Breve reflexión sobre cultura, banderas y colores

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||por FERNANDO AUSENCIA, coeditor y cofundador de ALAS EDICIONES||

Que campe a sus anchas. Que nada se interponga en su camino, ya sabes, la senda que no admite señales, ni colores, ni banderas. Que no se deje aconsejar, que no admita palmaditas condescendientes en la espalda, ya sabes, que no duela solo en unos pocos. Que no permita inspecciones progresistas en su carné, que prohíba únicamente con su mirada propagandas y sus efectos, que admita cualquier paisaje, verde, árido, contaminado, radioactivo, lo sabes bien, ha de ser así.

Que no haya barbudos contando cuentos chinos, que no haya barbilampiños con cadenas de oro para impresionar a una tierra de pobres, o caras rapadas enseñando los principios fundamentales. No es así como tiene que ser, siempre me lo dices, de la misma manera, atinando fieramente, siempre en los lindes que se empeñan en no entender unos y otros.

Y me lo cuentas con lágrimas en los ojos, de la rabia sale el llanto, me dices, porque todo tiene un dueño, lo sabes y me inquieres a altas horas de la noche. Y todos tus amigos sabemos que quieres ser libre, y libre, dices, significa poco, apenas nada, pero lo suficiente. Tomarte una cerveza a solas, acariciar el terciopelo de la butaca del cine como si estuvieras masturbando a un sueño que se niega a realizarse. Así que aparecen los que sacan las castañas del fuego…Los que no saben soñar, pero se licencian para saber soñar por otros. Y te vuelves loca, y el desconsuelo es monumental, me dices, cuando ves en los bordes de la cuerda las mismas caretas de cartón con distintos estilos, todos iguales.

Pero yo sé acariciarte cuando las cosas se vuelven raras, y te digo lo de siempre. Que campe a sus anchas, que nada se interponga en su camino, que sea capaz de soltar las manos que nunca sostuvo, que aprenda a dar la espalda y a mandarles a la mierda, que cuando hay viento no busque adoctrinadores, sino maestros, esos que saben que la libertad no existe pero se busca. Te lo digo porque no soporto verte así, descompuesta y desconsolada. Que se deje de gaitas, que hiera a los destierros, que prepare un consomé de sobre, qué más da, que se lleve las manos a la cabeza pero que sea la suya, que sume desde la soledad necesaria, que nunca claudique ante alcantarillas que no llevan aguas manchadas, que no sea de nadie, que muera sola, que no pague la minuta de los actos funerarios, que lo mande todo a la mierda para continuar por el camino de la hermosura y la belleza. Y que no haga caso, que sea capaz de dar coces a diestro y siniestro si su propio ser se siente amenazado. Y que vuele, vuele…

Y te quedas tranquila, y me besas, y desenfundas ante nuestros niños las armas, las tuyas, solo las tuyas, porque no tienes miedo, en absoluto, a las palabras y sus disparos, pero a las banderas y a los colores, a esos, que se aprovechan de los vientos de cambio y las alturas, les dices que tu vértigo te puede, que tienes a tu compañero que dice que campe a sus anchas, que nada se interponga en su camino, y añades, con firmeza, ahora sí, que la expresión que cambia el mundo es una batalla abierta, sin miedo, con trincheras individuales que solo son capaces de hacer del viento un aliado, capaces de ganar la guerra habiendo perdido todas las contiendas.

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