«Sólo tienen dos opciones, morir en su país o morir en el mar»

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Saláh llegó a España en noviembre de 2014, procedente de Siria. A pesar de la historia que lleva detrás, él fue un afortunado, está fuera de peligro y su traslado tuvo lugar antes del gran movimiento de refugiados que en estos momentos tiene a más de 15.000 personas varadas en Grecia, ante la imposibilidad de avanzar por el cierre de fronteras en Austria, Hungría o Macedonia.

Él tuvo suerte, y es irónico hablar de suerte en sus circunstancias. Este hombre, arquitecto que trabajaba en la Facultad de Arquitectura en la ciudad de Alepo, decidió dejar el país tras el bombardeo de su casa.

Tres o cuatro meses antes de que él huyera, su mujer, su hija, de apenas 6 meses, y su madre habían viajado a España. Él tiene un hermano más pequeño que estudia medicina aquí desde hace 7 años, y consiguió unos visados de visita para ellas.

Saláh se quedó atrás, pero no tardó en seguir sus pasos. La decisión la tomó tras pasar por las garras del Estado Islámico. «Me atraparon», cuenta en una entrevista a BUENAS TARDES CANTABRIA, «Y en esas circunstancias o participas en la guerra con un grupo o eres arrestado y torturado».

ARRESTADO Y TORTURADO POR EL ESTADO ISLÁMICO

Llegada de refugiados a Lesbos (Grecia) Foto: PROEM-AID

Llegada de refugiados a Lesbos (Grecia) Foto: PROEM-AID

Él pasó 27 días arrestado por el EI, donde le obligaron a hacer un arrepentimiento por ser «infiel», es decir, no querer participar con ellos en la guerra y no basarse en la religión. Tras ese tiempo de torturas, él pudo pagar por su liberación, tras lo que acudió a otra casa que tenía en un pueblo cercano a Alepo. Cuando esta también fue bombardeada, decidió que era el momento de buscar un lugar más seguro.

«Me fui en bicicleta a la frontera con Turquía», dice. Una distancia de unos 50 kilómetros. «No se puede llegar allí con coche. Y cuando yo fui, al menos se podía entrar sin pasaporte, ahora con la nueva ley sí que hace falta».

Desde Turquía, como todos los refugiados, pasó a Grecia. Allí, al saber que su familia estaba en España, le aplicaron el Acuerdo de Dublín, que implica la reagrupación familiar en el país donde son acogidos los primeros miembros. Antes de eso pasó por Suecia, pero tras seis meses se reunió con su familia en Barcelona.

Allí formalizaron la petición de asilo, y esperaron a que les dieran la tarjeta roja que acredita que su caso ha sido admitido a trámite. Este documento es de carácter temporal, se obtiene de forma automática tras seis meses desde la solicitud de asilo y permite a la persona solicitante trabajar y residir en España.

Tras esto, desde Madrid reubicaron a su familia en Cantabria, donde llegaron en autobús, y fueron recibidos por un miembro de Cruz Roja, «un hombre muy amable». Ahora vive en un piso cedido en Torrelavega. Hablamos con él a través desde casa de uno de sus vecinos, aunque tampoco se separa nunca de su móvil.

SIN AGUA, SIN LUZ, SIN ALIMENTOS… ESA ES LA VIDA EN ALEPO

Atrás, en Alepo, ha dejado a la mayor parte de su familia, sus hermanas, sus primos… Allí continúan viviendo en unas condiciones desastrosas. Dos meses hace ya que no hay agua potable, y también tienen problemas con los alimentos y con la electricidad.

Desde hace cinco meses no hay ni luz ni Internet, aunque a veces utilizan generadores para llamar por teléfono y contarles cómo están. Tampoco quedan ya carreteras para salir de la ciudad. «Desde el alto al fuego, al menos hay menos bombeardeos», dice, como pobre consuelo.

Alepo sigue siendo una ciudad dividida, un campo de batalla en manos de hasta 5 grupos diferentes, el gobierno, rebeldes, Estado Islámico… «Hay menos guerra pero la vida es muy difícil», cuenta.

«AHORA HAY UNA ESPECIE DE GUERRA MUNDIAL EN SIRIA»

Dos refugiadas sirias se abrazan a su llegada a las costas griegas el pasado verano.

Dos refugiadas sirias se abrazan a su llegada a las costas griegas el pasado verano.

¿Crees que la solución vendrá pronto? Tras cinco años de guerra civil, Saláh tiene claro que esta situación ya no depende solo de los sirios.

Recuerda los inicios de lo que se convirtió primero en una guerra civil. Responsabiliza al gobierno de Bashar al-Ásad, que reprimió brutalmente, tal y como ocurrió en otros países, las movilizaciones pacíficas que exigían democracia.

Tras esto se sucedieron dos años de auténtica guerra civil, pero Saláh cree que desde 2012 las cosas son aún más grandes. «Ahora hay una especie de guerra mundial en Siria, todos tienen sus intereses allí», asegura. «Ahora ni el pueblo sirio, ni el presidente ni el gobierno tienen en su decisión hacer algo o no. Creo que tenemos que esperar un acuerdo definitivo entre Rusia y EEUU».

Saláh cree que «es muy difícil solucionar esto con un acuerdo solo entre sirios», aunque anima al gobierno a que guíe a todos a una convivencia pacífica entre ellos, para así luchar contra los terroristas y radicales, mucho de ellos extranjeros. «Hay muchos terroristas del extranjero que han venido a Siria a hacer la guerra, como 80 grupos».

Para él, la solución debe pasar por un acuerdo internacional para el control de las fronteras y evitar que sigan llegando estos radicales, y si hay que utilizar las armas contra ellos, hacerlo. «Hay que luchar contra los terroristas extranjeros, tenemos que defendernos porque nos quieren matar por considerarnos infieles», insiste.

«HAY MUCHA GENTE QUE PIENSA QUE ES MEJOR VOLVER A CASA Y MORIR EN UN BOMBARDEO»

Pero el único acuerdo real a nivel internacional es el vergonzoso tratado que la Unión Europea planea con Turquía para que éstos controlen el flujo de refugiados que huyen hacia Europa.

Poniendo al lobo a cuidar al gallinero, con un presidente como Erdogan, cuestionado a nivel internacional por sus políticas represivas, contrarias a los derechos humanos y su gran ofensiva hacia el pueblo kurdo, este acuerdo ha puesto en su contra a organismos como la ONU, multitud de ONGs y hasta voces críticas dentro del Parlamento Europeo.

«Yo vine a Europa pensando que aquí ya había la moralidad y la humanidad que faltaba en otros lugares, pero han cerrado las fronteras en Macedonia, Austria o Hungría, todo cerrado», se lamenta Saláh. «¿Cómo pueden decirles que sólo tienen dos opciones, morir en su país o morir en el mar?», insiste él, que sabe cuál es la situación que lo refugiados viven, no solo en Siria, sino también en Turquía.

«Cierran todas las posibilidades de escapar, de buscarse la vida. No es que busquemos mejorar nuestra situación económica, es que solo buscamos una vida», y denuncia que esto provoca que mucha gente piense que «es mejor volver a casa y morir en un bombardeo». En algunos casos parecen preferirlo a la lenta tortura que son los campos de refugiados (más bien campos de concentración) que hay en Turquía.

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