Vuelo sin alas
A lo largo de su trayectoria, una parte de la producción teatral de Ábrego Producciones, viene teniendo como objeto comportamientos individuales y sociales, que degradan la condición humana de quienes los practican, y repercuten negativamente en las sociedades, a las que pertenecen. Concienciar y sensibilizar a estas, con el fin de redimir a aquellos, es el objetivo perseguido.
Es en esa parcela de su teatro, en la que se sitúa la última obra representada, ‘Proyecto Dédalo. Consejos para disfrutar de un vuelo perfecto’, estrenada el pasado día 4 de octubre, en el Palacio de Festivales de Santander, y de la que es autor Áureo Gómez, que también la interpreta tête a tête con Fernando Madrazo, dirigidos por Pati Domenech.
No es la primera vez que el autor confía un texto dramático propio a Pati Domenech y María Vidal, cuerpos y almas –los dos son lo uno y lo otro- de la Compañía.
Han pasado trece años desde que su obra “La última vez” subió a las tablas de la mano de Abrego. La violencia de género es su tema. Tampoco es la primera vez que Fernando Madrazo interpreta con Ábrego. Y en obra de Áureo. Precisamente protagonizó ‘La última vez’, en la que Teresa Argüelles fue coprotagonista. Pero no solo fue esta. Antes hubo otras.
En ‘Proyecto Dédalo…’ el foco del dramaturgo está puesto en el consumo de alcohol y sus estragos, apuntando a los jóvenes, que celebran regularmente la ceremonia nocturna del “botellón”, en calles y plazas.
Áureo ha escrito un texto en el que la situación se va definiendo en el transcurso de la representación, si bien por tres veces, que son otros tantos comienzos, se adelanta que, sea cual sea la situación, va a acabar mal, pues empieza por el final, es decir, en rigor no empieza, y se exponen los porqués, y es sabido aquello de que lo que mal empieza…
También la intención queda explicitada: avisar de los peligros que encierran algunas ceremonias. Sin situación y sin intención no hay obra de arte, en este caso de arte escénico. Pero no bastan: han de ser expuestas armonizándolas con palabras que digan los momentos que sigue la situación, compadecidos con el progreso en el cumplimiento de la intención.
‘Proyecto Dédalo…’ es obra no exenta de alguna complejidad en su estructura, algo que ya se ha insinuado, cuyas partes el autor sabe articular entreverando tiempos, con sus acontecimientos, en la relación de un padre, un hijo y un nieto ausente –también el hijo-, en las que se pone de manifiesto que las cosas no cambian tanto de generación en generación, pero que, sin embargo, y gustos –musicales y otros- aparte, no todo es igual.
Por ejemplo, el consumo temprano de alcohol, con vocación de bebedor profesional, es circunstancia diferenciadora. No quisiera descubrir la índole de tal complejidad. Pero no sé si la descubro diciendo que la obra es otro quien la escribe mientras se representa. Y que el que aparece como autor en el programa de mano no pudo haberla escrito, pues no podría ya escribir nada, más allá de lo poco que escribió, y de lo que nunca supo si fue celebrado o no.
Porque el presente es pasado y no tiene futuro. Seguramente he contribuido a acomplejar la complejidad, pero como no estoy aquí para contarles la obra, no queda otra que ir a verla, si aceptan que tampoco están en la sala como espectadores reales, sino que ustedes son sus fotografías colgadas en una memoria al fondo del escenario. Entonces, cuando la vean, comprobarán que la complejidad no está reñida con la claridad del mensaje.
A esta suerte de metateatro que es ‘Proyecto Dédalo…’ le falta, a criterio de este espectador, bueno, de su foto en la pared, una poética, no porque no haya versos, que la obra es en prosa; ni porque el escenario ofrezca la desnudez de un drama humano desolador, en el que ya no hay lugar para el reproche, sino para el lamento de la lección aprendida; ni porque los actores tengan a sus personajes dialogando de pie durante la mayor parte de la representación y, a veces, expresen su conflicto sentados, dándose la espalda.
No, se trata de algo que no se deja ver ni oír, pero sí sentir, ese espíritu que transe a la obra de arte acabada, como la savia circula por las venas de las plantas, las alimenta, y cuando florecen, emocionan. Quizá se deba a que el mito de Dédalo e Ícaro tiene más de techne, de fabricación material, que de poiesis, de creación iluminadora.
Quizá, ya digo, sea por eso, por lo que Fernando Madrazo interpreta con alguna frialdad funeraria, que recuerda la tragedia y busca la forma de transmitirla, el personaje que, más por afán de competir, que por el sueño de volar, fabrica alas para que vuele su hijo, al que pone cuerpo y voz Áureo Gómez, en una interpretación, por la que su personaje no debe “volar tan alto, como para que el calor del sol derrita la cera que ensambla las plumas de las alas, ni tan bajo, que las olas del mar las inutilicen mojándolas”. Pero sí cree que vuela libre, rotas alas, para, por falta de oxígeno, perder altura, hasta hundirse en las aguas innavegables del alcohol, que es la enseñanza de una obra, que tiene mucho de didáctica. Y todo ello ocurre en un espacio y un tiempo, que no son los de la vida. Y eso lo explica todo.
Los principales destinatarios de la obra son los jóvenes. Al estreno asistieron pocos, si alguno. La disculpa (¿) de los 12 euros, que costaba la entrada, quedará sin efecto, gracias a la campaña escolar, de la que es de suponer participarán, acompañados por sus profesores. Y atenderán a la lección que les impartirán desde el escenario, para, así, superar con éxito el examen al que voluntariamente se presentan los fines de semana. Porque de eso se trata. De aprobar, disfrutando del vuelo con los pies firmes en el suelo, y las alas bien puestas. Áureo, Fernando y Pati lo han superado con nota, pisando seguros en el escenario. Pancho V. Saro les ilumina.