La Nada del Cuco: la historia interminable del ladrillo

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No tuvimos una crisis. Lo que nos vino fue la Nada de La Historia Interminable, descrita por Michael Ende como uno de los peores males posibles: el vacío absoluto, la aterradora ausencia de todo, la mayor amenaza al futuro.

La nada arrasa con todo

La nada arrasa con todo

En Cantabria La Nada se comió, directamente, un monte, el Alto del Cuco, y lo llenó de pisos sin generar nada positivo para (casi) nadie. Pisos ilegales en los que no vivió nadie y que nos acabaron suponiendo gasto en indemnizaciones y en impagos. Eso sí que nos situó en el mapa. Este viernes comenzaremos a derribarlos.

La Nada nos conocía bien. Llevaba años practicando en la costa cántabra, convirtiendo pisos y chalés en municipios cerca de la playa en lugares en los que no se podía vivir, porque, dijeran lo que dijeran, y digan lo que sigan diciendo las instituciones, eran ilegales. La Nada impide utilizar esas viviendas y también lo que había antes en ellos.

Y después de tantos ensayos, la Nada, que es la ausencia de imaginación, de creatividad para hacer algo nuevo, estalló, porque la Nada, el puro vacío, era el aire que se respiraba dentro de la burbuja en la que vivimos tantos años, en la que nos sentíamos hasta cómodos.

Esa niebla sin niebla llegó al Puerto de Laredo, convirtiéndolo en nuestro aeropuerto de Castellón, en nuestra propia infraestructura megalómana vacía. O a la S-20, entre otros muchos sitios de la geografía del vacío, poblada de pisos que se quedaron sin vender. O el propio Racing de Santander, al que incluso le empezó a desaparecer el cartel con su nombre en el estadio tras años de saqueo.

Alto del Cuco. Foto: Arca

Alto del Cuco. Foto: Arca

Porque resulta que al final se impuso la realidad. Y la realidad es más dura cuando llega de golpe: resulta que un modelo que violaba las normas del mercado (hacer más productos pese a que no hay demanda y subir su precio pese a que no hay demanda). Un mercado que actuaba como el niño malcriado que sabe que si comete un error, ya vendrán sus padres a arreglarlo.

El caso es que entre la niebla escuchábamos voces que apelaban a la lógica: el mercado no podía absorber tanta oferta, los recursos son limitados y no se puede construir eternamente,

Daba igual, porque para entonces la Nada, que ya se había dado un paseo por empresas y centros de trabajo para llevarnos al vacío de la precariedad como modelo, ya había entrado a los despachos y entonces ya valía todo. Si durante años vivimos en un modelo tan hueco como los propios ladrillos, luego tuvimos una generación de dirigentes crecidos e instalados, cómodos, en la época de la bonanza.

Porque si las sentencias de derribo es algo que en Cantabria nos suena antiguo, lo cierto es que el Alto del Cuco lo vimos vaciarse de montaña y llenarse de casas ante nuestros propios ojos.

No hace tanto, como no lo hace de cuando Cantabria se iba a llenar de aerogeneradores o Comillas de alumnos deseosos de aprender español en un país que ya tenía Salamancas o cunas de verdad del idioma como La Rioja. La fiesta siguió porque la Nada, cuando es prolongada, parece impedir la llegada de sangre al cerebro, lo que dificulta un pensamiento racional. ¿Campos de golf en un país en el que hay cientos? Dale. ¿Teleféricos en un sitio como Cabárceno que revienta, literalmente, de visitantes? Venga. ¿Drones? ¿Por qué no? Los proyectos se llenaron de fantasía de la mala en lo que se convirtió en una orgía de cifras, el delirio soñado por cualquier consultor al que le estorbara la realidad.

El Puerto de Laredo

El Puerto de Laredo

El problema es que lo que vino fueron los hombres de negro, una versión más siniestra de los hombres grises de Momo, otro libro de Michael Ende, que especularon con nuestro tiempo como Liberbank con nuestros ahorros y que estaban hechos…de Nada.

Y consiguieron que esos problemas lo fueran de todos. Nadie se imagina una tienda mala que sume todas las tiendas cerradas estos años, ni un videoclub malo que reúna toda la nostalgia pre-DVD y pre Netflix.

En serio, ¿os imagináis un concesionario malo lleno de los coches que no se vendieron, un supermercado lleno de yogures caducados, un melancólico bar que reúna todos los bares que ya no tenemos, una universidad triste con todos los universitarios que enviamos fuera?

Pues el banco malo nos pareció normal, y consiguió especializar de verdad nuestra economía: nuestro modelo es el rescate. Rescatamos bancas, rescatamos inmobiliarias, autopistas, hospitales, y rescataremos elementos tan difíciles de rescatar como los teleféricos o el Puerto de Laredo. Algunos hasta los rescatamos por adelantado.

La nada se combatía a base de imaginación

La nada se combatía a base de imaginación

En La Historia Interminable todo se arregla cuando encuentran un nuevo nombre para la Emperatriz Infantil. Aquí no nos hemos librado de la Nada porque los hombres grises, de negro, se encargaron de que dedicáramos todo nuestro tiempo a lo viejo y de bloquear lo nuevo.

Porque seguimos respirando Nada. Seguimos pensando Nada.

Es decir, ¿no canta a la lógica, como advirtieron quienes decían que el plan eólico se estaba haciendo mal, como cantaba entonces cuando mirábamos a la Autovía, que una ciudad que pierde habitantes y tiene solares vacíos en el centro quiera construir en un espacio que podría ser un gran parque? ¿O que se quiera hacer un polígono industrial en otra ciudad en la que hay metros cuadrados de suelo para fábricas por vender y en la que no se ve precisamente cola de nuevas industrias para entrar? Los proyectos basados en pálpitos, esa es en Cantabria nuestra auténtica historia interminable.

Podemos preguntarlo de otro modo: ¿vistos los antecedentes, y ahora que estamos un poco más enseñados, tenemos la garantía de no estar incubando en La Remonta o Las Escavadas o en lo que venga el nuevo Alto del Cuco, el nuevo Puerto de Laredo? Porque esta vez lo vemos todavía más claro que esa montaña con la que arrasó la burbuja de una Nada que, si no la paramos ya, acabará arrasando con todo.

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