Reconstrucción, por decir algo

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||por ROBERTO RUISÁNCHEZ, Profesor de Geografía e Historia jubilado. Máster en Urbanismo||

El próximo lunes 15 de febrero se cumple el 75 aniversario del incendio que arrasó una parte notable del centro histórico de Santander: más de 10 hectáreas con un perímetro de unos 2 kilómetros.

Unas circunstancias parecidas a las de muchos días de febrero de cualquier año: fuerte viento del sur, con valores de huracán para aquella noche – muchos vecinos durante años hablaron del ciclón para explicar lo que ocurrió- unido a los fuegos de leña y carbón en los hogares y a las estructuras de madera en la inmensa mayoría de los edificios, una alianza fatídica que borró en horas un patrimonio acumulado durante cerca de un milenio.

Superficie afectada por el incendio

Superficie afectada por el incendio

No era un tiempo fácil. La guerra civil había terminado escasamente dos años antes. No eran tiempos fáciles en el resto de Europa. La Luftwaffe hacía meses que bombardeaba Gran Bretaña y el Afrika Korps se estrenaba en Libia ante el peligro que suponía dejar aquel frente solo en manos de los italianos.

Después llegó la reconstrucción. De alguna manera hay que denominar lo que ocurrió aunque técnicamente el vocablo no se ajuste demasiado. Los datos numéricos del primer párrafo se refieren a eso. Hubo manzanas completas que no se quemaron totalmente pero que resultaban inviables por daños en los edificios o en los contiguos…

La ciudad cambió y cambió mucho. Miles de familias fueron expulsadas del centro. Nadie había escuchado por aquí el término que hoy está de moda entre especialistas en urbanismo y víctimas de la especulación: la gentrificación tuvo en el Santander de hace 75 años el ejemplo más acabado de todos los que se habían conocido hasta entonces y seguramente de todos los ocurridos después en nuestro país.

Un accidente del calibre del incendio de Santander influye en ese tipo de procesos, sin duda, pero en ese mismo tiempo los bombardeos arrasaron cientos de ciudades en todo el continente y ni el estilo de la reconstrucción ni el proceso de gentrificación citado se pueden comparar.

Aquí se conjugó un sistema totalitario y la escasez de medios materiales lo que impuso una larguísima agonía urbana. Muchos santanderinos, nacidos incluso diez años más tarde, recuerdan con normalidad una infancia en la que convivían en una sola vivienda dos familias, habitualmente con lazos de parentesco pero no necesariamente.

La operación urbanística incluyó reparcelaciones que desbarataron las referencias catastrales anteriores y se remató en un sector bien alejado del incendio: los pescadores que residían desde hacía siglos en los arrabales del este fueron también expulsados al nuevo poblado de pescadores levantado en los arenales del sudoeste.

Así, en un casco urbano consolidado mucho más pequeño que el actual vivía una parte de la sociedad que no necesitaba el transporte urbano, por otro lado muy escaso.

Era el escaparate de la ciudad querida por el nuevo régimen con un destacado centro de poder articulado en torno a la Plaza Porticada.

Mientras, las clases populares vivían extremadamente alejadas del centro: en Campogiro, en el hipódromo de Bellavista, más tarde en La Albericia.

Los nuevos barrios, de cierta calidad arquitectónica, levantados por los organismos del Movimiento, Obra Sindical del Hogar o de la Falange, en el marco del Plan Nacional de la Vivienda, solo en algunos casos ocuparon solares próximos al centro: Santos Mártires o Pero Niño. Porrúa o Pedro Velarde solo se han integrado totalmente cuando la ciudad se desbordó hacia el oeste, ya en los años 70, Cazoña, y más recientemente el Cierro del Alisal.

A la pérdida neta de viviendas debida al incendio se sumó, desde principios de los 60 la necesidad de alojamiento para la creciente inmigración que fue ocupando las laderas del Alta. Ese es el momento en que los nuevos pobladores asumen el nombre oficial de General Dávila que había permanecido ajeno a los nativos.

La calidad del nuevo centro urbano, aireado, soleado, de cierta calidad en la construcción, contrastaba vivamente con todo lo demás.

Hubo incluso canciones que se ocuparon de ensalzar las nuevas realizaciones pero el desmonte topográfico del cerro de Somorrostro para abrir el sector sur de Isabel II y Lealtad hacia la zona portuaria creo que solo tiene un adjetivo: imperdonable

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