Con el ‘paso’ cambiado

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Una imagen, un gesto, una acción solidaria, nada nuevo y, sin embargo, consiguen sacarnos de ese letargo en el que muchos vivimos inmersos. Una patada en el estómago de la conciencia, a golpe de latido. Un disparo a bocajarro sobre un corazón en paro. Que a veces late por latir, otras rozando la taquicardia y otras tan lento como una apnea inducida.

Las pupilas se dilatan, fijamos la mirada y una descarga eléctrica nos sacude del sofá.

Mujer musulmana cubre con su velo la estrella amarilla que identifica a su vecina como judía para protegerla de la persecución. Sarajevo, la antigua Yugoslavia. [1941].

Mujer musulmana cubre con su velo la estrella amarilla que identifica a su vecina como judía para protegerla de la persecución. Sarajevo, la antigua Yugoslavia. [1941].

Con el dedo puesto en el siguiente canal nos detenemos para mirar, solo un poco más,  lo que está ocurriendo.

En ese momento ya no vemos, miramos, ya no oímos, escuchamos. Los cinco sentidos –más uno- intentan recuperar todo el tiempo perdido. Demasiadas sensaciones se amontonan en ese instante.

Demasiadas historias, gestos, imágenes, que nunca dejamos pasar, piden que les prestemos atención, se rebelan por haber sido ignoradas

¿Por qué ahora sí y antes no? ¿Qué tiene de especial para que tu indiferencia se transforme en Indignación? ¿Para qué toque esa fibra que yo no pude tocar? ¿Y ahora qué? Es cierto y, aun así, sucede.

La razón se desgañita gritando a un auditorio que asiente sin mover un dedo. Y con el paso cambiado camina sin entender nada. Poner un ejemplo sería hacer de menos a todos a quienes no soy capaz de nombrar.

Y, aunque no lo acabo de entender del todo, sigue ocurriendo.

Pero, más allá de todas esas preguntas, de todos esos reproches llenos de coherencia y razones sin medias tintas, incluso de cierto dolor y enfado justificado, detengámonos en ese instante. En esas escenas que han tenido la capacidad de abrir situaciones políticas a partir de una acción concreta, de una imagen determinada, de un gesto en particular.

Quizás por eso cada ejemplo, cada nombre, si sea necesario,  imprescindible incluso, para dotar de sentido a lo que vemos. Quién era, dónde vivía, porqué hizo lo que hizo, porqué le pasó lo que le pasó

¿Por qué Ella y no Yo? Son preguntas que nacen de una acción. Preguntas incómodas. Preguntas donde antes había silencios o palabras vacías. Preguntas que despiertan nuevas preguntas.

El cuerpo en llamas de Mohamed Boauzizi  ante la comisaría de Sidi Bouazid  en la llamada Primavera Árabe. El desalojo de los acampados en la puerta del Sol y lo que luego se denominaría como 15M o revuelta de los Indignados. Estos gestos y situaciones evidenciaron un determinado (des)orden de las cosas. Fueron el detonante, la muestra de que, como decía “Kortatu”:

hay algo aquí que va mal, ya sé que a ti te da igual pero, hay algo aquí que no va”.

En ellas, más allá de teorizaciones y apriorismos, hay gente corriente que dice “basta ya”.

Y no lo hace partiendo de ideologías políticas -con su forma explicar el mundo-, sino de “verdades éticas”, como reacción a  situaciones o hechos concretos, que desplazan y redefinen esa línea roja que no podemos cruzar sin perder la mucha o poca humanidad que nos queda.

Es lo que sentimos ante un hecho determinado, no solo lo que opinamos.

Objetivamente no parece haber nada nuevo que explique  el revuelo generado. Sin embargo al sentirlas como propias las dotamos de Identidad, generando vínculos  entre personas,  lugares y formas de pensar y actuar -lo que las convierte en agregadores sociales-.

Nos llevan a ese lugar, nos ponen en “su lugar”. Nos dan la posibilidad de adquirir una conciencia mucho más que material.

Formarían parte de lo que Joachim Raschke denomina  la tercera fase de la “triada de la Ilustración”: La Fraternidad en su más amplia dimensión cultural.

Lo importante no es solo lo que ya sabemos y opinamos de forma general: «la guerra está mal”, sino la identificación a través de esa acción concreta. Un compromiso adquirido que teje redes,  genera dinámicas de empoderamiento con el potencial de dotar al hecho más cotidiano de capacidad transformadora.

El individuo no delega, coopera, (des)aprende a medida que desarrolla la acción, se siente responsable directo de la misma. Y asume esa responsabilidad.

Se siente así sujeto político con capacidad de influir en una realidad que, hasta ese momento, había considerado ajena, se le había negado o expropiado. Un espectador más al otro lado del espejo.

Porque no es solo lo que se hace, sino lo que se evidencia al hacerlo. Porque el rey iba vestido hasta que un niño lo desnudó solo con señalarle. Lo desnudó con una acampada, los desnudó intentando detener un desahucio, lo desnudó recogiendo ropa y medicinas para los refugiados, lo desnudó con una poesía, con una manifestación, con su voto en una urna o sin necesidad de ellas. Lo desnudó con una verdad tan sencilla, tan cotidiana, que la habíamos olvidado hasta que tropezamos, de nuevo, con ella.

Por eso, quizás no haya nada más político: “La política consiste, pues, en la construcción, a partir de eso que sentimos como una verdad, de formas de vida deseables, capaces de durar y sostenerse materialmente” (Fragmento de “Reabrir la cuestión revolucionaria” lectura del Comité Invisible.)

“Lo desnudó dándose cuenta de que también él iba desnudo”

 

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