Not my president

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La sociedad de consumo vomita monstruos

La sociedad de consumo vomita monstruos

A principios de la década de 1980, el profesor norteamericano Bertram Gross describía la sociedad estadounidense como “el fascismo de rostro amable”, una advertencia acerca de cómo se podía  subvertir los valores democráticos si nos dejamos seducir por la dictadura de la imagen en una sociedad educada para fijarse solo en la apariencia.

Quizás el nuevo rostro amable sea simplemente “caer bien”, decirte lo que quieres oír. Dar soluciones fáciles y viscerales a problemas complejos. Utilizar esa demagogia como herramienta para lograr el poder y luego ya veremos. Y quizás ese vacío sea el nuevo pro-tofascismo hecho de pensamiento líquido y las dosis necesarias de ego, dogmatismo  y “espectáculo”. Con una mano levantada saludando al líder y la otra “mano invisible” dándote el golpe de gracia mientras la estrechas agradecido.

Una pos-democracia de tele-predicadores al alcance cuya ágora es un programa de televisión capaz de llegar a cualquier rincón del mundo. En la que la máxima de tanto tienes tanto vales crea arquetipos sociales donde el “hombre debe devorar al hombre” y así a su propia humanidad, con tal de alcanzar ese éxito que ve al alcance del mando.

Tal y como dice el expresidente de Uruguay José Mújica de visita este fin de semana en Cantabria: “vivimos en un mundo laico y el nuevo Dios es el mercado y el gran valor acumular plata«.

Es la nueva religión de sustitución, la política entendida bajo la lógica de un mercado que da paso a la de la tele-tienda. La  construcción de una imagen de éxito como marca registrada preparada para el consumo de masas. Es la época de la pos-verdad, de la banalización de la mentira como forma de entender la política. Del todo vale que construye un discurso nacido de la frustración y el desencanto por no poder comprar aquello que nos meten por los ojos. Un discurso que cuestiona dogmas, aceptados por la mayoría, ahora en crisis. Que  convierte en votos el miedo al diferente y al diferente lo convierte en amenaza. En el obstáculo para lograr el sueño (americano).

 

La libertad negando al pueblo

La libertad negando al pueblo

 

La respuesta ante el incumplimiento del contrato ilustrado es la huida hacia delante bajo los cascos de una globalización que penaliza la diferencia imponiendo una única forma de entender el mundo, la vida, las relaciones (in)humanas. Los nuevos outsiders forman parte de ese sujeto político en formación tan heterogéneo como sus intereses y necesidades dentro de un traje al que se le revientan las costuras.

El “pack” completo del estado del bienestar, trabajo casa, y un futuro, empieza a deshilacharse. Si como menciona el presidente Mujica  “La vida no se compra en el supermercado”,  demasiados están pagando  con su vida una deuda contraída por tantos traficantes de utopías adulteradas.

Y de esta forma se va gestando una quiebra democrática en la que los valores pierden todo su valor porque solo hay Nada tras ellos. O, aún peor, porque los han vaciado y rellenado de miseria.  Porque cada vez es más frágil el hilo de legitimidad que soporta a unos costureros que además se empeñan en utilizar una y otra vez la tijera. Y con sus recortes se desangra el manoseado traje por dar el tajo siempre por el mismo lado.

 

La demagogia como herramienta política

La demagogia como herramienta política

 

Así nos encontramos con el escenario perfecto para reinventados charlatanes cargados de sus pociones milagrosas, de crece-pelos para los pelos de tonto, con su gran sonrisa y etiqueta de “triunfador”. Cruzando los ríos revueltos acaban pescando en el desencanto y esa frustración alimentada a base de estómagos vacíos. Mientras, los estómagos agradecidos no paran de hablar con la boca llena y ya nadie les entiende.

Vienen con ese rostro de fascismo amable. Nos dicen que la culpa  es de ese otro construido a la medida de nuestros miedos y de sus intereses. Nos ponen a la cola y le dicen al penúltimo que  la culpa de todo la tiene quien viene detrás. Que cerremos las puertas de nuestras casas, que nos envolvamos en nuestros trapos de colores y no dejemos pasar a nadie. Que es por nuestro bien.

Es el fascismo de rostro amable, del que solo vemos lo que queremos ver. La demo-tienda posmoderna en horario de máxima audiencia. Llena de etiquetas, todo fácil,  masticado y cobrando por adelantado. Y ellos ni siquiera son la enfermedad, sino otro síntoma de una sociedad enferma.

Porque cuando desaparecen las certidumbres, el vértigo de caer al vacío hace que nos agarremos a un clavo ardiendo, sin darnos cuenta de  que el martillo no deja de golpear hasta rompernos la cabeza y dejemos de pensar por nosotros mismos. Es en ese espacio cuando lo viejo no acaba de morir  y lo nuevo no acaba de nacer es donde se construye o se destruye  el “ser humano”. Y como dice Mújica: “hay que saber que aunque podamos tener -un sinvergüenza- dentro de nosotros, -también tenemos un tipo solidario-“. Solo queda averiguar cuál de los dos marcará los pasos de un Futuro que ya está aquí. Ya que, como dice el viejo profesor: “La vida es lucha. Todo progreso social siempre costó una lucha”.

 Luchemos pues para que ese “tipo solidario” gane la batalla de la democracia, los derechos humanos y el pensamiento emancipador.

 

 

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