Amores difíciles

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A los amores, que ven dificultada su satisfacción, por motivos, digamos, familiares, que son también sociales, más no por ello moralmente aceptables, los llevó Shakespeare a los ámbitos de la tragedia con “Romeo y Julieta”, convertida en punto de referencia, siempre que de amores difíciles se quiera tratar. Y en ella se ha fijado la Compañía teatral Antzoki Teatteri para poner es escena la obra “Romeo y Julieta. Una mirada distinta”, del dramaturgo Tony Casla, que también la dirige, y que se ha representado los días 8 y 9 de junio, en Sala de Tres, de Santander.

El autor ha querido añadir dificultad a las dificultades que ya puso Shakespeare a la Julieta y al Romeo originales.

Romeo y Julieta en Sala de 3

No se ha conformado con las endiabladas relaciones entre sus respectivas familias, sino que, además, ha concebido dos enamorados aquejados de una anomalía psíquica, que, sin embargo, no afecta a su capacidad de amar, que quienes más cerca les rodean, no solo se niegan a reconocer, sino que tratan por todos los medios que vivan su amor: la madre de Romeo, propietaria de un establecimiento de máscaras, proyecta alejar a su hijo de Julieta, enviándolo a Irlanda por una temporada; la hermana de Julieta –los padres siempre ausentes, de viaje- la mantiene encerrada en casa.

Solo la nodriza, compadecida con Julieta, y también con Romeo, ya que ella también padece mal de amores, se las arregla para facilitarles algún encuentro. El esquema de la obra es el shakesperiano. La anomalía de los amantes marca una diferencia, que los sitúa en otro contexto, en el de los prejuicios de las personas “normales”, que tantos perjuicios pueden llegar a ocasionar en las vidas de personas “diferentes”, como si no participaran de la condición humana.

En un escenario de pequeñas dimensiones, sin más elementos decorativos que unas máscaras, el director y el equipo actoral resuelven con alguna originalidad las entradas y salidas a escena de los personajes que interpretan. Las entradas, no saliendo; las salidas, no entrando: no hacen mutis por el foro, sino que se ponen mirando a las paredes laterales, en la de la derecha, Romeo y su madre; en la de la izquierda, Julieta, su hermana y la nodriza. Les basta darse la vuelta, y actuar. Algo así a como los niños se tapan la cara con sus manos, y dicen “no estoy”; apartan las manos de la cara, y dicen “ya estoy”. O sea, que permanecen en el escenario sin tener escena, lo que agiliza la sucesión de estas, a la vez que se salva un espacio escaso, pero que, como tantas otras veces, da para mucho teatro.

En su trabajo actoral cumple cada intérprete con las exigencias dramáticas de sus personajes. Julia Ferré (Tea, la hermana de Julieta), Elisabeth Quevedo (la madre de Romeo) y Sela Conde (la nodriza) ofrecen una actuación con la naturalidad propia de quienes quieren, cada uno a su manera, “lo mejor” para los jóvenes enamorados, pero que no es lo que ellos quieren, porque ellos simplemente se quieren.

Son excelentes las interpretaciones que ofrecen Cristina Vallribera (Julieta) y Enric Pera (Romeo), poniendo cuerpo y voz a sendos personajes, que obligan a una gestualidad distorsionada, sin caer en la contorsión, y a un decir de voces irregulares, pero a la vez dejando claro que Julieta, en su diferencia, es una mujer reivindicativa de su condición, así como Romeo está dispuesto a que se respete la suya. A un Romeo y a una Julieta que saben que se aman, porque así lo sienten. Y que así lo hacen sentir sus intérpretes, propiciando momentos de intensa emoción a lo largo de la representación.

No sé qué podría haber pensado Shakespeare de esta mirada distinta a una de sus obras más representada. A mí me cabe pensar que la habría mirado con buenos ojos.

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