todas estas valoraciones, escuchadas en la capital cántabra, también se han dicho del Mundial de Ciclismo de Ponferrada que comienza este sábado. 

Y antes se escuchó en Valencia en varias ocasiones, e incluso en la Madrid olímpica que nunca fue. Y en todas ellas, apoyadas en una serie de datos económicos que, en el mejor de los casos están incompletos o los han encargado los propios organizadores o que, directamente, nunca se evaluaron.

Lo que sucede es que al escuchar mensajes tipo “el Mundial será un revulsivo para Ponferrada, el resultado es que “aceptamos lo bueno acríticamente”, pensando que “cualquier evento vale” y que el objetivo soñado hace que las inversiones merezcan la pena.

La Fórmula 1 en Valencia

La carrera política, la otra ‘pole’ que se busca en la Fórmula 1

En ese “filón” de comunidad autónoma que apoyó su economía en el ladrillo y los grandes eventos, la prensa vomitó sucesivamente números que cifraban el impacto de la Fórmula 1 en 43, 55, 60, 100 e incluso 108 millones de euros, para, tras la cita, llegar a admitirse que no se hicieron estudios. Y lo que es peor, nadie (ni la prensa, ni la ciudadanía, ni la Universidad) se los pidió mientras, rodeados de los flashes que buscaban, los protagonistas aceleraban el marcador de millones.

Los trucos para hacer los informes económicos que legitiman o justifican un evento deportivo los conoce bien Juan Manuel Murua, economista, consultor deportivo y de ciudades, autor del blog ‘Economía en chándal’, que habló sobre el tema en la librería crítica ‘La Vorágine’.

Alguno de ellos los llegó a poner en práctica él mismo al elaborar informes sobre eventos, por petición de los propios organizadores, generalmente los ayuntamientos. Ejemplo: en la organización de una carrera popular Murua quiso incluir el coste que supondría el corte de la carretera, pero el cliente (una institución) sólo quería reflejar los datos positivos.

LOS INFORMES A LA CARTA

Joaquín Prat en 'El precio justo'

«Vamos..¡a jugaaar!»

Los ochenta se acabaron súbitamente en la televisión con varios indicadores. A ‘La bola de cristal’ le sucedió ‘Cajón Desastre’, que inauguró la moda de los programas que gritaban a los niños en lugar de incitarles a pensar.

Y también, de una semana para otra, la ensoñación de un golpe de suerte que ayudara a las clases medias aderezada con humor, emoción y algo de creatividad que se agitaba en el ‘1,2,3, responda otra vez’ fue sustituida por un programa en el que predominaba el color oro y la principal destreza que se premiaba era acertar precios para acumular regalos. Los 90 habían llegado y los pudimos ver en todo su esplendor en Barcelona y Sevilla. También después.

En realidad, ‘El precio justo’ siempre acababa saliendo más caro. A jugar.

Porque al final, lo que se produce con los informes encargados por los propios organizadores para justificar su decisión es que “parten de una serie de suposiciones”, todas positivas, con lo que se empieza con una “bola de trampas y errores”, marcada por varios efectos:

  • El efecto sustitución: no se mide lo que el consumidor local dejara de gastar en los comercios de siempre por acudir a las nuevas infraestructuras.
  • El efecto desplazamiento: llegarán turistas, pero también hay personas que dejarán de acudir.
  • El efecto fuga: hay una parte del dinero que no se gasta en la ciudad de acogida (contrataciones a empresas externas, reservas hechas desde fuera…)
  • El coste de oportunidad: nunca se estudia la alternativa, en qué se podría gastar ese dinero o si con esas cantidades se podría hacer “algo mejor”.

Con todo, dentro de los megaeventos hay categorías y categorías. La más beneficiosa suelen ser los Mundiales de Fútbol o las Olimpiadas, y los más deficitarios son los campeonatos europeos o los mundiales de deportes no mayoritarios, como es el caso de, por ejemplo, la vela, expuso Murua.

LA MARCA CIUDAD

La ‘marca ciudad’ es el principal argumento que todos los gestores que han acogido un gran evento esgrimen como justificación para albergar la cita. Imagen global y regeneración local, suelen añadir.

Pero en general detrás de esa expresión lo que se esconde es “modificar la percepción” sin buscar un “cambio real”.

En las Olimpiadas de Barcelona’92 se dio una pequeña excepción a esta norma, porque lo que pasó allí, con sus luces y sombras, es que “había proyecto de ciudad y los juegos encajaban”.

Sin embargo, lo normal es que la ‘marca ciudad’ suele esconder un modelo económico basado en el fomento del turismo y en la apuesta por las infraestructuras, es decir, por la obra pública desde una perspectiva de “cortoplacismo”, la de pensar en ciclos cortos, los cuatro años en los que se mueven los esquemas mentales políticos.

Restos de las instalaciones construidas para la Copa América

Las instalaciones vacías de la Copa América (FOTO: Valencia Plaza)

 

En los megaeventos, el impacto económico “lo justifica todo”. Incluso cambios de leyes. Para conseguir la instalación de Eurovegas, se llegó a cambiar la ley antitabaco.

En los Juegos Olímpicos de Londres se llegó a una suerte de estado de excepción, con un despliegue policial y de cámaras de seguridad –que se mantuvieron a su término–.

De hecho, Paco Gómez Nadal, activista y luchador por los derechos humanos, advierte de que los indicadores sobre las situaciones riesgo para los derechos humanos ya incluyen a los megaeventos deportivos, como antes se hacía con la minería. Eso sucedió recientemente en Brasil.

Al final, concluía Juanma Murua, “el evento se va y el ladrillo se queda”, y lo que acaba sucediendo es que las infraestructuras creadas “no tienen que ver con las necesidades del día después”.

Lo que se da en llamar el “legado” son los atraques para grandes embarcaciones que no usa nadie después de la Copa América en Valencia, el paisaje fantasma del Fórum de Barcelona o la Isla de la Cartuja de la Expo de Sevilla (que no fueron eventos deportivos pero encajan en este análisis) o la Olimpiada de Grecia, en la que los organizadores dejaron unas segundas “ruinas” en su país.

Afortunadamente, hay quien empieza a ver esos indicadores, y el espíritu práctico alemán ha llevado a los organizadores del Campeonato Europeo de Natación de Berlín a optar por una piscina desmontable en lugar de construir una nueva con costes de mantenimiento pero sin usuarios o gastos en promoción para incitar al público a que acuda (ejemplos reales).

La “regeneración social” de la que hable corre el riesgo de llevar a una “ciudad temática”, sin “identidad” real y, sobre todo, sin “participación” previa, sin buscar el “compromiso” de la población loca que, en realidad, sufraga con sus impuestos ‘el precio justo’ de los grandes eventos.

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