Expulsados

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No muy lejos del lugar que ocupaba la casa de Amparo Pérez  se levanta una valla publicitaria: “Tu casa al mejor precio, casas modernas para gente feliz”.

Junto al slogan aparece una -eternamente- joven pareja blanca y, aparentemente,  heterosexual, sentados sobre lo que parece un césped verde cortado simétricamente. Nada de hierba, solo césped.

Y nada de arbustos, matorrales o animales, solo un perfecto e impoluto césped de color verde. Un verde atemporal por el que no pasan los años, ni la lluvia y sus barrizales, ni el verano y su seca de viento sur amarilleando sus pequeños y alienados brotes verdes. En el que no se ven las pisadas de las personas que lo caminan, de los animales que lo habitan.

Es un verde hecho a la medida del slogan y de la pareja que lo protagoniza. Sus rasgos perfectamente dibujados para que no quede atisbo de duda de la felicidad que les envuelve. Sus perfectas sonrisas, en sus perfectas mandíbulas, nos muestras unos perfectos dientes blancos.

No podía ser de otro modo. Una pareja perfecta, en un marco incomparable, para una vida perfecta, con su perfecto y siempre verde césped. Nada de esa hierba pobre, atrasada y vulgar.

El césped es la nueva hierba de las ciudades orgánicas hecho a la medida de quienes lo pisan sin tocarlo, porque la suciedad asusta. Tras nuestra perfecta pareja y su perfecto césped, un bloque de pisos idénticos, se levanta incontestable. Tan iguales, tan homogéneos, tan cuadriculados y tan perfectos es el homenaje a una felicidad tan perfecta que solo cabe en una valla publicitaria.

Un futuro planificado, organizado y tan perfecto que nadie en su sano juicio puede renunciar a él. Nadie con dos dedos de frente diría NO a una oferta así. ¿Quién, a no ser que estuviera loco, iba a renunciar a unos cubículos tan perfectos, a una sonrisa tan perfecta, a una heterosexualidad tan perfecta, a una piel tan perfecta, a unas medidas tan perfectas, a una Felicidad tan perfecta?  Pero sobre todo, ¿quién, en su sano juicio, podría renunciar a un césped tan perfecto? Un césped anestésico que te hace olvidar el pasado y se pone al servicio de esa modernidad eternamente joven y en la que lo tenemos todo al alcance del mando.

Obras de Copsesa junto a la finca de Amparo en la Vaguada de Las Llamas

Obras de Copsesa junto a la finca de Amparo en la Vaguada de Las Llamas

Pero Amparo dijo NO, porque Amparo tenía su huerta, con su tierra mojada que manchaba cuando la pisabas y que dejaba una huella que no se borra tan fácilmente.

Porque Amparo no tenía césped, sino hierba y sobre ella ponía las macetas con sus flores y arreglos que le permitían romper la monotonía de un tiempo hecho de arrugas y achaques, de recuerdos y algún que otro despiste, que no tiene porqué ser olvido si tienes algo cerca que te recuerde que durante años has construido no una casa, sino una Vida.

Amparo Pérez no fue la única, pero le puso rostro a una forma de rebelarse, desde lo cotidiano, ante aquellos discursos que hablan del “interés general” como coartada para alcanzar su propios intereses.

Ese tipo de discurso que no entiende que el todo es cada una de las partes que lo conforman y  que, si nos olvidamos de ellas, acabamos construyendo ataúdes perfectos para zombies de postal.

Porque no podemos olvidar que tras el trazado de un vial existe la línea  de una vida truncada. Que tras las paredes de una casa habitan proyectos de vida,  recuerdos y esperanzas.  Que cada una de esas historias forma parte de las hebras que conforman el tejido social de una comunidad. Que una comunidad es algo más que la factura cobrada a fin de mes para hacer frente a unos gastos comunes.

Que más allá de idealizar la vida y encerrarla en grandes vallas publicitarias, existen realidades cercanas que afrontan el día  a día con sus problemas y contradicciones, pero con la voluntad de hacerse un hueco en un espacio compartido. Y es en esos espacios donde se hace democracia.

Donde “diferentes” se encuentran para afrontar problemas comunes. Donde se aprende a convivir, a debatir, a entender el conflicto como una forma de construir. Donde a la palabra se le pone un rostro, una historia, una razón y un sentimiento. Donde a una calle, a una plaza, se le da un sentido que va más allá del tiralíneas con el que se traza un plan general de ordenación urbana. Donde los intereses que cuentan son los de las personas. Donde el valor añadido está en sus vidas, en sus recuerdos, en sus proyectos.

Dice Oscar Allende que “a veces las cosas cambian cuando se cuentan” y quizás sea cierto, porque hay historias que merecen ser contadas. Historias que dibujan sobre ese cemento, que lo devora todo, el mapa de la memoria, los itinerarios del latido. Esa parte que humaniza cada lugar para no convertirlo en una ficha más del Monopoly de los cortadores de césped. El proyecto de Expulsados (que puedes apoyar desde este enlace) va de eso, de algo tan sencillo y a la vez tan revolucionario, a día de hoy, como eso.

Va de arrancar el césped para dejar que crezcan las flores. De mostrar lo que hay enterrado bajo el asfalto de esta ciudad.

 

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