El motín de las rabas

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De la voracidad recaudatoria de los municipios –difícil de comprender en períodos en lo que prestan menos servicios debido a las privatizaciones de funciones como el agua o las basuras—ya han hablado, como de todo, Los Simpson, con ese capítulo en el que el alcalde Quimby (“¿he oído el sonido de un maletín al abrirse?”) llegó a inventarse una tarifa por abandonar el municipio al equipo que rodaba una película en Springfield, la misma ciudad que, recordamos, acabó vendiendo sus basuras a todo el país.

Miguel Gómez Cotera, abogado de la plusvalía

Miguel Gómez Cotera, abogado de la plusvalía

A nadie le gusta pagar impuestos. Ese fue el origen de los Estados Unidos, la rebelión de los colonos contra los impuestos (Tea Act) que desde la metrópoli se les impuso al comercio del té (que en la cultura anglosajona es un producto de primera necesidad, como el agua).

En Santander ha comenzado, íbamos a decir tímidamente, pero lo cierto es que ha sido por todo lo grande, con sentencia en contra, la rebelión fiscal, el motín de las rabas y el vermú.

Uno de los primeros hitos lo ha conseguido un joven abogado santanderino, Miguel Gómez Cotera, cuyo tesón ha logrado que sea la Justicia la que diga que la forma en que se estaba aplicando el impuesto de la plusvalía en Santander no era justa, cuestionando de paso los informes a medida con los que se trató de justificar esta decisión.

Pero llevaba meses larvándose otro conflicto fiscal. Este otro capítulo del motín de las rabas fue en la costa norte de Santander, en barrios como Cueto, Monte y San Román, donde tras sufrir la agresión de las obras de la senda costera sufrieron un segundo embate, el de la fiscalidad.

Resulta que sus terrenos pasaron de ser rústicos a urbanos, consecuencia del Plan General, y eso, que tiene consecuencias favorables si resulta que vendes el terreno (probabilidad), donde sí que las tiene es a la hora de algo tan inevitable como la muerte, los impuestos.

En este caso, el catastro, el catastrazo, en el que los vecinos tuvieron que asesorarse por su cuenta, recurriendo a profesionales y expertos por el contacto con la Asamblea en Defensa de la Senda Costera, y se acabó confirmando que se habían dado subidas de en torno al 400%.

Y está por ver el impacto de la anulación del Plan General de Ordenación Urbana en los ingresos municipales. Los presupuestos anotaban en la columna del haber el dinero ligado a impuestos que dependen de un suelo que, por el arte de magia del urbanismo, ya no es el mismo. Unas previsiones que, evidentemente, ya no sirven, pese al empeño del equipo de Gobierno en decir que se ingresará lo mismo por unos impuestos aplicados a unos suelos que ya no valen lo mismo.

La senda costera de Santander.

La senda costera de Santander.

Porque la política fiscal es consecuencia directa de la política urbanística, y en una ciudad en la que cuando se anuncian proyectos empresariales resultan ser otro Burger King, hacen falta ingresos para mantener el nivel de gasto.

La costa norte era una herramienta para conseguirlos en el Plan General, lo dijeron así sus propios redactores cuando admitieron que decidieron revisarlo (sin ser necesario legalmente) en base a esta opción, más agresiva, pero porque era la que hipotéticamente generaba más ingresos.

En todos estos casos, además, como apuntaba estos días el portavoz regionalista José María Fuentes-Pila, se vio a los vecinos que lanzaron avisos sobre estos asuntos como una fuente de problemas a los que tratar, con suerte, con indiferencia, cuando no con la hostilidad que recibe en Santander todo aquel que no dice sí.

Viendo el conjunto de antecedentes, y como la falta de diálogo está llevando a los santanderinos a tener que defenderse en los tribunales (el único recurso que le quedó a ARCA o a los propietarios del ZOCO para impugnar un plan general perjudicial), cabe pensar si es buen momento para el cambio de etapa en Santander –transición urbanística incluida.

Algo se está moviendo en la ciudad en la que nunca pasaba nada, en la que la Bahía estaba siempre en calma, hasta que las instituciones empezaron a tocar cosas básicas, las casas de la gente, el paisaje de la gente y el dinero de la gente

Para deshacerse de estas inercias y comprobar que definitivamente algo se está moviendo en la ciudad en la que nunca pasaba nada, en la que la Bahía estaba siempre en calma, hasta que las instituciones empezaron a tocar cosas básicas, las casas de la gente, el paisaje de la gente y el dinero de la gente.

Fue entonces cuando empezó a soplar algo tan propio de Santander como ese viento sur que ahora agita también un conato de rebelión fiscal, el Rabas & Vermouth Act.

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