Punto por punto, un orden en el orden: el debate sobre los debates

Tiempo de lectura: 9 min

Lo vamos a decir todas las veces que haga falta: en el Parlamento de Cantabria se tratan temas de interés y que afectan al ciudadano.

En el viejo Hospital de San Rafael se habla de Valdecilla (sanidad), de los colegios (educación), del éxodo juvenil o de las políticas de empleo. Salvo de la corrupción, que eso es para los mayores, se tocan problemas que están en la calle y en las encuestas.

Hemiciclo del Parlamento de Cantabria

El reparto de todo va a empezar a cambiar

Así que no es justo para los parlamentarios decir que llevan al Pleno temas que no interesan.

Si se les puede reprochar, en cambio, el manchar esos asuntos con los argumentarios partidistas que impiden a unos y otros salir de sus visiones establecidas. Suponemos que el PP no desea que haya paro, y que PSOE y PRC tampoco.

El debate lo lanzaba este fin de semana el diputado del PP y vicepresidente del Parlamento, Luis Carlos Albalá. En realidad era una crítica: acusaba al PSOE y el PRC de llenar el Pleno de debates poco útiles y repetitivos.

Superando la parte de crítica política, que por aquí (siendo finos) nos da bastante igual, la pregunta es: ¿tiene razón? Es decir, ¿el diseño actual de los puntos del orden del día es realista? ¿Es el único posible?

Más aún: ¿es productivo, no ya con este Parlamento de a tres que en realidad es a dos mande quien mande, sino en uno con cuatro, cinco, seis fuerzas políticas, que es al que nos encaminamos en la próxima legislatura gracias a lo bien que se lo están haciendo los del tripartidismo cántabro?

Un ejemplo: el diputado socialista Juan Guimerans ha empleado este lunes del orden de tres minutos en definir qué es un aeropuerto. Más adelante, el ‘popular’ Íñigo Fernández recordaba la génesis del problema de Valdecilla y los sobrecostes por la gestión del Gobierno central. Hace semanas nos remitimos a Cascos para hablar del AVE. No hay consenso ni en la descripción de lo que debiera ser historia.

En el Pleno de este lunes el único punto con olor a novedad era el del proyecto de accesibilidad de la Puebla Vieja de Laredo. El resto era un remember de si en Parayas importa más tener más líneas o más pasajeros; de si el Estado va a financiar o no Valdecilla… Nunca se asume que un debate está acabado, que no da más de sí. Y se quiere tener todos los debates el mismo día.

Este período de sesiones se decidió consolidar la tendencia de que el Pleno comenzara a las cuatro en lugar de a las cinco. Vienen a acabar a las siete y pico de la tarde, un día bueno, más allá de las nueve en un día malo. No es tanto problema de duración como de productividad.

Sumad tres partidos más interviniendo sobre lo que ya se plantea. A Podemos, a IU y a UPYD, con su mezcla de lógica inexperiencia, ganas de hacer cosas y necesidad de diferenciarse, de los de siempre y entre ellos.

Y, además, proponiendo ellos sus propias cosas, sobre las que hablarían seis portavoces diferentes. Tranquilamente, casi una hora por cada tema. Insistimos, no es un asunto de duración. Lo que haga falta. Es un asunto de efectividad. De uso del dinero público que les pagamos, añadiríamos.

 

LOS INCONVENIENTES

 

El primero, y aquí se puede apelar a los propios intereses de los partidos, en el Pleno los temas se pierden entre tanto punto.

Que se lo pregunten a las diputadas regionalistas Matilde Ruiz y Teresa Noceda, a quienes su marcaje al consejero de Educación les queda siempre tan al final del orden del día que pilla a muchas señorías pensando a marcharse y a muchos de la  prensa escribiendo lo anterior. Vamos, que no luce, y a veces debería.

Tiempo que no luce, y tiempo de preparación o búsqueda que, también, se pierde. Porque el tiempo de los diputados es, como el del resto de los normales, limitado. Para eso no hay aforamiento que valga.

Es más: la parte de debate puramente político (el principio del Pleno, los intercambios entre partidos, las proposiciones no de ley o las mociones) se come lo que puede ser más jugoso, la de control al Gobierno, cuando los diputados piden información a miembros del Ejecutivo sobre distintos temas. Esa parte cumple una función más útil, y sigue permitiendo que haya debate y enfoques partidistas diversos.

La repetición de los temas lleva a los peores excesos retóricos. A la frase grandilocuente para tratar de destacar

A decir que los Gobiernos llevan a la gente al paro o les cogen el dinero de los bolsillos al cobrarles impuestos. Cada ejemplo es de una legislatura distinta.

Peor aún: al hartazgo de los propios intervinientes, y las alusiones que pasan de lo político a lo personal, como ya es tradición pasar entre Juan Guimerans y Eduardo Arasti.

O como la (innecesaria e inútil) referencia de este lunes de la socialista Cristina Pereda, sindicalista, a la falta de profesión del diputado del PP, Íñigo Fernández, periodista, de quien insinuó que no gustaba en su antigua empresa. ¿Aportó algo al problema de Laredo? ¿Mejoró la convivencia? Que sí, que los del otro partido lo han hecho peor. Dejad ese juego para vosotros.

 

TEMAS Y TEMAS

 

¿Es culpa de alguien?, preguntará el tic del argumentario. Uno que lleva más de diez años cubriendo plenos ve poca diferencia por ahí. La oposición, la de ahora, la de antes, lleva temas, porque les interesa, porque se lo mandan desde Madrid (que es algo que pasa), por quedar bien con colectivos varios, o para que determinado municipio o agrupación vean que se les rechaza…

La incógnita es si el reparto de estos escaños vacíos alterará costumbres parlamentarias

La incógnita es si el reparto de estos escaños vacíos alterará costumbres parlamentarias

Hay temas que se llevan para mantenerlos calientes.

Eso, es justo reconocerlo, se le da mejor al PP, con sus Perojos y gefebés varios de la legislatura pasada.

Cualquier mínimo detalle, pregunta, revelación, sirve para seguir hablando del tema y colar discurso. Aunque no haya pasado nada, aunque todo siga igual.

PSOE y PRC no dominan esa técnica. Es decir, preguntan y plantean cosas, pero aún no saben crear seriales. Se lo dice uno que ha visto muchos. Digamos que socialistas y regionalistas aún no han salido de clase.

Hay debates sobre temas muuuy particulares, sobre la situación de personas muy concretas, con nombres y apellidos, que no se mencionan pero de los que se habla. Una finca, un prao, una decena de personas pendientes de una ayuda. En el peor de los casos, una empresa a la que se quiere ayudar.

Y hay otros debates sobre temas en los que no se tiene competencia. Es decir, que dependen del Estado, o incluso de entes privados. Leyes o políticas estatales de los que se habla porque lo ha mandado Madrid, o que se plantean por poner de manifiesto dependencias o sumisiones, o, en el caso del PRC, por tratar de marcar diferencias frente a los partidos sucursal.

A la inversa, está el síndrome Calderón: hablar de todo lo que tenga que ver con el municipio por el que se presenta uno a las elecciones. De todo, se pueda arreglar o no, convirtiendo el Parlamento en una especie de senado municipal. El Gobierno de Cantabria llegó a ser responsable de la contaminación en Torrelavega, dentro de esa vorágine del Besaya en la que se metió el exalcalde la pasada legislatura. Esta no.

 

¿QUÉ SE PUEDE HACER?

 

¿Se puede hacer algo? Prohibir nada, no, desde luego. ¿Mayor control desde la Mesa del Parlamento al definir el orden del día? Delicado. Mucho, porque entrarían en cuestión suspicacias de partido (Este tema no me han dejado meterlo y a los suyos sí este otro, ya sabéis).

Entonces, ¿qué se puede hacer? El asunto es complicado porque entra en juego la responsabilidad.

Al final, como diría McLuhan, es saber para qué sirve cada cosa. Es decir. Si hay un asunto que puede resolverse con un café con el consejero, o intermediando con una gestión para conseguir una reunión. Si hay un tema que se puede derivar a una comisión monográfica (pasa, a veces, pocas). Si otro tema es simplemente para una crítica pública en una nota. O si otro asunto se puede derivar a Madrid. O al municipio.

El reto no es poco: se trata de decidir si hay que hablar de todo o si es mejor hablar en detalle de unos pocos asuntos, si pesa más el análisis de la realidad o el análisis de la agenda del partido. Si se ve la tribuna como un lugar para hablar al ciudadano o como un estrado desde el que ahorrarse el dinero de un mitin.

Se trata, ni más ni menos, de saber para qué sirve el Parlamento.

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