Contra el sentido común (II): «soy apolítico»

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A menudo apelamos al “sentido común” como si de un argumento incontestable se tratara y del cual no se pudiese dudar. Un sentido común que consideramos tal sin haberlo creado nosotros (el común de los mortales) en su totalidad sino que en ocasiones ha sido dictado por una minoría (la oligarquía), lejana a lo común, y que consigue mediante sus medios económicos y mediáticos que el ciudadano de a pie piense, crea o defienda posturas ajenas a él. Posturas que, por supuesto, van en contra de sí mismo y que, sin embargo, ha asimilado como suyas contribuyendo al pensamiento único.

Por ello, este espacio pretende ser una vía en la que se planteen pensamientos divergentes, alternativos o contrarios a lo (a mi parecer) erróneamente asimilado por grandes sectores de la ciudadanía, fruto de un discurso presentado como único durante años.


Contra el sentido común (I): el sueldo de los políticos

No te engañes. No te dejes engañar. Todo es política. Cada vez que compras un cartón de huevos, que paras ante un semáforo en rojo o tiras el plástico en el contenedor amarillo estás haciendo política. Cuando pides cita para el médico, haces cola para entrar al cine o cedes tu asiento a una persona mayor haces política.

Pues la política no es otra cosa que la herramienta que utilizan los distintos pueblos para organizarse y tú, por supuesto, eres parte de uno, de varios o de todos, según el caso.

No permitas que te digan «no mezcles la política en esto» o «no es el momento ni el lugar de hablar de política», pues todo es política y seguramente sea el momento y el lugar adecuado y quien te lo dice se siente incómodo en el tema, ya sea porque afecta a sus intereses o sus ideas o porque no tiene los recursos adecuados para desenvolverse en el debate. O quizá eres tú el que lo dice. No lo descartes y si es así, háztelo mirar.

No te engañes. No te dejes engañar. No eres apolítico, al menos no en el grado que crees. Si acaso, idiota (del griego, aquel que se preocupa sólo de sí mismo, de sus intereses privados y particulares, sin prestar atención a los asuntos públicos y/o políticos). 

No, no y no. No eres apolítico. Si acaso, apartidista. Y, a veces, ni eso. No pasas de la política, pues hablas sobre lo que ocurre a tu alrededor con tu familia y amigos y eso, te recuerdo, es hacer política. Si tampoco estás en este caso y realmente pasas, eres un idiota de libro, que además de forma inconsciente asume la ideología dominante.

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Exiges desde la barra del bar o frente al telediario un cambio, una gestión distinta y eso no es suficiente, no produce ni el cambio ni la gestión distinta que requieres. Es por este hecho por lo que puedes considerarte un poco idiota. Hace falta un esfuerzo por tu parte, mayor o menor, eso lo decides tú, en función de lo que quieras cambiar.

Por supuesto, no estoy hablando de vincularte a un partido político o movimiento politico-social como decidí hacer yo hace poco más de un año. No, no hablo de eso.

La política activa, a diferencia de la pasiva que he nombrado con ejemplos en el primer párrafo, implica tu participación en las organizaciones y asociaciones del terreno cívico, cultural, sindical (y no sólo el «puramente» político).

Las cosas se pueden cambiar y pueden tener una gestión y/o visión distinta desde la labor que realices en la calle, en tu puesto de trabajo, el colegio de tus hijas, tu universidad o tu barrio, con tu participación en el AMPA, ONG’s, asociaciones vecinales, organizaciones ecologistas, manifestaciones, etc.

Pero repito y perdona que insista, nunca habrá cambio si tu crítica no lleva asociada una acción. No seas un idiota.

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