La Memoria del Olvido

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La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el Olvido” (El Libro de la risa y el Olvido: Milán Kundera)

Y así una fecha en el calendario nos recuerda que el pasado es un camino tantas veces transitado como hojas arrancadas con la falsa ilusión de llegar antes a fin de mes.

El 22 de noviembre de 1975 Juan Carlos I, como paso previo a su proclamación como jefe de estado, juró las 36 leyes fundamentales promulgadas por el dictador Francisco Franco y que, a su vez, sustituyeron a la Constitución democrática de la II República. De esta forma la monarquía, en la figura del rey D. Juan Carlos, generaría otro de sus mitos legitimadores poniéndolo a éste, y a la institución que representaba, al margen y por encima de esas –como poco- “dos Españas” de Machado.

Desorientado por deambular entre el claroscuro de los cirios consumidos bajo el altar del dogma, el ideario del buen español, forjado a base de “hostias” consagradas por las diferentes familias del nacionalcatolicismo, empezó a ver,  en el espejo de la Historia, la imagen deformada de su rostro: El esperpento de una historia negada a los vencidos.

Que la memoria del olvido no nos haga perder la razón

Que la memoria del olvido no nos haga perder la razón

Al mismo tiempo empezó a intentar apropiarse de un relato. Uno en el que el proceso constitucional y la transición serían considerados como modelos de consenso y superación de un pasado que enfrentaba para configurar un futuro que uniría.

Y así la “cantinela del consenso” comenzó a sonar, como una nana, a las nuevas generaciones que, por primera vez en décadas, tanteaban los mimbres de la libertad. Para ello, solo la estabilidad y el consenso garantizarían la paz y la democracia. Y solo sería posible mediante “La memoria del Olvido”.

Pero lo niños crecen y empiezan a hacer preguntas incómodas. Aprenden que los reyes son los padres y que frente a ese relato sobre lo sucedido había otros.

Aquellos que hablaban de un momento histórico, condicionado por una atmósfera de miedo a una dictadura, cuyos mecanismos coercitivos estuvieron presentes hasta el final. De una conflictividad político-social alimentada por diferentes tipos de terrorismo y sus propios mitos legitimadores y por un contexto internacional que condicionaron un proceso en construcción que sentara las bases sobre las que luego se desarrollara una cultura democrática que mirase al futuro sin borrar las huellas del pasado.

Así se fue construyendo una memoria del olvido como premisa para un futuro democrático. Pero “la nana de la desmemoria” infantiliza a quien la escucha y evita que el niño llore, que piense, que pregunte, que cuestione, que crezca. Consigue incluso que se abracen a contra-mitos simplificadores y reduccionistas que solo ahondan en el riesgo al sectarismo y el pensamiento único.

Porque frente a esa idea de que la Estabilidad y el Olvido son condiciones necesarias para la construcción democrática, la necesidad de la(s) memoria(s) aparece como elemento necesario para que los cambios operen en su totalidad. Porque solo así una sociedad será capaz de concienciarse de los peligros a los que su fragilidad democrática está expuesta.

Porque de esa manera seremos capaces de identificar esos déficits democráticos cuando se den dentro de nuestra propia sociedad. Porque solo a través de la recuperación de la memoria y la desmitificación, como herramientas de conocimiento de lo ocurrido, lograremos interpretar, en este caso, una transición que empezó hace 38 años. Una Transición idealizada para no ser cuestionada.

Por eso, mediante la desmitificación de este periodo, de sus relatos y contra-relatos, seremos más conscientes de las luces y las sombras de un proceso percibido por una parte de la sociedad como una oportunidad histórica de cambio y por otra como la forma de re-acomodarse sin que, para ellos, cambiara lo fundamental.

La memoria como herramienta de aproximación historiográfica y pedagogía democrática, como experiencia de lo vivido. La memoria comparada y contextualizada dentro del hecho histórico. Un reto que leyes de punto final, como fue la Ley de amnistía del 15 de Octubre de 1977, hacen que haya quien considere la transición un periodo histórico no cerrado.

La importancia de una cultura cívico-democrática de los derechos humanos que visibilice, y por lo tanto dignifique a las víctimas, no solo es un trabajo de historiadores, sino que se convierte en una necesidad para toda sociedad que aspire a considerarse democrática frente a una dictadura cuyos crímenes pesan en el recuerdo y siguen en las cunetas.

El análisis, debate y reflexión, sobre procesos históricos en los que la Seguridad y Estabilidad, como coartadas del Miedo, se han antepuesto a la Justicia, Libertad y al pensamiento emancipador, se vuelve más urgente, si cabe, en contextos como el actual donde las nanas se cantan al oído de nuevas víctimas con el sonido de fondo de un bombardeo, o el himno de campañas electorales cuyos discursos xenófobos y neofascistas se envuelven en la bandera de la democracia.

Porque solo sabremos defender y reivindicar nuestros derechos si somos conscientes de su significado. Porque, parafraseando a Saramago, “se empieza por el olvido y se termina por la indiferencia”. Y “la indiferencia es el peso muerto de la Historia” (Antonio Gramsci).

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