La manada

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Una joven de fiesta, en un bar, divirtiéndose, bailando, tomándose algo, un comportamiento habitual en el que nos podemos reconocer todos y cada uno de  nosotros. Conoce a alguien, comienzan a hablar, y bailan juntos. Un grupo de hombres empieza a arremolinarse a su alrededor; ella baila, simplemente baila, como puedes bailar tú cuando te apetece bailar. A su alrededor no dejan de mirarla. Ella se siente incómoda y decide dejar de bailar. Está completamente rodeada. No la permiten salir del círculo en el que la han encerrado. Sin mediar palabra deciden violarla, una y otra vez. Ella…

Han pasado varios meses desde que la violaron, desde que denunció la violación. Y Ella no entiende porqué debe ser Ella quien se justifique, porqué debe ser Ella quien dé explicaciones de su comportamiento, porqué debe ser Ella… Ella…Siempre Ella. En qué momento la víctima se convierte en culpable, en qué momento la sombra del “algo habrá hecho” se abalanzó sobre Ella y la violó, de nuevo una y otra vez. En qué momento el derecho de pernada hizo que su cuerpo, que su piel, que lo más profundo de su ser pasara de mano en mano. Con qué “derecho”…con qué derecho hicieron de Ella un “todo vale porque no vales nada”. En qué momento creyeron que era “normal” lo que hicieron con Ella.[1]

Es no soy Yo, es la “manada”. Y de esta forma la responsabilidad individual se diluye en ese ese espacio difuso, indeterminado en el que Yo no violé a nadie, fue la “manada” quien lo hizo. Y así la excusa, y así la expiación de la culpa, y así la coartada necesaria, el “no pensaba en lo que hacía” fue la manada quien lo hizo. Es lo que se conoce como La cultura de la violación, concepto acuñado en los años setenta  por la Segunda ola del feminismo, donde la violación y la violencia sexual forman parte de una sociedad en la que lo habitual es normalizar, excusar, tolerar e incluso perdonar la violación, y al mismo tiempo, culpabilizar a la víctima.

 

La cultura de la violación, cuando la víctima es juzgada en lugar del verdugo: Yo sí te creo

Es, otra vez, Eichmann en Jerusalén, la banalización del Mal. Adolf Eichmann fue un funcionario de las SS en la Alemania nazi, juzgado en Jerusalén por genocidio y declarado culpable  en 1961. La defensa de Eichmann giró en torno a la idea de ausencia de responsabilidad individual en la medida que él cumplía órdenes. Hacia aquello que considerada normal dentro del mundo en el que vivía. Era, por decirlo, de alguna manera, un miembro más de la “manada”. Si la “manada” lo hacía ¿Quién era él para llevar la contraria? Así decía en juicio:

“No perseguí a los judíos con avidez ni placer. Fue el gobierno quien lo hizo. La persecución, por otra parte, solo podía decidirla un gobierno, pero en ningún caso yo. Acuso a los gobernantes de haber abusado de mi obediencia. En aquella época era exigida la obediencia, tal como lo fue más tarde la de los subalternos”[2]

Para la filósofa Hannah Arendt lo revelador del caso de Eichmann era que, frente a lo que mucha gente podríamos pensar, Eichmann no era exactamente un “monstruo”, característica que le sacaría fuera de todo análisis por considerarlo una “anomalía”, sino que era una persona “normal” capaz de hacer la mayor de las atrocidades solo porque había un espacio de normalización y de impunidad. Solo porque formaba parte de una “manada”. Y es que, para Eichmann, según Arendt, ese acto era normal, no tenía mayor importancia, desde su punto de vista podía ser incluso frívolo, no era necesario pararse a pensarlo demasiado y, de haberlo hecho, estaba en su derecho de hacer lo que hacía. Y es que en la “lógica de la manada” un lobo no debe disculparse de comerse a un cordero. Está en su naturaleza.

Arendt no quería justificar la acción de Eichmann sino, algo mucho más revelador, evitar que él fuera considerado como un caso extraordinario y de esta forma no ir más allá. Eichmann no era una disfunción, sino la expresión visible de la sociedad en la que vivía, de una cultura que banalizaba el mal hasta el punto de deshumanizar y convertir a las personas en materia desechable, de usar y tirar.

Para Arendt Eichmann era un hombre vulgar, incluso mediocre, no parecía odiar especialmente a los judíos. Eso fue quizás lo que más impresionó a la pensadora alemana de origen judío: Eichmann podía ser un buen hijo, un buen vecino, alguien perfectamente integrado en la sociedad. Resultaría por la tanto complicado creer que alguien así fuera capaz de cometer aquellas atrocidades de las que se le acusaba. Habría quien incluso pudiera caer en la tentación de poner el foco en las víctimas. Todo hubiera sido más sencillo si hubiera sido realmente un monstruo. Con eliminarle estaría todo solucionado. Al hacerlo no nos habríamos preguntado qué lugar ocupamos cada uno de nosotros en esa y en esta “manada”.

PD: Este sábado, manifestación en Santander contra la violencia de género. A las 12.00 horas, desde Numancia hasta la Plaza del Ayuntamiento de Santander. Más actos aquí.

 

[1] Trama de The Accused (1988) película basada en hechos reales y  protagonizada por Jodie Foster y dirigida por Jonathan Kaplan.

[2] Encontrado en “Historia virtual del Holocausto” http://www.elholocausto.net/parte01/01cr01.htm

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3 Comentarios

  • Viriato
    23 de noviembre de 2017

    ¿Por qué solo contra la violencia de sexo y no contra la violencia en general? Contra hombres, niños, mujeres y medio ambiente.

    • Jose Elizondo
      JOSE
      25 de noviembre de 2017

      Gracias por tu comentario Viriato. La violencia en general, como dices, se compone de la suma de muchos tipos de violencia, y para acabar con ella(s) es necesario entender el porqué de cada una de ellas. El caso de la violencia machista es una de ellas. Por eso es tan complicado pero, a la vez, tan necesario e importante por lo menos intentarlo. Para nada incompatible con lo que mencionas. Un cordial saludo y, de nuevo, gracias por tu comentario.

  • Fer
    23 de noviembre de 2017

    Acá hay una grabación filtrada donde la verdad no queda claro si hubo abuso
    http://www.becasypostulaciones2015.com/2017/11/video-violacion-en-san-fermin.html

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