Yo no quiero ser princesa

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Los situacionistas (en palabras de la escritora y filósofa francesa Sadie Plant) definieron la sociedad en la que vivimos como “organización de espectáculos”:

“Un momento congelado de la historia en la cual es imposible tanto experimentar la vida real como de participar activamente en la construcción del mundo vivido”

Yo no quiero ser princesa

Yo no quiero ser princesa

Y ante nosotros algo tan real como la violencia de género. Cifras y estadísticas que, en demasiadas ocasiones, acaban convirtiéndose, de forma incomprensible, en un número más.

Al tiempo que abundan campañas de sensibilización aumentan las entradas en los buscadores de internet pidiendo consumir sexo a la carta.

Y la virtualidad de una sexualidad reprimida olvida los intermediarios sin preguntarse qué hay al otro lado de la pantalla. Como si de una versión 2.0 del clásico de Lewis Carrol se tratara, Alicia es violada ante nuestros propios ojos. En nuestra webcam la “fantasía” se hace realidad. Y ya no solo es Alicia, el sombrero loco también.

Cegados por tantos burkas del tabú no vemos la violencia que impregna el lenguaje,  las relaciones afectivas, de poder y dominación, normalizadas desde la cuna. Un proceso deshumanizador que, no conforme con cosificar a la mujer, intenta hacer lo propio con el hombre.

Todo vale si la “venta” es buena. Publicidad subliminal, estereotipos sexistas animados de ayer y hoy.

Juguetes rotos, al alcance de una carta a los reyes magos, disfrazados de modelos inalcanzables, capaces de ser tan hombres como los hombres sin dejar de ser su objeto de deseo. Una vuelta más en la “falsa liberación”. Mientras, otra mujer es asesinada:

Que le vamos a hacer si el mundo está lleno de “hijos de puta”. Como si las “putas” tuvieran la culpa, ¿de ser puta o  mujer? ¿O  puta porque es  mujer? Y quizás sea esa la clave.

ES UNA CUESTIÓN DE PODER

María Luisa Posada Kubisa  filósofa, escritora y teórica feminista  citando a su homóloga Carole Sheffieldhay  plantea el debate en los siguientes términos:

Hay que separar cuidadosamente la «violencia sexual» de cualquier otro comportamiento categorizado como violencia. Porque no se trata de violencia sin más, sino que estaríamos hablando de una forma de agresión, que está enraizada de tal manera en nuestra cultura, que es percibida como el orden natural de las cosas (o que, simplemente, no es percibida). Es poder sexualmente expresado» que se ejerce como «maltrato» como «incesto», como «pornografía», o como «acoso». Es –terrorismosexual-.”

Y es que  nadie nace con poder o sin él. El poder se acumula en las relaciones, el poder se ejerce; en el hogar, en la escuela, en el trabajo, en las relaciones de pareja, en las diferentes formas de relacionarnos.

Y este poder acumulado, y sexualmente expresado, acaba superando la convencional relación sexo vs género. Hombres violados en las cárceles, pedofilia bajo los hábitos, y violencia machista en los aspectos más cotidianos.

Ni una menos

Ni una menos

La normalización en el uso del poder hace que quien lo ejerce se crea legitimado en su condición y lleva a quien lo sufre a naturalizar la sumisión. Así es el orden de las cosas. Y así la cosificación de las relaciones en las donde ser mujer se paga caro.

Mientras, Alicia está cansada de tanto cruzar el espejo para acabar cayendo al vacío. De los rosas por obligación y de los príncipes azules por imposición.

Está cansada de maquillar los moratones con sonrisas de sumisión.

De una realidad que la deja bajo una lápida sin nombre y un epitafio redentor: “A MI amada, MI fiel compañera, MI mujer, MI, MI, MI y siempre MI… en una sinfonía del maltrato hecha a golpe de paternalismo, de menosprecio, de “tú no puedes porque eres mujer”….

Una melodía que suena como el hilo musical de un centro comercial sin percatarnos de ella. Una melodía inyectada, como un somnífero, a otra “bella durmiente” para que sea incapaz de despertarse por sí misma, de empoderarse y tener la posibilidad de gritar: ¡Yo no quiero ser princesa!

Guarda relación con  lo que Luis Bonino  denomina  miromachismos, es decir, comportamientos, aptitudes, muchas veces expresadas en el uso de un lenguaje convertido en herramienta de justificación de  dominación y  violencia.

De ese intento de juego de espejos para que Alicia olvide quien es realmente. Como menciona Bonino, nombrarlos es uno de los modos de hacer visible lo imperceptible:

Nombrar los micromachismos es también una tarea que supone el análisis crítico de la cotidianeidad y los comportamientos de «seudoigualdad» que circulan diariamente

La mujer de…la hija de…la hermana de…y tantos ejemplos de invisibilización y de negación. El momento en que el posesivo se convierte en posesión. La persona en propiedad y los sentimientos en mercancía.

El momento en que el príncipe azul se transforma en el Lobo Feroz. En maltratador. Siempre lo fue, solo necesitaba que te creyeras su “cuento”.

Es el momento en que los cuentos de hadas acaban siendo la crónica de una muerte anunciada. Fuimos incapaces de verlo  porque no  abrimos los ojos.

Al hacerlo, quizás,  quien observe a Alicia a través del espejo, pueda ver algo más de lo que parece a simple vista. O quizás Alicia ya no esté y solo vea su reflejo tras un click… ¡PUM!

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